La involución de las especies
De alguna forma, es ya un éxito del involucionismo que un tipo como Donald Trump protagonice el debate político
Los grupos conservadores cristianos tienen como uno de sus más firmes principios el rechazo de la teoría de la evolución. En su defensa de la literalidad de la Biblia, considerado relato infalible, inspirado en la palabra de Dios, hay postulados científicos que consideran inaceptables y artificios del astuto Mefistófeles. Para los fundamentalistas, todo lo que le conviene saber a la parroquia sobre el origen del universo está en el Génesis, y su batalla es implantar el creacionismo en las escuelas y desterrar más allá de las islas Galápagos a los discípulos de Darwin.
Es casi imposible remover convicciones tan pétreas, y la mejor forma de confrontarlas es con la ironía al estilo de Thomas Szasz en El segundo pecado: “Un niño se hace adulto cuando se da cuenta de que tiene derecho no solo a tener razón, sino también a estar en un error”. Hasta aquí llegamos. Se puede entender que una persona, religiosa o no, y por los motivos que sea, se sienta muy incómoda con la posibilidad de estar emparentada con los chimpancés pigmeos o con los monos bonobos, conocidos como los “hippies de la selva”. Lo que me resulta incomprensible es que un devoto de las Sagradas Escrituras apoye con entusiasmo a un candidato a la presidencia de Estados Unidos como Donald Trump.
Lo que lo convierte en una maquinaria pesada a Trump es la explotación del odio
Una cosa es estar en contra del evolucionismo, y otra muy diferente intentar llevar a la práctica una especie de ley de involución de las especies políticas. Y ese sería el caso si Donald Trump entra triunfal en la Casa Blanca. De alguna forma, es ya un éxito del involucionismo que un tipo como Trump protagonice el debate político con declaraciones involucionistas, que convoque a miles de personas en sus actos involucionistas, y que además obtenga una ovación involucionista, y no una estampida bíblica, de esos conservadores que acuden a escucharlo.
En España tuvimos un largo periodo en el que se impuso la ley de la involución. Los resultados fueron trágicos. Con algún episodio esperpéntico, a lo Trump, como cuando los censores eclesiásticos de TVE, que los había, prohibieron a Félix Rodríguez de la Fuente utilizar en sus documentales sobre la naturaleza el término “evolucionismo”. Una de las frases censuradas decía: “El mar, cuna de la vida”.
La palabra preferida de Trump es bullshit. El sentido habitual es el de pamplina o sandez, y también “pura mierda”. Podríamos resumir así su programa. Todo lo que hacen o piensan los demás, sean los demócratas o los republicanos no extremistas, es bullshit. Parece que podría ser fácil desmontar de la carrera a un tipo que se pasa el día insultando y esparciendo mierda. Es un ególatra con mucho dinero, es verdad. Como dicen con precisión en América Latina, es un “pelucón”. Pero un inflado pronombre personal de primera persona montado en el dólar no explica el caso Trump. Lo que lo convierte en una maquinaria pesada es el odio. La explotación del odio.
La cuestión inquietante es el porqué tiene tanto éxito esta mercancía del odio. Podría ser la indignación hacia al racismo y machismo. Podría decir lo que Hannah en La noche de la iguana: “Nada que sea humano me repugna a no ser la grosería y la violencia”. Pero no. El odio de Trump es el de la indignación de lo indigno. Esa maquinaria pesada tiene como destinatarios a los inmigrantes, a los indocumentados, a los destartalados, a los pueblos que sufren un éxodo contemporáneo por causa de las diferentes formas de violencia y grosería.
El principal símbolo de la maquinaria pesada del odio desplegada por Trump es esa pretensión de levantar un gran muro en toda la frontera entre Estados Unidos y México. El mal son los otros. Ni un segundo bíblico para reflexionar sobre las toneladas de armamento que inundan el centro y el sur de América desde la frontera-supermercado. Es muy probable que el discurso vejaminista de Trump contra los latinos tenga un efecto bumerán para el rey del bullshit y para cualquier otro candidato conservador. Solo la alusión despectiva de Trump al héroe de guerra McCain hizo reaccionar al aparato republicano. Por cierto, McCain ha vuelto a dar una lección, con una metáfora potente: lo que está haciendo Trump es “encender a los locos”.
Y ahí, en ese incendio fanático, vuelvo a mi perplejidad. ¿Cómo es posible que aquellos que se consideran a sí mismos cristianos, gente piadosa, pueden respaldar la política del odio?
Me voy con el Génesis. Junto al mar, cuna de la vida.
elpaissemanal@elpais.es
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