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Tribuna
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La doble muerte de Komitas Vardapet

Uno de los grandes músicos de comienzos del siglo XX murió tras una agonía de 20 años causada por lo que vio, escuchó y sintió —en plena represión contra los armenios— durante los 15 días que pasó en un campo de concentración

Rafael Argullol
EVA VÁZQUEZ

En octubre de 1935 moría en el hospital psiquiátrico Villejuif de París, rodeado de un total anonimato, Komitas Vardapet, un nombre casi desconocido en la actualidad —si exceptuamos su presencia en Armenia—, pero al que Claude Debussy y Gabriel Fauré habían considerado uno de los grandes músicos de los inicios del siglo XX. Además de compositor, Komitas era un musicólogo excepcional que, a lo largo de sus viajes, había reunido un tesoro formado por 3.000 canciones armenias, kurdas, persas y turcas. Su labor fue imprescindible para recuperar la música tradicional en muchos de los territorios todavía dominados por el imperio otomano; y aunque su dedicación principal fue la música religiosa le debemos asimismo el establecimiento de puentes entre el legado tradicional y la creación moderna. Dotado de una voz excepcional, los coros que Komitas había dirigido causaron una honda impresión en el París anterior a la I Guerra Mundial.

Sin embargo, esa voz excepcional cesó de repente en 1915, y la agonía se apoderó de Komitas Vardapet 20 años antes de su muerte física. El 24 de abril de 1915 Komitas, que era sacerdote de la iglesia armenia, fue arrestado en Estambul, ciudad en la que residía. En esa misma jornada siguieron su suerte un par de centenares de intelectuales y artistas armenios. Todos fueron enviados al norte de Anatolia Central, a 300 kilómetros de la capital, para, allí, ser detenidos en un campo de internamiento. Simultáneamente se desencadenó una represión masiva contra la comunidad armenia. Decenas de miles de personas fueron asesinadas en una campaña de exterminio étnico que no tenía precedentes. Hubo que esperar a la II Guerra Mundial y al horror desatado contra los judíos para que el crimen masivo tuviera mayores proporciones que el que, por iniciativa del Ejército otomano, diezmó al pueblo armenio. Tras pasar 15 días en el campo de concentración, en circunstancias extremadamente penosas y rodeados por la más completa incertidumbre, Komitas y unos pocos de sus compañeros fueron devueltos a Estambul.

A favor del músico habían intervenido el poeta turco Mehmet Emin Yurdakul, la escritora Halide Edip y, sobre todo, el embajador norteamericano Henry Morgenthau, admirador de la música de Komitas y espectador frecuente de los conciertos que éste realizaba en Estambul. El compositor regresó en un estado completamente trastornado. Enseguida se dijo que se había vuelto “loco”. Fue llevado al pabellón psiquiátrico de un hospital militar, donde permaneció cerca de cuatro años. En 1919, gracias a las aportaciones económicas de varios amigos, fue trasladado a París e ingresado en el hospital psiquiátrico Villejuif. Komitas Vardapet no volvió nunca a cantar.

Esta es la información más segura vinculada a la locura de Komitas: tras su detención nunca volvió a cantar. El resto está rodeado por la penumbra. Hace unos años, tras escuchar una obra de Komitas, me interesé por este autor, totalmente desconocido para mí. Conseguí algunos discos, pocos, aquí y allá, y supe también que en Armenia era considerado un héroe nacional. En algún lugar leí algo sobre su detención y locura. Indagué. Las fuentes eran escasas y los datos, contradictorios. La bibliografía era mínima, teniendo en cuenta la talla que, al parecer, había tenido Komitas. Había unanimidad al recordar que gran parte de la obra del músico se había perdido, en aciaga consonancia con la pérdida de su voz. En algún lado leí que Komitas no solamente no volvió a cantar sino que no volvió a hablar en absoluto. La creencia más extendida era que, durante su largo exilio en el hospital psiquiátrico de Villejuif, el músico hablaba muy poco y permanecía la mayor parte del tiempo retraído y taciturno. Rehuía a los viejos conocidos que le visitaban y no soportaba que le hablaran del pasado. Igualmente estaba desinteresado por el presente. No obstante, se dice, estaba en condiciones de hablar con total lucidez sobre la música, y a veces lo hacía. Los visitantes lo consideraban inmerso en una agonía interminable.

Un velo de confusión y silencio sigue rodeando el genocidio del que se cumplen cien años

Komitas Vardapet, el director del vigoroso coro que había asombrado a Debussy y a Fauré, permanecía casi siempre en silencio. La pregunta sobre lo que llevó a Komitas al silencio es la misma que la que nos hace interrogarnos por la naturaleza de su locura. Algún psiquiatra contemporáneo se ha interesado por su caso y ha sugerido un diagnóstico: tras su detención Komitas sufrió un trastorno de estrés postraumático (PTSD). Puede ser, aunque en 1915 estos diagnósticos todavía no existían.

La pregunta sigue siendo la misma. ¿Qué vio y escuchó Komitas en el campo de internamiento de Anatolia Central? ¿Qué sintió? ¿Cuál fue la violencia que se ejerció sobre él para que regresara a Estambul con ese PTSD o, para entendernos mejor, con esa locura? ¿Qué es lo que le hizo caer en el silencio? Algunos afirman que fue sometido a un simulacro de ejecución, a través del cual debía ser arrojado a un precipicio; para otros, bastó con contemplar la ejecución de los demás. Es difícil penetrar con un guía eficaz en el bosque sombrío de lo que sucedió aquellos días en Anatolia.

La respuesta ofrece los mismos claroscuros que el denominado Genocidio Armenio, que para algunos historiadores implicó la muerte de más de un millón de personas. Turquía sigue negando oficialmente esta matanza, y la mayoría de países pasa de puntillas sobre el tema para no incordiar al Gobierno turco. Cuando se cumple el primer centenario del negro acontecimiento Europa ha sido incapaz de realizar una declaración solemne de condena. Una extraña cautela, si no miedo, acrecenta la sensación de impotencia. A pesar de la presión turca parece casi increíble que, cien años después, las conmemoraciones de aquel suceso hayan sido tan discretas que han rozado la clandestinidad.

Europa ha sido incapaz de realizar una  declaración solemne de condena de lo ocurrido en 1915

Leyendo sobre Komitas he comprobado que ese tono se impuso desde el principio y que los propios armenios exiliados, tras lo que fue llamado Gran Crimen, optaron por callar o por hablar en una voz baja que no incomodara al mundo. Cayó, como consecuencia de la Primera Guerra Mundial, el Imperio Otomano y, luego, gran parte de las tierras armenias fueron incorporadas a la Unión Soviética. El mundo se sumió en otros intereses y preocupaciones. Lo que ahora los medios de comunicación —menos los turcos— llaman mecánicamente el Genocidio Armenio, y que las víctimas bautizaron como Gran Crimen, fue olvidado.

También fue olvidado Komitas Vardapet, quien durante quince días vio, escuchó y sintió el suficiente horror como para preferir el silencio a la palabra. Poco importa si en aquella violencia indescriptible murieron cien mil más o cien mil menos, una disputa de historiadores y, en el peor de los casos, de políticos. Lo que importa es el horror inexplicable al que, abruptamente, tuvo que enfrentarse todo un pueblo. Un velo de confusión y silencio sigue rodeando ese viejo horror. Pero todas las informaciones coinciden: Komitas Vardapet, cuya voz esa tan bella que parecía hacer de tenor y barítono al mismo tiempo, nunca más volvió a cantar.

Rafael Argullol es escritor.

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