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MIRADOR
Columna
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Otro tiro en el pie

Hemos asistido a episodios grotescos, donde sin ninguna acreditación, Hacienda ha sembrado la duda sobre sectores profesionales

David Trueba

Nuestro cotidiano individualismo recibe una descarga cuando el Estado requiere que cumplas con los impuestos. La inquietud se agrava cuando sospechas que algo no funciona bien en tu agencia tributaria. Hasta ahora, todas las reservas iban dirigidas contra una utilización partidista por parte de su titular, el ministro de Hacienda. Hemos asistido a episodios grotescos, donde, sin ninguna acreditación, se ha sembrado la duda sobre sectores profesionales. También en casos elegidos como la evasión fiscal de los Pujol o las asesorías de Monedero, los ciudadanos han percibido un uso de información privilegiada para comparecencias institucionales de carácter electoralista. Al saltar a la plana de los periódicos la declaración de renta de Esperanza Aguirre, ha sido incluso esta destacada dirigente del partido en el Gobierno la que ha culpado a la institución de Hacienda de la filtración interesada.

El desmadre, de contagiarse a otros ministerios, desvelará el historial médico de los candidatos y los votaremos en función de si padecieron rinitis o colon irritable o caries. Sería bueno no quedarse en la anécdota, porque al fin y al cabo las declaraciones de Hacienda no pasan solo por manos de los funcionarios tributarios, sino también de personal bancario que gestiona hipotecas, vendedores a plazos y otros desconfiados prestamistas. Así que la filtración puede venir de gargantas más cercanas. Lo esencial es no dañar el prestigio de la oficina tributaria, su rigor, su discreción, su eficacia y su limpieza frente al partidismo. Ese es el reto.

En la socialdemocracia sueca, hubo un personaje capital, que fue el ministro de Finanzas Gunnar Strang. Había empezado de agricultor sindicalista y, tras alcanzar el ministerio de ese ramo, guió la Hacienda de su país entre 1955 y 1976. Sostuvo conflictos sonados con contribuyentes relevantes, pero fue respetado y admirado, los suecos confiaban en su mano dura, pero también en su prudencia y rectitud. Según recuerda el escritor Per Olov Enquist en sus estupendas memorias, en las competiciones de Múnich de 1972 le preguntaron al medallista sueco en tiro de pistola Ragnar Skanker por las razones de su triunfo, y declaró: “Cualquiera que haya aprendido a sobrellevar el sistema fiscal sueco bajo el ministro Strang no tiene problema alguno para controlar los nervios en unos Juegos Olímpicos”. Es esa precisión, esa seriedad, ese compromiso colectivo, ese tino y ese criterio transparente lo que exige una sociedad a quien manda en su brazo recaudatorio.

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