Ha bastado un pequeño retraso, por razones técnicas o de más de fondo, en el pago de algunas pensiones, para crear al instante un clima de preocupación entre aquellos jubilados que han tratado de retirar su dinero. El problema se pudo solucionar en pocas horas sin más consecuencias, pero ha mostrado la preocupación que se puede generar si se produce una demora más duradera.
Es obvio que la lucha diaria para recaudar el dinero necesario para cubrir la deuda pública es un callejón sin salida. Y además conlleva el riesgo de que, en cualquier momento, se produzca un imprevisto o un fallo en los cálculos. Ni el país ni su economía pueden darse el lujo de querer vivir en este régimen de incertidumbre continua. Las consecuencias ya han comenzado a ser visibles.
El tiempo para negociar con Europa —lo único que puede garantizar un flujo regular de crédito— se agota. Y ya están casi agotados los márgenes de maniobra, las demoras y, muchísimo más, la percepción razonable de las cosas.
El único camino que queda es que el Gobierno del primer ministro Tsipras alcance un compromiso honesto con los demás Estados e ignore las obsesiones.
Cualquier otra opción tendría consecuencias dramáticas para el país y para sus ciudadanos. En el futuro, por desgracia, la reacción que se produzca por un ligero retraso en el desembolso de las pensiones, incluso entre los que votaron a favor o apoyan al Gobierno, no va a ser ni limitada ni manejable.
Atenas, 30 de abril.
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