_
_
_
_
CARTA DESDE HARLEM
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Se regalan textos. Informes aquí

Extraño la perspectiva de poder vivir de mi oficio. No podría llevar la cuenta de la cantidad de correos que me llegan pidiendo colaborar gratis en algún sitio virtual

Creo que era Samuel Butler quien decía que la burocracia es un sistema de hoyos conectados por un hilo. Si la metáfora más adecuada para concebir Internet es también la “red”, no será en virtud de que aún las dos hebras más distantes de esa red están, en realidad, vinculadas por contigüidad. Una red es más hoyos que nodos y vínculos –e Internet es sin duda una red en virtud de sus agujeros–. Nunca es esto más cierto que en la relación entre la producción literaria y el soporte de casi cualquier formato virtual. Cuando se echa un texto a Internet es más probable que se escurra como pez chico entre las fibras a que permanezca a bordo.

Tal vez sea por ese mismo motivo que la escritura en línea es, cada vez más, concebida como mera tipografía que rellena un contenedor. Un contenedor que tiene la peculiar característica de no tener fondo alguno. Porque la paradoja de la red virtual es que entre más vínculos la forman, más hoyos genera, y no viceversa. Y esa forma se reproduce en nuestro cerebro: estoy segura de que algún día se probará el profundo daño neuronal que nos hicimos las millones de mentes que paseamos como equilibristas pachecos en los hilos de la red. Yo extraño mi cerebro pre-Internet. Intuyo en mi forma de pensar grandes baches y lagunas: el pensamiento como eterno coitus interruptus.

Pero también extraño la perspectiva de poder vivir de mi oficio. No podría llevar la cuenta de la cantidad de correos que me llegan pidiendo colaborar con un texto en algún sitio virtual. Esos correos siempre terminan más o menos de la misma forma: “Desafortunadamente, no estamos en la posición de pagar su colaboración. Atentamente, el editor”. El otro día probé suerte con una frase semejante: pero el taxista no me dejó montar al taxi, el panadero no me regaló el bolillo y la barman no me disparó la chela.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_