Un museo para los recovecos de la mente
Una galería ubicada en el hospital psiquiátrico más antiguo del mundo exhibe en Londres las obras de artistas que fueron sus pacientes
Una impactante pareja de esculturas, respectivas encarnaciones de la locura y la melancolía, flanquea la escalinata que conduce al Museo de la Mente, singular centro artístico del sur de Londres ubicado en el hospital psiquiátrico más antiguo del mundo. La galería del Bethlem Royal Hospital, fundado en 1247, estrena esta semana un perfil remozado y ampliado para exhibir con holgura su colección de obras de artistas –entre ellos notables pintores de la era victoriana- con el nexo común de que todos fueron sus pacientes. Un vasto despliegue del llamado arte marginal (outsider art) que se despliegan como forma de expresión de los recodos de la mente y para confrontar el estigma social de las enfermedades mentales.
Las dos figuras a tamaño natural de la entrada, una encadenada y la otra atada para doblegar “el delirio de la locura”, fueron ejecutadas en 1676 por el escultor Caius Gabriel Cibber y coronaron la verja del hospital en su antiguo emplazamiento. Hasta bien entrado el siglo pasado, aquella sede era popularmente conocida por los londinenses como “Bedlam”, un término que en la lengua inglesa se traduce como “alboroto” o “caos” y que entonces respondía a la idea de un manicomio o “casa de locos”. El trato brutal dispensado a los allí recluidos forma parte de la leyenda negra de un centro cuya historia ha evolucionado a la par que el enfoque médico y social de la salud mental, hasta estar hoy posicionado entre la vanguardia de los centros psiquiátricos. Y el arte es una herramienta fundamental en sus terapias.
Entre los ingentes fondos del Bethlem Royal Hospital, destacan los cuadros de notables autores de la era victoriana que sufrieron enfermedades mentales
Richard Dadd, un pintor victoriano de carrera prometedora hasta que mató a su padre de resultas de una crisis nerviosa, es el paciente más famoso de Bethlem. Una vez internado, no solo no abandonó el pincel sino que, lejos de los temas convencionales que hasta entonces había cultivado, se sumergió con sus cuadros en un fascinante universo de fantasía e imaginación. En aquel siglo XIX, el arte comienza a tener cabida en el entorno hospitalario, con los todavía hoy populares dibujos de gatos antropomórficos que firmó Louis Wain durante su estancia en el centro o las extravagantes pinturas de Jonathan Martin, confinado después de que intentara prender fuego a la catedral de York.
Las obras de estos y otros autores integran los ingentes fondos del Bethlem exhibidos en una muestra permanente junto con objetos históricos que desgranan el desarrollo y cambios en el tratamiento de las enfermedades mentales. Las instalaciones audiovisuales con testimonios de los actuales pacientes y de sus progresos contrastan con las camisas de fuerza, los cerrojos o la máquina de descarga de electrodos de antaño. También con la antigua urna de madera para recoger donaciones que recuerda cómo Bethlem fue una suerte de atracción turística en el siglo XVIII: se pagaba un penique por “contemplar a los dementes”.
“Si no mostráramos ese lado negativo de nuestra historia no tendríamos credibilidad, pero tampoco queremos que el museo se convierta en la casa de los horrores”, subraya Victoria Northwood, directora del museo y de más de cinco siglos de archivos que desgranan las historias de quienes estuvieron recluidos. Y la expresión artística forma parte de ese relato. El arte de la esquizofrenia, por ejemplo, es el título de la exposición estrenada este mes en la galería destinada a las muestras temporales y protagonizada por los cuadros de Bryan Charnley, un destacado artista británico que examinó con sus autorretratos la experiencia de la enfermedad y el efecto de diversas medicaciones hasta su muerte en 1991.
“El arte me da poder y libertad, me permite canalizar mi creatividad a pesar de la enfermedad”, explica en la inauguración del museo Dan Duggan, un artista londinense con un largo historial de problemas mentales que también es paciente del Bethlem. Beth Elliott, responsable de la galería temporal, precisa que su programación “es muy variada, a veces responde al valor artístico de las obras y en otras se prima su relación con los temas de salud mental, aunque este último punto es nuestra gran prioridad”. Ese arte marginal y subjetivo, cultivado tanto por profesionales como por otros pacientes sin instrucción en el medio, subraya Elliott, “es especialmente relevante si pensamos que uno de cada cuatro británicos experimenta problemas mentales en algún momento de su vida”. Y en el Bethlem, el pincel se pone al servicio de esas obsesiones internas.
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