Miedo
Las elecciones griegas sirven de aperitivo para el apocalipsis que nos espera
El miedo está en una cesta y cada uno escoge el que quiere. Esta vieja frase podría ser el lema de 2015, porque se acaba de abrir la barra libre. El miedo será el protagonista de un año en el que los troncos de los árboles se contraerán para dibujar caras horrorosas mientras sus ramas se estiran en tentáculos rematados por garras afiladas, cualquier cosa con tal de no dejarnos ver el bosque. Como ya soy muy mayor para el papel de Blancanieves, me asombra la pueril confianza que los aterrorizados depositan en el miedo ajeno, su apuesta por inspirar en los demás el mismo pánico que les paraliza. Las elecciones griegas han servido de aperitivo para el apocalipsis que nos espera. Hablando en parábola, como Jesucristo, los defensores del fuerte de la transición tocan la corneta con la desesperación de las causas perdidas, para convocar al séptimo de caballería del FMI y el BCE. En su afán por hacer ruido pasan por alto algunas cosas importantes, como el sentido común. Si usted fuera un banquero alemán y un presidente griego le diera a elegir entre cobrar el 70% de su deuda o nada, ¿qué elegiría? ¿Nada? Si usted hubiera perdido su casa, su trabajo, si careciera de asistencia sanitaria, de los servicios públicos que antes tenía, y los culpables de su ruina apelaran a su responsabilidad para que nada cambie, ¿adónde los mandaría? Un alto cargo de Hacienda nos recordó que el Estado español ha invertido en deuda griega y que un impago nos perjudicaría a todos. Me dio una alegría, la verdad. Ojalá que con mi parte, por mínima que sea, vuelvan a abrir una escuela, a poner una vacuna, a darle un subsidio a un parado en Grecia. Eso que nos ahorraremos en bolsos de Louis Vuitton, en comisiones, y en jaguars en los garajes de España.
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