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entrevista

Soledad Lorenzo: “El arte es un objeto de deseo social”

La gran dama del arte en España, galerista de prestigio internacional, ha donado su gran colección al Centro de Arte Reina Sofía. Cree que las artes plásticas son el ámbito de la cultura peor entendido en el país.

Jesús Ruiz Mantilla
Soledad Lorenzo ha donado su colección de arte al Museo Reina Sofía.
Soledad Lorenzo ha donado su colección de arte al Museo Reina Sofía.Jordi Socías

Más o menos en paz con la vida y pendiente de su pasión por el arte, aunque alerta en la distancia corta, Soledad Lorenzo, de 77 años, acaba de sorprendernos con un gesto digno de su visión social de la cultura. Ha donado su colección –producto de tres décadas como una de las galeristas más importantes de España– al Museo Nacional Centro de Arte Reina Sofía. Castigada por muertes tempranas, agradecida por la lucidez que tuvo para afrontarlas, sobre todo cuando su marido falleció joven y ella quedó viuda en el Londres húmedo y nebuloso de los años setenta, Lorenzo resucitó tras el luto para bien de muchos artistas que le deben hoy su posición. Sin tapujos, esta señora de la creación plástica confiesa sus años de arranque, su infancia atravesada por el republicanismo de su padre –nació cuando él estaba en la cárcel–, sus revelaciones y tropiezos, sus inspiraciones y su papel de musa involuntaria para, por ejemplo, el fotógrafo Helmut Newton o el poeta Luis Rosales, que le dedicó su libro Diario de una resurrección.

¡Menudo regalo nos ha hecho usted! Es un gesto de inteligencia, por más que diga la gente que de generosidad. Soy completamente independiente, mi familia cercana ya ha muerto. No tengo hijos y he intentado aprovecharme de esa libertad. Así actúas con tus propios instintos, más que reflexivamente.

Algo lo habrá pensado… No, no, no. Al no verte obligada a planificar ni rendir cuentas con nadie, las cosas se dan de forma más espontánea. No te digo que en mi profesión haya que seguir normas, pero, dentro de eso, yo actúo con completa libertad.

¿No recuerda ni el momento en que decidió ir adelante con la donación? Quizá cuando di el paso de cerrar la galería… Me propusieron presentar mis obras en el Museo de Arte Moderno de Santander. Cuando su director, Salvador Carretero, me lo dijo, yo lo primero que pensé es que no tenía colección. Venía haciendo una exposición mensual, más o menos. Eso acapara todo. Pero al cerrar, cuando hice orden en el almacén, de repente vi que, ¡caray!, lo que había no era una tontería. Una colección importante, importante.

Me imagino. Mi ventaja es que, al no sentir cargas, yo hacía lo que me daba la gana: entiéndame bien, hasta cierto punto. Soy responsable, valoro la vida, es algo que debo a mi familia, a cómo me educaron. Todos tenemos revelaciones, pero yo te diría que aquella decisión la tomé un día X a la hora X, en que me planteé: “Bueno, ¿y qué hago con lo que tengo aquí guardado?”.

¿No se le presentó el director del Reina Sofía, Manuel Borja-Villel, a ver qué había por ahí? Nada, nada, no. Ningún director de museo serio te vendría a pedir.

¿No? Serán algunos pocos… Los periodistas exageráis… Que no. Y eso que yo soy de las que llamaban a pedir cosas, por ejemplo a los medios. Personalmente. Y luego, si salía una crítica de las exposiciones, volvía a ponerme en contacto para dar las gracias.

El arte es un objeto de deseo social. Es caro porque es irrepetible”

¿Aunque fueran malas? Aunque fueran malas. El crítico existe para bien y para mal, lo importante es que te atiendan, y eso hay que reconocerlo.

Entonces, llamó usted a Borja-Villel… Le llamé y le dije: “Manolo, tengo aquí estas cosas. Una colección que está muy bien. A mí lo que me gustaría es que viva, y que viva en el Reina Sofía. Un museo de todos nosotros, que se incorpore a su propia colección, no como un apartado Soledad Lorenzo, que la enriquezca como un todo”. Raro era que tuviese algo malo de mis artistas. Yo siempre los elegí con mucho mimo, como eliges al novio. Ves a alguien que te interesa y dices: “De esto quiero”. Puede que los haya mejores, pero sin que te produzcan el triqui-triqui ese que para mí es definitivo. Y que anden libres, que no estén comprometidos con otra galería, me refiero.

¿Casados con otra galería? No, eso es sagrado. Si no lo respetas, tu prestigio se viene abajo.

Y todo esto en lo que se ha metido usted, donación, regalo, como quiera llamarlo, sin nueva ley de mecenazgo. ¿Qué opina? Por ahora es un depósito con promesa de donación. El arte está cambiando, pero el arte, entre la cultura, ha sido el peor entendido.

Bueno, todos dicen lo mismo. Los del sector del cine, los de la música… Pero hay una diferencia, el arte no se reproduce en serie. No es lo mismo que veas los cuadros en foto. Ahí somos distintos. Las galerías existimos para poner en circulación obras únicas. En cuanto a criticar, estoy en una edad en la que empiezo a hartarme de ver solo lo malo. Al fin y al cabo, en Europa vivimos en una situación privilegiada y en una sociedad que nos permite pensar y expresarnos. Cuando no podíamos, yo andaba bien cabreada. Me quejo, como todo el mundo, y me resulta imprescindible protestar para mantener lo que tenemos. Bajar el IVA, por ejemplo.

Dentro de lo malo, el mundo del arte, si valoramos que ha sido el único sector en el que se ha bajado el impuesto, algunos dirán que son ustedes unos privilegiados. ¿Por el trato que nos da el Estado? No tienes ni idea. No se preocupan nada. El arte es un objeto de deseo social. Antes lo era para los reyes, ahora para la sociedad. Eso permite que sobreviva una minoría; la mayoría, aunque se dediquen a ello, tiene que sobrevivir con otras cosas. El arte es caro. ¿Por qué? Porque es irrepetible. A otros sectores les afectan problemas como la piratería, al cine vamos cuatro gatos.

Salvo si bajan el precio de las entradas, que entonces acuden en masa. Bueno, si quiere tener razón, no me pregunte. ¡Deme un poco de protagonismo! No vamos a discutir en una entrevista.

Pero ¿no se acuerda de la fiesta del cine? Bajaron el precio y batieron récords. Porque era una fiesta, pero al cine vamos cuatro gatos. Repito: ¡cuatro gatos! Es que yo lo vivo y usted no.

Pues muy bien. A mí me gusta un pantallón, la oscuridad, el ritual de ir al cine. Cinéfilos somos muy pocos.

No vamos a discutir, ha dicho. Que tengo razón, chato, que es como en todo, si uno tiene sensibilidad visual…

¿Cómo se educa eso? Yo pertenezco a la generación del cine, pero de mi edad va poquísima gente. En el arte somos minoría. En las artes plásticas –esto que digo a lo mejor es una tontería, pero yo sé que tengo razón–, la inteligencia de la mirada debe ser completa, emocional. No nos educan en la mirada, ni en el colegio, ni en la universidad, ni en la sociedad, nadie. Debes ser tú mismo quien decida instruirse también en ello.

¿No existe en ningún lado? En ningún lado, chato, nada, no existe.

Soledad Lorenzo

Santander, 193.

No supo hasta su madurez dónde andaba su futuro. Viuda desde los 36 años, recondujo su vida hacia el arte. Comenzó su andadura en el mundo de las galerías con Fernando Guereta, en 1974, y siguió en Theo. Tras un intenso aprendizaje, en 1986 abrió la suya, donde ha acogido, entre otros, las obras de Pablo Palazuelo, Antoni Tàpies, Joan Hernández Pijuan, Soledad Sevilla, Miquel Barceló, Juan Uslé, Vicky Civera, Txomin Badiola o Ross Bleckner, Louise Bourgeois… Ha recibido la Medalla de Oro de las Bellas Artes (2006), mejor galería de Arco (2008 y 2009) y el FEGA European Award (2009), en Basilea, a toda una carrera, además del premio Arte y Mecenazgo impulsado por La Caixa en 2012. En 2014 ha firmado un acuerdo con el Reina Sofía para donar 406 obras de 89 artistas diferentes de su colección privada.

¿No se debería poner ese acento en el entorno familiar? En el social. Tenemos cinco sentidos.

Pero si estamos rodeados de imágenes, aunque no queramos. Y de sonidos, y como me decía una vez Vicky Civera: “¿Qué me dice del tacto?”. En el mundo del arte se habla del tacto. Lo digo desde fuera, no pertenezco, pero mi sensibilidad actual se debe en gran parte al tacto. Las materias importan mucho. El artista plástico ama todo.

¿Recuerda su primera exposición? Hombre, sí. Fue dedicada a Alfonso Fraile, éramos amigos y estaba libre. Dio la triste casualidad de que le diagnosticaron un cáncer, y ese fue un motivo importante. Por el tiempo que le quedaba. Para mí fue la primera; para él, la última. Simbólicamente, fue especial. Luego vinieron otros, como te digo, igual que los novios. He trabajado con artistas muy diferentes.

¿Cómo le gustaban a usted? ¿Ha confiado siempre más en el instinto que en la razón? El punto de emoción que sientes en el amor cuando alguien te gusta, lo mismo lo tiene el arte. Así eliges con una facilidad enorme.

¿Sospechó al casarse joven que acabaría tan metida de lleno en este mundo? No, no. Como te he dicho, soy inteligente para la vida, pero nadie tiene planes. Yo lo supe porque me enfrenté a circunstancias raras desde joven. Pude decidir por mi cuenta. En mi generación, lo normal era casarse y tener hijos. Al morir mi marido joven, sin que tuviéramos hijos, tuve plena independencia.

Vivían en Londres. ¿No trabajaba? No, pero le ayudaba mucho con su vida social. Él representaba al grupo Huarte y en Londres se centraban las importaciones y exportaciones de muchas cosas. Desde los puros habanos hasta materiales de construcción.

Y de su infancia en Santander, ¿qué recuerda? Viví solo cinco años. Cuando mi padre salió de la cárcel nos trasladamos. Había sido alcalde republicano y lo detuvieron. Una historia más de esos tiempos. Él era azañista, pero no militaba en nada. Era muy trabajador. Su familia vivía del ganado. Fue un autodidacta. Mi madre le seguía hasta el fin del mundo. Cuando yo nací, él estaba preso, pero alguien le salvó. Le quitaron todo, eso sí, aunque algunos cuadros y una parte de la biblioteca se la devolvieron. Pasaban cosas raras.

¿Cuándo comienza su memoria visual? Yo recuerdo el incendio de Santander, año 1941, cuando se quemó la ciudad. Poco después nos vinimos a Madrid y luego a Barcelona. Le fue muy difícil montar luego un negocio, pero mi padre era un hombre muy positivo. Nunca se quejó. Y tenía razón: se había salvado de la cárcel, de una sentencia de muerte, estaba vivo. “¡Estamos juntos! ¡Estamos juntos!”, decía. Así que todos muy felices. El drama, como tal, yo no lo he vivido.

Luego se casó usted porque era una buena moza. Se lo dijo hasta el famoso fotógrafo Helmut Newton. Yo quería casarme y tener hijos. Saqué el bachillerato con unas notas fantásticas, pero a quienes admiraba era a aquellos que conseguían lo mismo sin estudiar nada. Porque era una empollona. Estaba muy empadrada, además. Mis hermanos se lo decían: “Mira qué ojeras tiene Sole y es porque se te cae la baba cuando trae las notas a casa, a esta niña le va a dar algo”. Y luego él me tranquilizaba aparte: “De verdad que a mí no me importa, Sole, tú estudia lo justito”. Pero yo es que no sabía estudiar lo justito. Lo de Helmut Newton fue una sorpresa: “¡Soledad, you are so beautiful!”. Me lo dijo cuando estaba en una época… flaca, flaca, flaca. Y para la edad que tenía, con mala cara.

¿Qué pasaba? Pues que se había muerto toda mi familia, uno detrás de otro.

No nos educan en la mirada, ni en el colegio, ni en la universidad, ni en la sociedad, nadie

¿Es de llevar la procesión por dentro? He aceptado la vida.

¿Y la muerte? Es parte de esa aceptación, a todos nos toca. La tristeza de ir quedándote sola. Los amigos no sabían ni qué decirme. Le pasa a todo el mundo, pero de las revelaciones que he tenido conmigo misma…

¿Qué tipo de revelaciones? Cosas que te dices. Cuando murió mi marido fue un golpe muy repentino. Yo tenía 36 años. Lo abrieron y lo cerraron. Me dijeron: “Vete a casa, está invadido. Dos meses”. Me fui a casa. Mi marido era un vitalista. Yo protestaba por todo y él siempre me decía: “Lo importante es que estamos vivos, tenemos salud”. Y mira tú. Fue tan injusto, tan absurdo aquello. Que le tocara a él. Tampoco se lo conté. Cuando un amigo suyo murió, me lo pidió: “Si algún día me pasa, no quiero saberlo”. Pero aquello me sirvió para aceptar las demás muertes. Por eso creo que he sido inteligente para la vida. Miro atrás y me veo como una superviviente real. Porque he sabido encajar las cosas y esa actitud te da una ventaja para afrontar lo que viene. He vivido aceptando, pero rebelándome, quejándome también.

Luego no se volvió a casar. No, la gente me lo comentaba: “¿No te piensas volver a casar?”. Casarme, no. Otra cosa es rehacer tu vida, si sale. Pero casarme, no. Yo he seguido las reglas, pero también he podido vivir sin ellas. Enamorarme, me enamoré, pero casarme, no.

¿Y esa claridad? La tuve. Viene de muy dentro. De mí misma.

Lo que sí fue es musa de Luis Rosales. Su libro Diario de una resurrección está inspirado en usted. Luis fue una persona maravillosa y muy importante en mi vida. Nos entendíamos en profundidad, no de salir a cenar y eso. Conectamos por el tema de la muerte, mantuvimos una amistad estupenda. Yo amo la cultura porque encuentras a personas que te aportan muchísimo. En la vida se dan relaciones más allá del sota, caballo y rey, pero la gente no acaba de entenderlo. Una cosa es esa y otra el amor. Cada asunto tiene su medida. Ahí queda ese libro en el que, efectivamente, podría considerarme una musa.

Se casó con el negocio, eso sí. Lo importante para mí era rehacer mi vida, en Londres asimilé mi situación. Me ofrecieron seguir con el trabajo de mi marido, pero no quise. Me he conocido a partir de entonces. Al quedarme sola, me fui analizando a medida que actuaba. Yo no sabía nada de mí, la opinión que tengo ahora no la veía tan clara. Siempre cuento una historia de un perro que me siguió por la calle. Era domingo. Londres estaba vacío, vacío. Toqué a ese perro y le dije: “Jo, macho, que solos estamos”. Se levantó y me marcó el paso por delante. Empezó a entrarme un calorcito de compañía, ¿no sabes? Un perro que me miraba, me empezó a gustar. Llegué a mi casa, se sentó afuera, abrí la puerta y él se volvió por el camino que había venido. Aquello me alivió, me sentí feliz. Me dije: “Sole, ya nunca más te vas a sentir sola”. Será un perro, un pájaro, una nube, no sé, pero me di cuenta de que esa capacidad para no temer la soledad estaba dentro de mí. Estas cosas serán una tontería, pero te ayudan a conocerte.

¿Le brotó, digamos, un instinto de rebeldía contra su propio nombre? Caray, parece que mi madre acertó, que estaba predestinada. Pero yo lo veo como un azar. Lo del perro me enseñó que cualquier chorrada te salva. Tu propia lucidez te sorprende, eso es una suerte que no todo el mundo tiene.

¿Cuándo decidió rodearse de artistas para afrontar su futuro? Los artistas me han ayudado muchísimo. Mi primer trabajo en este mundo fue con Fernando Guereta, ahí aprendí que en ese mundo encontraría la actitud que me serviría para mi futuro. Una sensibilidad que, al contar mis cosas, no pareciera idiota con mis revelaciones. Lo que se me pasaba por la cabeza o lo que me ocurría yo no se lo podía contar a la gente. Tenía miedo de parecer gilipollas.

¿Se sentía rara? Afloraban partes de mí que hasta entonces no conocía, como ya he explicado. Revelaciones. La alegría de saberse salvada.

¿Sin creer en Dios? Yo no creo en Dios. La vida es mi dios. El gran misterio es la vida.

Divina vida. Rara, rara. Protagonicémosla.

Rodeada de artistas, no me extraña. La inteligencia, la clarividencia de los artistas, y eso que dicen que son unos pelmas, que no entienden nada, para mí han sido cruciales. La comprenden mejor que nadie. Aciertan siempre. Lo que ocurre es que se arman de unos razonamientos que no van a conseguir nunca, pero también posan los pies en la tierra. Lo que ocurre es que los demás aceptamos mejor ciertos aspectos de la existencia. Ellos no. Pero eso es bueno, porque lo plasman en su obra. Artistas plásticos y poetas nos enseñan mejor que nadie la vida.

Aunque se ha guiado por el eclecticismo, ¿cómo definiría su gusto? No lo sé bien, las ferias me daban alguna pista. Yo diría que tengo algo muy español, no para bien ni para mal, en conjunto, como un feeling. Clásico por muy moderno que sea, más arte que estética.

Cuando montó su galería, ¿diría que fue el momento justo? Sí, sí, los años ochenta eran el momento. Pero en todas partes. Fueron un impulso mundial, pero en España fue algo más porque hasta entonces no existíamos. Aquello nos colocó en la esfera global de tú a tú con otros.

¿Hoy es un buen negocio? ¿Abriría una? Siempre tendrán que existir las galerías, el contexto es bueno cualquiera que sea el momento, creo yo. El arte es una necesidad vital. Una sensibilidad necesaria desde Altamira. Sea un buen o un mal negocio.

¿A qué artista tuvo que pararle los pies? A ninguno, con entender que estás metido en un trabajo en el que, gracias a Dios, cada artista tiene su personalidad resuelves muchos problemas. Cuando escucho a gente de nuestro mundo meterse con los artistas, creo que es que no han entendido nada. Todos tenemos manías y nos aguantamos. El artista es inseguro muchas veces, vive en conflicto, o más bien en desacuerdo, hay que saber animarles. Decirles: “¿Te va a trastocar este problema? ¿Con tu inteligencia?”. Con una frasecita, chato, les ayudas. Son seres humanos solitarios.

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Sobre la firma

Jesús Ruiz Mantilla
Entró en EL PAÍS en 1992. Ha pasado por la Edición Internacional, El Espectador, Cultura y El País Semanal. Publica periódicamente entrevistas, reportajes, perfiles y análisis en las dos últimas secciones y en otras como Babelia, Televisión, Gente y Madrid. En su carrera literaria ha publicado ocho novelas, aparte de ensayos, teatro y poesía.

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