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El Pulso
Columna
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Los niños de América Latina

Chespirito amaba a sus personajes. Tanto que eso fue lo que transmitió en 'El Chavo del 8': amor y compasión

Trabajadores manipulan un retrato de Chespirito, en un tributo en honor del actor tras su muerte.
Trabajadores manipulan un retrato de Chespirito, en un tributo en honor del actor tras su muerte.Alfredo Estrella (Getty)

Recuerdo que diariamente, luego de volver del colegio en Lima, mi hermano pequeño y yo nos sentábamos frente al televisor de casa para sintonizar El Chavo del 8. Toda generación latinoamericana que haya nacido después de la llegada de la televisión creció viéndolo. Se estima que tras su estreno el 20 de junio de 1971, más de 91 millones de telespectadores han visto un capítulo en América (incluido Estados Unidos y Brasil) al día. En 2012 la revista Forbes publicó que El Chavo del 8 le había generado ganancias a Televisa por alrededor de 1.400 millones de euros desde que se dejó de grabar en 1992. Se grabaron 1.300 episodios del Chavo, lo que, según Forbes, habría producido un beneficio de 1 millón de euros por cada capítulo de media hora, aproximadamente.

¿En qué radicó su éxito? ¿Por qué muchos latinoamericanos aún lo ven? Hay algo que Chespirito (Roberto Gómez Bolaños) siempre tuvo claro: sus situaciones tenían que ser atemporales y para todos. Su público eran los niños, pero también conectó con los adultos, porque Chespirito, como sus personajes, era ambos al mismo tiempo. Sus maestros fueron el Gordo y el Flaco, Chaplin, y Cantinflas.

Pero además Chespirito plasmó una realidad de América Latina que, tomada en serio, sería triste y desoladora. El Chavo del 8 cuenta la historia de un niño que todos los días se despierta con hambre y su sueño más grande es tener qué comer, poder desayunar o hacerse con una torta de jamón. Dentro de su humor simple, repetitivo y blanco había una feroz crítica a la sociedad latinoamericana. Quizá no fue su intención, pero al tomar como escenario una vecindad cualquiera de un barrio empobrecido del DF mexicano para ambientar sus historias, Chespirito radiografió América Latina en clave de humor infantil que atravesó el subconsciente de más de una generación.

En oposición al pobre Chavo está Quico, el niño pijo, egoísta, “sangrón” y envidioso que no duda en mostrar sus juguetes y su fortuna

En oposición al pobre Chavo está Quico, el niño pijo, egoísta, “sangrón” y envidioso que no duda en mostrar sus juguetes y su fortuna. Su madre, Doña Florinda, es una viuda de clase alta venida a menos que se queja de la mala suerte de vivir entre la “chusma”. La Chilindrina es la niña lista, pícara y avispada que no vacila en engañar o tomarle el pelo al resto. Don Ramón, su padre, es un vividor, bohemio y “beodo”, “perdón, viudo”, que debe 14 meses de renta y no consigue trabajo porque “ningún trabajo es malo, lo malo es tener que trabajar”. Siempre aguanta los golpes que Doña Florinda le da por culpa del Chavo, quién asegura que no le tienen paciencia. El Señor Barriga es el dueño de la vecindad que le hace honor a su apellido, y cada vez que llega, el Chavo del 8 lo recibe con un golpe “sin querer queriendo”. Doña Clotilde o “Bruja del 71” es una solterona enamorada de Don Ramón, curiosamente interpretada por la española Angelines Fernández (actriz que en su juventud llegó a pelear en las guerrillas antifranquistas antes de emigrar a México en 1947). El profesor Jirafales, un tipo altísimo, visita a Doña Florinda con un ramo de flores, no le gusta que lo llamen “maestro Longaniza” y cuando se enfada con el Chavo por burlarse, el niño responde: “Se me chispoteó”, o “Bueno, pero no se enoje”.

Pero más allá de sus defectos y miserias, hay en todos los personajes una nobleza innata que los hace entrañables. Siempre hubo una intención del autor en hacernos entender que, a pesar todo, es posible la convivencia. La compasión del ser humano y el perdón eran mensajes que Chespirito siempre transmitió. “La venganza nunca es buena, mata el alma y la envenena”, le dice una vez Don Ramón al Chavo, que quería pegarle a Quico porque le había roto un huevo que quería comer. Chespirito amaba a sus personajes. Tanto que eso fue lo que transmitió: amor y compasión.

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