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EL ACENTO
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

‘Delete Viktor!’

El Gobierno húngaro renuncia a instaurar un impuesto para gravar el uso de Internet ante la movilización ciudadana

SOLEDAD CALÉS

La hipótesis de poder borrar de Hungría a su presidente, dándole simplemente a una tecla, debe hacer soñar a los sectores más críticos con un Gobierno que está conduciendo al país a un modelo de funcionamiento cada vez más autoritario. Viktor Orban, que ha ganado al frente de Fidesz todas las elecciones celebradas este año —legislativas, europeas y municipales— y que tiene en el Parlamento una mayoría de dos tercios, se disponía a instaurar la pasada semana un nuevo impuesto que gravara el consumo de Internet, y la gente salió a la calle enfurecida. Uno de los carteles que portaban los manifestantes expresaba a las claras un deseo: Delete Viktor!

El impuesto no iba a ser especialmente sangrante: 150 florines el gigabyte consumido, algo así como medio euro, pero que solo podría llegar a dos y pico como máximo al mes por cada internauta. No era demasiado, pero sí lo suficiente para que más de 100.000 húngaros recorrieran Budapest el martes por la noche protestando contra la medida.

Para muchos, la iniciativa solo respondía al puro afán recaudador de un Gobierno que pasa por dificultades financieras y al que no le salen las cuentas. Para otros era un paso más en la deriva antidemocrática de Orban: empezar a cobrar por utilizar la Red era la mejor manera de anular las críticas que prácticamente ya solo circulan en el universo digital. Desde que conquistó el poder en 2010, Orban ha dictado nuevas leyes que limitan la libertad de expresión y que coartan de manera severa la posibilidad de que las instituciones controlen las acciones del Gobierno. Su ley de prensa ha conseguido silenciar a los medios independientes y su voluntad de control se materializa cuando, por ejemplo, designa a 11 de los 15 jueces del Tribunal Supremo.

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El caso es que los húngaros lo apoyan de forma abrumadora, a pesar de las múltiples advertencias de Europa por su deriva autoritaria. Orban se planta con chulería, critica abiertamente los principios liberales y no esconde su admiración por regímenes como los de Rusia, China o Turquía donde se gobierna con mano dura. Esta vez, sin embargo, ganó la calle: no borraron a Orban, pero sí consiguieron eliminar el impuesto, que el Gobierno retiró el pasado viernes.

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