Los rostros, la mirada, el hombre
Sebastião Salgado extrae un realismo y una verdad que duelen, un lirismo tenebroso
Ese anciano que se ha pateado los paisajes más abruptos y exóticos se apoya ahora en un bastón para seguir caminando y observar con esos privilegiados ojos lugares, ambientes y personas que van a arañar el alma del que contemple la obra de arte, tantas veces dolorosa, que va a captar su prodigiosa cámara fotográfica, intentando según sus propias palabras escribir y reescribir la vida en sus luces y sus sombras. Y la mirada de este anciano se mantiene limpia, con una extraña y maravillosa pureza, después de haberse zambullido tanta veces en el corazón de las tinieblas, de tener claro después de haber sido amargo testigo tantas veces y en todos los continentes de que el ser humano es el animal más violento y peligroso que habita la Tierra, de haber recogido en imágenes en blanco y negro toneladas de horror, desesperación y agonía.
La sal de la tierra
Dirección: Wim Wenders y Juliano Ribeiro Salgado.
Documental.
Francia, 2014.
Duración: 109 minutos.
Se llama Sebastião Salgado. Wim Wenders y su hijo Juliano Ribeiro Salgado le homenajean y nos ofrecen datos esenciales sobre su incansable creatividad y sobre el personaje, alguien profundamente humano, un ser cuyo testimonio personal y la potencia expresiva de su obra se convierten en un acto de afirmación en la vida, aunque haya bajado tantas veces a los infiernos terrenales.
Y resulta milagroso que este señor brasileño que estudió Economía en Europa, destinado a una existencia cómoda y tranquila, pero que decidió el riesgo de intentar plasmar la forma de vivir o de sobrevivir de los eternamente olvidados o despreciados, no haya muerto o quedado tullido en medio del genocidio de Ruanda, las hambrunas en tantos países de África, la guerra de los Balcanes, los incendios de los pozos petrolíferos de Kuwait que perpetró Sadam Husein en la Guerra del Golfo, las minas de oro en las que se hacinan los nuevos esclavos, los apocalípticos campos de refugiados donde gente, que ha perdido lo poco que tenía, trata con instinto animal de sobrevivir a la guerra, el hambre, la sed, el horror.
De todo ello Salgado extrae una verdad y un realismo que hacen daño, un lirismo tenebroso, el alma de lo que fotografía. Pero también existe el Salgado que se asombra de gozo al descubrir civilizaciones desconocidas que parecen vivir en armonía con su existencia, que después de observar con ocho ojos al intruso que se ha acercado a ellos saben que les va a respetar, que esas fotografías no les van a robar el espíritu. Y descubres con hilaridad tribus amazónicas, cristianas y piadosas que mantienen el ritual fijo, hombres y mujeres, de ponerse hasta arriba de alcohol todos los fines de semana. Y otra tribu mexicana de indios que en vez de andar, corren. Por algo será.
Y está el Salgado que hace una oda a la naturaleza en el grandioso Génesis. El que viaja al Ártico y a geografías deshabitadas por el hombre para retratar con paciencia infinita reuniones de leones marinos, pingüinos, ballenas que se dejan acariciar sin relación con Moby Dick. Es el Salgado que replanta la naturaleza en una finca amazónica devastada por la sequía para que resucite la vida. Hay muchos momentos que crean emoción y te remueven en este admirable documental sobre un hombre digno y un artista grande. También la necesidad de volver a observar esas fotografías que forman un universo intransferible.
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