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Cartas al director
Opinión de un lector sobre una información publicada por el diario o un hecho noticioso. Dirigidas al director del diario y seleccionadas y editadas por el equipo de opinión

El debate de Cataluña

La España del ayer marginó a los catalanes y redujo al silencio su voz en las escuelas. Estudiar catalán estaba negado y generaciones de catalanes crecieron siendo analfabetos de su propia lengua. Por suerte, yo pude redimir la memoria y crecí abrazando todo cuanto habían prohibido a mis mayores. Mi niñez fue un momento de grandes cambios políticos que me brindaron un preciado derecho, estudiar mi idioma y poder hablarlo más allá del seno materno. Siempre vi la consulta como una meta y, sin importar donde viviese, votaba por quienes creía que la harían posible. La Cataluña de hoy margina a muchos catalanes y reduce al silencio nuestras voces por el mero hecho de residir en España. Si viviese en Australia, China o Canadá, sería apta para votar, pero como vivo en Málaga carezco de tal derecho. La justificación oficial es que se considera muy difícil “jurídica y operativamente” incluir en el censo a los catalanes que vivimos en España. De las palabras de los responsables de la consulta se desprenden dos razones para justificar esta discriminación. Una señala que “no es posible demostrar la procedencia de esas personas”. ¿Y los catalanes que viven en Japón sí pueden? ¿Acaso no tengo un DNI que pone nacida en Barcelona provincia de Barcelona? La otra razón es de risa, “para evitar el voto españolizado”, tendrán que perdonarme, pero me parece una excusa de marcada vis fascista. Muy señores míos, un proceso que demanda escuchar la voz del pueblo y que pone mordazas es una pantomima.— Tania Luque Benlloch. Marbella, Málaga.

Ante el órdago del nacionalismo catalán, al que antes o después seguirá el del vasco que ahora parece adormecido, ¿no creen que ha llegado la hora del Iberismo? Ese viejo sueño que supone la unión con Portugal en un solo país. En esa Iberia, encajarían mejor las piezas, hoy por hoy invertebradas, de esa balsa de piedra que parece hundirse. Pongamos la capital en Lisboa y dejemos que el río Ebro, río de los íberos, dé por fin nombre a un nuevo país nacido de una vieja idea, dejando de ser la frontera que actualmente nos separa.— Valentín Quevedo. San Ildefonso, Segovia.

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