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Sueños cromados

Un viaje a los años cincuenta a través de los coches de La Habana actual Los vehículos clásicos estadounidenses y la arquitectura de la primera mitad del siglo XX desafían cualquier lógica temporal

Belinda Saile
El Chevrolet Bel Air del artista plástico Marco Castillo, retratado frente al hotel Riviera de La Habana.
El Chevrolet Bel Air del artista plástico Marco Castillo, retratado frente al hotel Riviera de La Habana.Nigel Young

Cada mañana, cuando el sol empieza a calentar la explanada frente al Capitolio de La Habana, se repite un desfile singular en el Kilómetro Cero de Cuba. Un día cualquiera, más de una veintena de coches clásicos americanos de los años cincuenta, niquelados y brillantes, aparcan aquí para convertirse en taxis turísticos. Formidables modelos de Chevrolet, Cadillac, Dodge o Mercury pintados de rosa chicle, verde turquesa, naranja, gris o morado. Muchos son descapotables, como el Buick Super Dynaflow de 1950 de William Hernández, que luce un llamativo naranja, llantas cromadas y tapicería blanca. “Sin techo se puede ver todo mucho mejor y el aire alivia el calor”, dice William. Hemos tenido suerte, está esperando a sus próximos clientes y ha respondido el teléfono. A poca velocidad, no más de 30 o 40 kilómetros por hora, suele pasear a los turistas hasta la plaza de la Revolución, el cementerio de Colón, El Bosque de La Habana y el barrio de Miramar para recurvar, siguiendo la majestuosa línea del Malecón, hasta el punto de salida. “Me preguntan mucho sobre el coche y yo les cuento”, dice. A veces sólo acuden al Capitolio para hacerse una foto. A él no le importa. “Hoy se hacen una foto y mañana, quién sabe, puede que vuelvan para darse un paseo”. La tarifa de una hora son 25 pesos convertibles (CUC), unos 20 euros. Y desde los asientos de estas piezas de museo rodantes se despliega la fascinante belleza destartalada de la arquitectura de La Habana. Un viaje en el tiempo.

“La Habana es un gran museo de arquitectura al aire libre con edificios históricos que han preservado sus estructuras originales gracias a que el boom constructivo que arrasó barrios enteros en otras capitales latinoamericanas en los años sesenta y setenta no llegó a Cuba”, explica la arquitecta cubana María Elena Martín Zerquera, coautora de una de las guías más ambiciosas de la arquitectura habanera, editada por la Junta de Andalucía. En ella se incluyen joyas de una de las épocas más destacables, la primera mitad del siglo XX, con obras de estilo Art Decó, Art Nouveau, Eclecticismo y Movimiento Moderno, edificios que uno, si sabe mirar, descubre durante un paseo por las calles de La Habana. “Hay barrios enteros que guardan todavía el urbanismo, el trazado original de aquella época. El Vedado, Miramar o el Nuevo Vedado, que se levantó prácticamente por completo en la década de los cincuenta, son ejemplos. El Malecón, el Paseo del Prado o la calle Reina son auténticas joyas. Un patrimonio arquitectónico de gran valor que necesita urgentemente un plan de rescate”, dice la arquitecta.

Havana. Autos and Architecture en Vimeo. Vídeo de NIGEL YOUNG

Un legado fabuloso que fascinó a un visitante excepcional, el arquitecto británico Norman Foster, quien en sus repetidos viajes a la isla caribeña también se quedó maravillado con las líneas sinuosas de los coches clásicos. Y nació la idea de documentar este binomio congelado en el tiempo en un libro, Havana, autos & architecture, que ve la luz estos días. Coches y arquitectura. Dos elementos que dan título al libro y que desafían toda lógica temporal, que funden el presente y el pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana. El periodista Mauricio Vicent las ha escuchado a lo largo de los 28 años que ha vivido en La Habana y las relata aquí con mucho detalle. Historias como las de William Hernández, cuyo abuelo fue un inmigrante canario que llegó a ser general mambí y congresista, y cuyo padre, dueño de una vaquería y de colonias de caña de azúcar, se compró en 1951 aquel Buick descapotable que fue lo único que quedó de la fortuna familiar tras la revolución. Hoy da de comer a una familia entera.

La vida media de un coche en Europa es de entre diez y 15 años. En Cuba se calcula que actualmente circulan cerca de 70.000 vehículos estadounidenses producidos antes de 1959, o sea, que tienen al menos 55 años. Muchos de ellos se han convertido en taxis colectivos, una especie de transporte público con rutas fijas que alivian la complicada movilidad cotidiana de la ciudad. Los cubanos suelen llamarlos “almendrones”, en referencia a su forma de almendra gigante, o simplemente “cacharros” cuando ya están muy destartalados. Los más exclusivos y cuidados son, simplemente, “clásicos”. La gran mayoría sigue circulando gracias a múltiples adaptaciones e inventos mecánicos varios. Llevan motores rusos o modernas piezas coreanas. Todo vale con tal de seguir rodando y gastar menos combustible. Pero mantienen lo más visible, su estética, rompedora en su tiempo. Son los sueños lúdicos de grandes diseñadores hechos realidad. Salieron al mercado en un tiempo en el que la aerodinámica, el tamaño, el peso o la eficiencia no importaban.

Coches y arquitectura. Dos elementos que funden presente y pasado de la ciudad y encierran historias que sólo podrían contarse en La Habana

Uno de los modelos más brillantes fue el Chevrolet Bel Air de 1957, un clásico entre los clásicos, símbolo del sueño americano, el lujo accesible para la clase media. Sus grandes y estilosas aletas fueron trazadas por el genial Harley Earl (responsable de otros modelos míticos como el Chevrolet Impala o el Cadillac Eldorado), y en Cuba se vendieron de este modelo unas dos mil unidades. Uno de ellos, de color verde-surf, lo cuida y conduce hoy el artista plástico Marco Castillo, integrante del conocido dúo Los Carpinteros. Todo es original, cada una de las piezas, localizadas y compradas por medio mundo durante años. Marco Castillo ve su Bel Air como una escultura perfecta que supo capturar el espíritu de un tiempo.

En Havanna, autos & architecture, el Bel Air de Marco Castillo posa junto al hotel Riviera, inaugurado aquel mismo año de 1957 con un elegante casino en manos del mafioso americano Meyer Lansky. Las fotos siguen evocando otras historias de sabor nostálgico. Un Mercury rojo de 1954 cruza por delante de la fachada barroca del palacio del Centro Gallego, aquel que el escritor cubano Alejo Carpentier comparó con un pastel de cumpleaños. Y un elegante Austin Healey convertible de 1958 aparece junto a la casa racionalista de Max Borges, arquitecto del mítico cabaret Tropicana. Varios almendrones pasan junto al hotel Habana Libre, en cuyo piso 23 instalaron su cuartel general Fidel Castro y los barbudos cuando tomaron la capital en 1959. Un par de años después entrarían los últimos coches americanos en Cuba.

El fotógrafo Nigel Young, que documenta desde hace dos décadas la arquitectura de Norman Foster, atrapó estas historias habaneras con su objetivo para el libro, que incluye más de 250 fotografías suyas. Lo que más le llamó la atención fue que tanto la arquitectura como los coches sobreviven como bellos y elegantes recordatorios de un tiempo pasado, mientras satisfacen las necesidades más básicas de alojamiento y movilidad. “Ambos son ingeniosamente parcheados y reparados para seguir siendo útiles”, cuenta el fotógrafo. “En un momento quizás enfocaba una carrocería medio desmontada frente a una elegante villa de estilo Art Nouveau o descubría un improvisado taller callejero, cuyas herramientas y partes de motores se dispersaban a lo largo de una elegante calle. Y mientras enfocaba una soberbia obra arquitectónica, no era extraño que sorprendiera al pasar un antiguo convertible cargado de turistas felices de ser el centro de atención en su taxi del sueño americano”.

Un Chevrolet de 1957 pasa por la mítica esquina de las calles L y 23, donde se sitúa el cine Yara.
Un Chevrolet de 1957 pasa por la mítica esquina de las calles L y 23, donde se sitúa el cine Yara.Nigel Young

Cada sábado por la tarde, los dueños de los coches clásicos se reúnen en La Piragua, a un paso del Hotel Nacional, aquel que Lucky Luciano cerró durante una semana en 1946 para celebrar un gran cónclave de la mafia. Quien quiera seguir admirando coches históricos puede acercarse al Depósito de Automóviles Antiguos, donde el historiador de La Habana Eusebio Leal exhibe, entre otros, un Oldsmobile modelo Ninety Eight que perteneció a Camilo Cienfuegos, guerrillero histórico de la Revolución, y el MG descapotable que aparece en la portada del disco más famoso de Benny Moré. Coches que rememoran una época llena de historias.

El fotógrafo suizo Luc Chessex llegó a La Habana en la primavera de 1961. Una docena de imágenes en blanco y negro de aquella época abren el volumen. “Entonces la ciudad tenía un rostro mucho más politizado que ahora. En cada esquina había un cartel o una pintura con mensajes políticos y consignas anticapitalistas”, recuerda. “Viví 14 años en La Habana, y en este tiempo, aparentemente, la ciudad se fue durmiendo poco a poco a causa de las dificultades económicas. Pero la gente nunca perdió su chispa, es más, las necesidades despertaron el ingenio. Si algo se rompe, no se tira. Se busca una solución. Y casi siempre la hay”.

Chessex vive actualmente en Lausana, aunque intenta volver cada año. Un reencuentro en el que no puede faltar una copa en el bar Las Cañitas, del hotel Habana Libre, o en la terraza del Hotel Ambos Mundos. “Aunque haya pasado el tiempo, La Habana sigue siendo la misma en su esencia. Los edificios más altos son los mismos, y las calles no han cambiado mucho. En cierto sentido la ciudad está detenida, pero no por voluntad de los habaneros. Los jóvenes están soñando con otra cosa”.

La Habana y el poder de la memoria

Norman Foster

Havana Autos&Architecture tiene su origen en el viaje que realice a Cuba en la primavera de 2012. Se celebraba la XI Bienal de La Habana, y pasamos bastante tiempo con dos amigos artistas, Marco Castillo y Dagoberto Rodríguez, conocidos como Los Carpinteros. Los Carpinteros habían preparado para la Bienal un espectáculo impactante, 'La Conga irreversible'. Imaginen una multitud de bailarines, todos vestidos de negro riguroso, desfilando por el centro de la ciudad pero no hacia adelante sino hacia atrás. Mientras fotografiaba aquel extraordinario espectáculo me asaltaron dos fuertes sensaciones. En primer lugar, la perspectiva de la cámara me ofrecía un telón de fondo formado por coches y edificios antiguos, en un torbellino de decadencia detenida en el tiempo que sólo puede encontrarse en la isla.

Cuba es un auténtico museo de coches americanos clásicos, sobre todo de esa Edad de Oro que fueron los años 50, y su color y estado de conservación establecen una sintonía especial con los edificios circundantes, pues ambos han desafiado la lógica y los embates del tiempo.

Mientras mi pensamiento se entretenía con estas imágenes, la segunda impresión que tuve, espoleada por las paradojas de la conga, fue la gran sensación de cambio que flotaba en el ambiente. Así, coincidiendo con nuestra visita nos enteramos de que el Gobierno había liberalizado el mercado inmobiliario y que los cubanos podrían comprar propiedades por primera vez desde el triunfo de la Revolución.

Mientras observaba la enorme serpiente humana que danzaba por la calle pensé que no sería extraño que en poco tiempo las cosas en Cuba fueran exactamente igual que en el resto del mundo. Los exóticos vehículos del pasado, esos dinosaurios fabulosos, serían reemplazados por coches modernos, quizá técnicamente superiores pero carentes de alma. Del mismo modo, la riqueza repentina podría acabar de golpe con esa mezcla ecléctica, exótica y única que solemos englobar bajo la etiqueta de arquitectura cubana.

La idea de este libro nació con el propósito de ayudar a las generaciones presentes y futuras, y a los amantes de los coches y de la arquitectura cubana, a apreciar este valioso patrimonio cultural tal y como aparece conservado en una coyuntura tan crítica como la actual. Desde el principio entendí que esta tarea sólo podía recaer en las manos de los mejores. Mi mujer, Elena Ochoa, no sólo apoyó mi idea desde su condición de esposa, sino que además ejerció un papel central en su publicación junto con su equipo de Ivorypress. Desde un inicio formó parte del proyecto el fotógrafo suizo Luc Chessex, que vivió en La Habana en los años sesenta y cuyas imágenes, tomadas entonces, sirven de introducción al libro. También está el Historiador de la Ciudad, Eusebio Leal, quien me presentó por primera vez el esplendor urbano de La Habana. Y La elección del fotógrafo era casi inevitable. Durante muchos años Nigel Young ha sido un integrante fundamental de mi estudio londinense, empeñando toda su experiencia técnica y su instinto visual en registrar nuestros proyectos. La columna vertebral de este volumen se basa en una poderosa idea propuesta por Mauricio Vicent, nuestro escritor. Tras vivir muchos años en Cuba como corresponsal del diario español El Pais, Mauricio poseía amplias conexiones. Su idea era plantear la estructura literaria a través de la vida y los recuerdos de los propietarios de algunos coches muy especiales, cuyas historias a veces transcurrían a lo largo de varias generaciones. Sus relatos, llenos de color, expresan la fragilidad de la vida humana y son la antítesis de las historias oficiales.

En cierto modo este libro es un testimonio del ingenio cubano que ha permitido que continuara funcionando gran parte de esta vasta flota de vehículos, muchos de los cuales siguen prestando servicio a la comunidad, aunque también existe un puñado de coches clásicos que ha subsistido hasta hoy en un fabuloso mundo paralelo creado por unos propietarios y choferes enamorados de los modelos originales, que han sido fieles a su espíritu y han hecho lo imposible por restaurarlos y devolverlo a su estado primigenio.

En una sociedad en la que la búsqueda utópica de la igualdad absoluta lo tiñe todo de color gris, los brillantes colores de los coches y la arquitectura que le sirve de trasfondo forman un conjunto único y distinto del resto del mundo. A pesar de las limitaciones económicas y de la dura situación de escasez, estos viejos vehículos no sólo han logrado sobrevivir, sino que siguen siendo símbolos de un estatus: unos objetos concebidos para ser exhibidos, de forma que sus detalles más ínfimos logren capturar la imaginación y sean sujeto de discusión y debate entre amigos y vecinos. El marco arquitectónico ofrecido por una calle de La Habana no recuerda demasiado a los arbolados barrios elegidos por la publicidad de los años 50, pero el mensaje que ambos transmiten sigue siendo el mismo. Todo ha cambiado pero todo sigue igual. Porque el primitivo orgullo de la posesión y la necesidad del individuo por sobresalir de la masa siguen estando tan vigentes como el primer día.

Extracto del epílogo de Havana. Autos & Architecture, editado por Ivorypress (2014).

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