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Columna
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Esclavas

Una buena parte de las prostitutas de nuestro país son mujeres secuestradas, violadas y apresadas por mafiosos brutales que las aterrorizan con palizas y con amenazas a sus familias

Rosa Montero

Hoy es el día internacional de la lucha contra la explotación y el tráfico de mujeres. Diversas fuentes dicen que España es el tercer país más consumidor de prostitución del planeta, después de Tailandia y Puerto Rico. Según Médicos del Mundo hay un aumento de demanda entre los chicos jóvenes, y para llegar a ellos han hecho un cómic titulado Esclavas. Porque quieren mostrarles una verdad de la que siempre nos olvidamos, y es que una buena parte de las prostitutas de nuestro país son mujeres secuestradas, violadas y apresadas por mafiosos brutales que las aterrorizan con palizas (las meten antes en agua fría para no marcar la mercancía con cardenales) y con amenazas a sus familias. Nos hemos acostumbrado a esa atrocidad y la ignoramos; pasamos por delante de los locales de carretera con sus lucecitas de colores sin fijarnos en que a menudo sus ventanas tienen rejas para evitar que las víctimas escapen. Ahora bien, la cruel realidad de la trata de mujeres se confunde en nuestro país con la prostitución en sí. Las asociaciones de profesionales del sexo como Hetaira reclaman el derecho a ejercer su oficio con seguridad y las comprendo, porque una mujer que vende su cuerpo libremente y con la debida protección legal quizá pueda ser menos esclava que la que vende su vida en un empleo embrutecedor por 600 euros al mes. La prostitución es algo tan viejo como el mundo, y no parece que las prohibiciones hayan conseguido erradicarla, ni siquiera en Suecia con su famoso plan de penalizar al cliente: hay estudios serios que sostienen que el triunfalismo sueco es falso y que la ley ha marginado aún más a las prostitutas. El problema es cómo proteger a las profesionales mientras se persigue sin tregua a los traficantes. La cuadratura del círculo.

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