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Columna
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Tragaderas

Despues de varias décadas de tantísimo mangoneo, hemos desarrollado unas tragaderas legendarias y nuestro disgusto ante las tropelías es efímero y tibio

Rosa Montero

 Hoy, explicaciones de Montoro en el Congreso sobre el caso Pujol. A mí, que sigo contando los años con el ritmo escolar, este inicio de curso tan pujolil me parece un amargo y certero símbolo de la actualidad. Cómo ha cambiado este país en los últimos treinta años; en algunas cosas para bien y en otras para echarse a llorar y no parar. Recuerdo aún el escandalazo que se montó cuando Pilar Miró, directora de RTVE, pasó al Ente las facturas de algunas prendas de vestir. Aquello nos pareció espantoso. Éramos inocentes, es decir, ignorantes, pero también más estrictos, más respetuosos aún con los valores esenciales. Ahora, después de varias décadas de tantísimo mangoneo, hemos desarrollado unas tragaderas legendarias y nuestro disgusto ante las tropelías es efímero y tibio. Pues bien; yo quiero decir que el caso Pujol ha conseguido escandalizarme como si fuera nueva. Ese tipo que iba de padre de la patria; ese mentiroso monumental que se erigía como el emblema de la honestidad civil y la rectitud política; ese desvergonzado capaz de decirle a Jordi Évole en una entrevista escalofriante que a él no le habían tentado nunca porque la gente sabía a quién no podía tentar; ese señor que luego ha recurrido a las defensas previsibles del liante, denunciando a los bancos y diciendo que le atacan porque es catalán; ese individuo que consiguió convertir a su familia en una banda de apandadores (eso sí que es educar férreamente a los hijos); ese ser tenebroso que parece salido de la zona oscura de la guerra de las galaxias, en fin, me repugna; y no quiero dejar que mi escándalo se convierta en fastidio y luego en desmemoria, como nos sucede tantas veces con tantos desmanes como nos tragamos derrotadamente cada día.

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