Pura raza
Una fina línea separa la curiosidad sincera de la prepotencia del que cree que, por ser local, lo asiste el derecho a preguntarlo todo
Braulio, el carnicero de mi barrio, es paraguayo. Teodora, la verdulera, boliviana. El hombre al que le compro cilantro en un puesto que está junto a las vías del tren, de Perú, igual que la chica que atiende la verdulería del supermercado chino que está a metros de casa. Los dueños del chiringuito donde consigo pilas recargables son de Bangladés. Los chicos del kiosco, colombianos. Sé algunas cosas de las vidas de todas esas personas: las que me atreví a preguntar, las que quisieron contarme. Una fina línea separa la curiosidad sincera de la prepotencia del que cree que, por ser local, lo asiste el derecho a preguntarlo todo. Me llevó cuatro años saber que Teodora tiene dos hijas y que, en Cochabamba, jugaba al fútbol. Meses saber que la chica peruana de la verdulería tiene a la madre internada. Hace una semana, una mujer a quien conozco, empleada doméstica, llamó por teléfono a una posible empleadora y, apenas después de decir “hola”, la posible empleadora preguntó: “¿Sos boliviana?”. “No, señora, de Paraguay”. “¿Estás embarazada?”. “No, señora”. “¿Tenés novio?”. “No, vivo en pareja”. “¿Te cuidás? —preguntó la mujer, refiriéndose al uso de anticonceptivos—. Las últimas tres empleadas que tuve eran bolivianas, quedaron embarazadas y las tuve que echar”. Leo, en el informe Cómo identificar vacas enfermas, que “las vacas frescas son los animales con mayor potencial productivo en la lechería. Sin embargo, (...) son las más susceptibles a padecer enfermedades (...): mastitis, cojeras, fiebre de leche (...) Las pérdidas económicas asociadas con estas enfermedades se estiman entre los $200 y los $400 por caso (...) La identificación temprana (...) puede llevar a una disminución del coste de la enfermedad (medicamentos y pérdidas de producción)”. La mujer que ofrecía el empleo era, como yo, argentina. Sea lo que fuere que eso quiera decir.
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