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EL PULSO
Columna
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Soltar todo y largarse

En su vida anterior fue Álvaro Neil, oficial de una notaría de Madrid; ahora es Biciclown: un payaso en perpetuo movimiento

Biciclown, recorriendo las estepas de Mongolia.
Biciclown, recorriendo las estepas de Mongolia. Biciclown

Todos los relatos de viaje son también historias de huida. Para dejar muy atrás su disfraz de notario, desde hace nueve años su bicicleta y él fatigan sin pausa caminos. En su vida anterior fue Álvaro Neil, oficial de una notaría de Madrid; ahora es Biciclown: un payaso en perpetuo movimiento, alguien que en algún momento de su pedaleo dejó de ser un viajero para, según sus propias palabras, “convertirse en un nómada, sin más casa que el camino”.

Es por la tarde en Neiva, Colombia: hoy la lluvia no ha permitido la partida. Lleva una camiseta blanca de tirantes que incendia su bronceado, y me mira a través de unas gafas de montura negra. Es un hombre de pelo oscuro con alguna cana, cuarenta y tantos, acostumbrado a despertar curiosidad –acostumbrado, por tanto, a preguntas como las mías. Me cuenta que se aloja, como tantas otras veces, en una casa prestada; y que tiene bien diagnosticada su enfermedad: “Se llama mapamunditis y solo se cura viajando”.

Todos los relatos de viaje incluyen digresiones y cambios de planes. La idea inicial era tardar una década en regresar a Oviedo, su punto de partida, pero ahora calcula que serán unos 13 años: “Pero no me quedaré en España, tan solo finalizará esta vuelta al mundo”. Y comenzarán otros itinerarios. No busca la paz. Ni jubilarse. Bajó desde Tánger hasta Ciudad del Cabo; y subió desde Ciudad del Cabo hasta El Cairo; su ruta de la seda lo condujo por topónimos propios de Benjamín de Tudela o Marco Polo: Jerusalén, Damasco, Estambul, Armenia, Teherán, Lahore, Katmandú, Mongolia, la Ciudad Prohibida. En la vastedad de Australia pudo pedalear al lado de su hermana. Un buen amigo español lo ha visitado nueve veces en nueve países distintos. Esta es la tercera bicicleta que exprime. En Alaska, hace unos meses, conoció a Martina y desde entonces viaja en pareja.

Durante mis propios años de vagabundeo por el mundo a menudo tarareaba una canción de Silvio Rodríguez que empieza diciendo: “Soltar todo y largarse, qué maravilla…”. Todos los relatos de viaje son ficciones de libertad. Ante los demás y, sobre todo, ante nosotros mismos, nos convencemos de que somos capaces de soltar lastre, de liberarnos de los corsés sociales. De volar. Las webs y las redes sociales permiten ahora que los viajeros hagan público, día a día, el guion y los fotogramas de esa película que protagonizan. Que conviertan su vida inquieta en un espectáculo de realidad. Yo volví a los dos años, porque echaba de menos un contexto estable. La mayoría vuelve, volvemos. Pero él sigue en marcha, tal vez porque se ha vuelto realmente un nómada y es adicto tanto al esfuerzo físico como al cambio de paisaje o a las carcajadas ajenas. Me dijo antes de despedirnos: “Mi espectáculo de clown es lo más significativo de mi personalidad”. En las fotografías son radiantes sus sonrisas maquilladas, la nariz rojísima. A su alrededor se desternillan niños de cualquier rincón del mundo.

Así terminaba esta crónica: este nuevo y último párrafo solo comenzó a existir cuando, días después de la entrevista, se me ocurrió buscar en Google a Martina y descubrí que conoció a Álvaro al final de su propio viaje, pues “Martina Gees y Monika Loder viajaron desde Ushuaia hasta el extremo norte del continente americano” durante dos años, leí en alguna web. Todos los relatos de viaje son –además de huidas, digresiones, cambios de planes y ficciones de libertad– historias de amor.

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