Sudáfrica mira su pasado más negro
Lleva dos años rodando desde que en 2012 se estrenó en Nueva York y ha pasado por Milán y Múnic, pero la apertura de la exposición Auge y caída del apartheid en Johannesburgo está siendo el evento de la temporada cultural en este tiempo del 20 aniversario de la Sudáfrica democrática. La muestra es la mayor que se ha hecho sobre el tema y recoge 800 instantáneas y 27 vídeos que 60 fotoperiodistas sudafricanos hicieron durante seis décadas de represión y segregación racial.
Actualmente no es la única exposición sobre el régimen racista blanco porque coincidiendo con la efeméride son numerosas las salas en todo el país que aprovechan para echar la mirada atrás.
Pero sin duda, la más exhaustiva de todas las muestras es la del Auge y caída del apartheid, que se puede visitar hasta el 29 de junio en el pintoresco Museo de África de Johannesburgo, un mercado reconvertido situado en el epicentro de Newtown, uno de los barrios en transformación de la a veces inhóspita capital económica sudafricana.
Gracias a la concepción cronológica, la muestra ayuda a entender cómo se desarrolló la fotografía, y el fotoperiodismo en Sudáfrica. Los inicios son básicamente una concepción idílica de la vida del blanco patrón y el negro trabajador. Con el ruso Leon Levson se podría marcar la frontera de cuándo ese costumbrismo etnográfico deja paso a la fotografía documental y, por qué no decirlo, al activismo social.
Una imagen de Leon Levson, tomada en la década de los 50 en las calles de Johannesburgo.
Ese documentalismo es el que posibilita repasar el cambio de los símbolos y gestos de la resistencia contra el apartheid. Primero, los manifestantes levantan su dedo pulgar. Es el momento de la agitación pacífica, de las protestas más o menos autorizadas, con un Congreso Nacional Africano (ANC) todavía legalizado que lucha exclusivamente por la vía política por la igualdad racial. Son los años 50, cuando Nelson Mandela y otros líderes de la formación son juzgados y absueltos en un larguísimo juicio conocido como el de la Traición y que dejó una multitud de emblemáticas fotografías, con un joven y fornido Madiba en traje sonriendo en la entrada del juzgado.
Protesta de mujeres ante los jugados de Johannesburgo donde Mandela y la cúpula del ANC eran juzgados por traición. Algunas manifestantes alzan su pulgar. Foto: Times Media Collection/Museum Africa
De esta época pacífica es la Defiance Campaign (Campaña del Desafío), impulsada por el ANC en 1952 y considerada el primer gran movimiento masivo contra el apartheid. La organización pide a los sudafricanos no-blancos que no cooperen con las leyes injustas que promueven la segregación racial. Así surge la oposición frontal y activa a los traslados forzados de barrios que el régimen diseña para separar a blancos de nativos y que, en Johannesburgo, tiene su punto simbólico en el barrio multiracial y vibrante de Sophiatown convertido en un afrikáner Triomph o en Ciudad del Cabo, el mítico Distric Six, totalmente desaparecido. Además, se convocan huelgas de transporte público o se anima a quemar las identificaciones personales que los llamados no-europeos deben llevar siempre encima para enseñarlo en cualquier momento al policía que lo requiera.
Manifestación de las Black Sash, en el Ayuntamiento deJohannesburgo. Foto:Jürgen Schadeberg
En 1955 otro movimiento acaparará los objetivos de los fotógrafos locales. Es el Black Sash (Banda Negra), que coge su nombre del fajín que lucen las manifestantes. Su particularidad es que es un movimiento de mujeres blancas, con una imagen fácilmente asociable a las señoras tradicionales, respetables, privilegiadas por el apartheid que salen a la calle con grandes pancartas, acabadas de salir de la peluquería y vestidas con elegantes trajes chaqueta. El éxito del movimiento es que nada es improvisado sino que se trata de una puesta en escena pensada y planeada para obtener una buena imagen fotográfica.
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Pero llega el 21 de marzo de 1960. La policía dispara a quemarropa a una multitud de negros del gueto de Shaperville que secundaban un boicot y mata 69 personas. La matanza supuso un punto y aparte en la oposición al régimen supremacista blanco. Los no-blancos pierden la paciencia y la esperanza de que sus acciones pacíficas lleven a buen puerto. El ANC asume la lucha armada y crea su guerrilla. El gesto de protesta cambia el pulgar alzado por el puño cerrado, la imagen del poder negro que ha sobrevivido hasta hoy en día.
Mbuyiselo Makhubu lleva en brazos a Hector Pieterson, de 12 años, el 16 de junio de 1976, en Soweto. Sam Nzima llevará al herido al hospital en su coche tras tomar esta foto.
Otro episodio que marca el movimiento anti apartheid es la matanza en Soweto. Un centenar de estudiantes muere a manos de la policía, que entra en el simbólico gueto de Johannesburgo para poner fin a una protesta pacífica contraria a que el afrikáans sea la lengua vehicular en la escuela. La imagen del adolescente Hector Pieterson, herido de muerte, transportado por un amigo suyo y al lado de su hermana, como la recreación de una especie de piettà moderna da la vuelta al mundo
La muerte siempre tan presente durante los años del apartheid también ha dejado huella en la fotografía sudafricana. Los funerales de las víctimas de la brutalidad de la policía, que no duda en atacar a niños o mujeres, sirven al movimiento anti apartheid de lugares de duelo y dolor por los caídos pero al mismo tiempo ofrecen una plataforma única para reivindicar la continuación de las reivindicaciones y la lucha.
Funeral popular por la muerte de manifestantes, en la provincia de Gauteng, en 1985. Foto: Gille de Vlieg
Protesta por el asesinato del activista Chris Hani, en 1993 Foto: Jodi Bieber @Goodman Gallery Johannesburg
La exposición también da pie a reflexionar cómo paulatinamente la vida cotidiana se iba complicando con la burocracia y normas de la segregación, aunque no siempre era tan fácil el cumplimiento. Es una buena posibilidad para conocer el día a día, la cotidianidad de negros y blancos, de oprimidos y beneficiados por un régimen que trató a toda la sociedad como si fuera menor de edad, censurando medios de comunicación, retrasando la llegada de la televisión hasta 1976 para evitar la contaminación extranjera. Sin embargo, blancos y negros se divertían cómo podían y Johannesburgo fue durante los 70 y 80 una capital cosmopolita, llena de locales y salas de música donde incluso se mezclaban las razas.
La resistencia interior existió desde el principio, aunque es a partir de la década de los 70 cuando las organizaciones de derechos humanos y los activistas salen a las calles con más asiduidad, animados por las protestas que se llevan a cabo en Europa y Estados Unidos para pedir la libertad de Nelson Mandela y el fin del apartheid. Las movilizaciones no son tampoco exclusivamente de negros recluídos en los guetos sino que sectores blancos participan activamente exigiendo la eliminación de las normas racistas.
Por contra, la derecha afrikáner se moviliza en 1990, cuando la liberación de Mandela no deja lugar a dudas de que el fin de la segregación se acerca irremediablemente. El movimiento contrario a la nación multiracial (del arcoíris, como la bautizaron Mandela y el arzobispo Desmond Tutu) sigue activo aunque políticamente es muy minoritario, casi residual.
La muestra es una buena oportunidad para ver el trabajo de generaciones más jóvenes que en los últimos coletazos del régimen inmortalizaron las luchas por el sufragio universal. Mandela ya había salido de la prisión y empezaba un periodo de transición, hasta 1994, en que el ANC y los últimos dirigentes del apartheid trataban de consensuar las nuevas reglas del juego. Es un momento de una violencia extrema en el país, con los guetos ardiendo por los enfrentamientos alentados por el régimen entre el ANC y zulús.
Es el momento del Club Bang Bang, formado por cuatro jóvenes fotógrafos bragados en las protestas de los guetos, cuya épica se convirtió en un estilo y en una película en 2010. Se trata de João Silva, que en 2010 sufrió la amputación de ambas piernas al pisar una mina en Afganistán; Kevin Carter, que se suicidó en 1994 tras no haber superado la polémica de su fotografía de una niña moribunda en Sudán que le valió el Pulitzer; Greg Marinovich, también reconocido con el mismo galardón y autor del libro autobiográfico del grupo; y Ken Oosterbroek, fallecido poco antes de las elecciones democráticos durante un tiroteo en un gueto. Como si fueran un reflejo del drama sudafricano.
Para los que le sepa a poco este bocado de memoria histórica, tienen en marcha la retrospectiva del veterano Peter Magubane, de 82 años, en la sala Absa del centro histórico de Johannesburgo. El fotógrafo atesora negativos de, por ejemplo, la matanza de Shaperville en 1960, el juicio contra Nelson Mandela y la cúpula del Congreso Nacional Africano (ANC) en 1964 o las revueltas estudiantiles de Soweto, en 1976.
Magubane es el patriarca de unos profesionales de la imagen que se jugaron el tipo. Su caso es el vivo ejemplo de cómo se las gastaba el régimen, fue detenido, torturado encarcelado en dos ocasiones y vetado para la práctica de su profesión durante cinco años. Durante décadas estuvo en primera línea, colaborando con la revista Drum Magazine, que retrataba la vida cotidiana de los guetos de negros y mestizos (coloured), sus modas, tendencias culturales, sus músicas, aunque también sus problemas y luchas con el apartheid. En este mensual, aún hoy en los quioscos, se denuncia la brutalidad policial, los desalojos y traslados forzados que comportaron la destrucción de barrios como el District Six en Ciudad del Cabo o la reconversión a área blanca del multiracial Sophiatown. En Drum, junto a Magubane, destacan otros referentes como Henry Nxumalo o el alemán Jürgen Schadeberg.
Hay más oferta. La Fundación Nelson Mandela muestra 200 fotos del estadounidense del premio Pulitzer David Turnley, que trabajó en Sudáfrica entre 1985 y 1995 y tuvo la fortuna de estar cerca de Mandela en momentos claves de su vida.
Mandela baila durante la ceremonia de toma de posesión como primer presidente
negro del país, en 1994 Foto: David Turnley
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