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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Tapar el sol con el dedo

Que el 30% de los argentinos pueda vivir bajo el umbral de pobreza no es un problema matemático

El Gobierno argentino asegura que los cálculos para establecer el número de pobres en el país sudamericano están mal hechos. El Instituto Nacional de Estadística y Censos (Indec) iba a revelar la semana pasada el índice de pobreza pero el Ejecutivo de Cristina Fernández decidió suspender su divulgación. Según el ministro de Economía, Axel Kiciloff, existe un problema técnico de “empalme” —de coordinación—, con el índice de precios al consumo (IPC). Hasta que se corrija esta desviación, la Administración Fernández, se remite a la última cifra oficial que se remonta al primer semestre de 2013 y establece el nivel de pobreza en el 4,7%.

Pero sucede que el IPC argentino está bajo sospecha permanente desde que en 2005 el marido de Cristina Fernández y entonces presidente, Néstor Kirchner, decidiera despedir a la toda la cúpula del Indec por negarse a rebajar la cifra real de inflación que expertos y organismos internacionales establecen desde entonces alrededor del 25% anual y que para el “nuevo” Indec raramente llega a los dos dígitos. No se trata sólo de una cuestión que afecte al ciudadano argentino, para quien la inflación fulmina su capacidad adquisitiva y nivel de vida, sino que resulta esencial, por ejemplo, a la hora de calcular pagos de intereses y devoluciones de deuda.

Ahora llega el turno del índice de pobreza, que se calcula mediante una fórmula estándar siguiendo recomendaciones del Fondo Monetario Internacional. Economistas y organismos argentinos han realizado el cálculo por su cuenta y resulta que el índice de pobreza en Argentina se ha disparado y se sitúa entre el 25% y el 30% de la población. Si el Indec ha seguido la metodología ortodoxa, a la que se ciñe el resto del mundo, habrá llegado a la misma conclusión. Pero entonces aparecen los problemas de “empalme”.

Tapar el sol con el dedo nunca ha sido una solución efectiva, pero esa es precisamente la opción a la que se lanzaron los Kirchner cuando alteraron el índice de inflación. Como en una cascada, el índice manipulado modifica los demás en los que participa y el ciudadano argentino lo sabe sin necesidad de cálculos. Los salarios cada vez dan para menos y la fascinación que Fernández despertaba en las clases desfavorecidas —cada vez más numerosas— se ha esfumado, como se comprobó en la última huelga general. Que el 30% de los argentinos pueda vivir bajo el umbral de pobreza no es un problema matemático.

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