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QUÉ MUEVE A... IBETH REAL

La miel la hizo libre

A pesar de tenerlo todo en contra, Ibeth Real aprovechó todas las oportunidades formativas que encontró. Hoy es autosuficiente y planea convertir su negocio de apicultura en exportador

Pablo Linde

Abundan los motivos para que la vida de Ibeth Real, de 41 años, no resulte fácil. A los que comparte con la mayoría de sus vecinos -el simple hecho de nacer en Muyupampa, una zona rural de Bolivia, lugar paupérrimo en uno de los países más pobres de Suramérica-  se suman algunos  más: ella es mujer en un entorno tremendamente machista; una mujer que cometió la “locura juvenil” de casarse a los 18 años y dejar los estudios. Y su matrimonio fue quebrándose con el paso de los años. Hace cinco que está roto de hecho, pero ni se ha conseguido divorciar -por problemas burocráticos- ni cuenta con los recursos necesarios para mudarse, pues empleó todos sus ahorros en comprar la casa que comparte con su marido. Aunque no se dirijan la palabra.

Pero que existan dificultades (y muchas) no significa que sean insuperables. La agricultura parecía  en principio el único medio que se le presentaba a una mujer sin formación del campo boliviano para sacar a sus dos hijos adelante. Maíz, frijoles, maní… Todo lo que crece en la tierra de su zona lo ha cultivado y recolectado durante años junto a su esposo. Pero Real vio las oportunidades pasar ante ella y las aprovechó. Instituciones locales y ONGs comenzaron a impartir cursos de formación y ella asistió a todos los que pudo. “Hoy sé hacer muchas cosas: panadería, repostería, embutidos, mermelada, costura, cría de aves, de pollos, llevar una granja”, enumera.

Lo último que aprendió fue apicultura hace ya siete años. Y hoy es su medio de vida y su pasión. No lo cambiaría por otra profesión, pero el resto de saberes le dan tranquilidad: si vienen mal dadas podrá recurrir a cualquier otro de los oficios aprendidos. Habla por teléfono con Planeta Futuro desde la casa que comparte con su marido, esperando a que su hija de 10 años vuelva del colegio para marcharse enseguida al centro donde lidera la Asociación de Mujeres Productoras de Muyupampa (Amprom). Ésta se compone de 13 trabajadoras que han montado una suerte de cooperativa. Producen una veintena de productos procedentes de la miel: “Empezamos 125, pero poco a poco el grupo se fue reduciendo. En muchos casos, sus esposos no les permitían que continuasen trabajando, aquí hay hombres muy machistas. Otras lo dejaron porque para llegar al centro tenían que recorrer varias horas andando”.

Real es una de las protagonistas de la campaña #mujeresinvisibles de Ayuda en Acción, que intenta llamar la atención sobre la feminización de la miseria. Según cifras de la ONU, de los 1.300 millones de personas que viven en pobreza extrema, 910 millones (70%) son mujeres. La ONG le da una perspectiva optimista al dato, mostrando una serie de casos en los que ellas han conseguido salir adelante partiendo desde situaciones muy complicadas.

Real se muestra agradecida por la ayuda recibida. “Si no fuera por las oportunidades formativas que este tipo de organizaciones nos brindan, resultaría difícil dedicarse a otras labores que no fueran el campo”, reconoce. Su trabajo sigue siendo rural (ha instalado en su casa unas 40 colmenas de las que recoge cada año alrededor de 800 kilos de miel) pero se ha convertido en una persona autosuficiente que comercializa productos trabajados desde la materia prima hasta el envasado y se enorgullece de ello. “Ahora elaboramos champús, cosméticos, miel para la alimentación... Y me encanta explorar nuevas posibilidades y probar con otros artículos. Estamos planteando producir ceras depiladoras y extender el ámbito de comercialización. Nos limitamos a nuestra localidad y a supermercados de la región, pero sabemos que hay demanda de estos productos naturales y queremos llegar a exportarlos fuera de Bolivia”, asegura. Entretanto, anda en conversaciones con otra empresa para que fabrique envases exclusivos para su asociación y la distinga de la competencia.

Esa ambición que muestra con su fábrica es la misma que le llevó a moverse, a aprender y a emprender, e idéntica a la que tiene para sus hijos. El mayor, de 20 años, está estudiando en la universidad de la región para ser veterinario y la pequeña ya va por quinto de primaria. “Me gustaría que ella pudiese estudiar en el extranjero y tuviera las oportunidades de las que yo no gocé”, relata. Mientras nos atiende es precisamente su hija menor la que está llegando a casa tras un día de clase. Son alrededor de las 12.30 y su jornada laboral está a punto de empezar. No terminará hasta prácticamente la noche. Cuando regrese a la casa donde convive sin hablarse con su marido, seguirá superando dificultades. “Es una situación durísima, pero por ahora sin solución”, se resigna.

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Sobre la firma

Pablo Linde
Escribe en EL PAÍS desde 2007 y está especializado en temas sanitarios y de salud. Ha cubierto la pandemia del coronavirus, escrito dos libros y ganado algunos premios en su área. Antes se dedicó varios años al periodismo local en Andalucía.

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