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El acento
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

El honor perdido de Wulff

Pese al discurso antipolítico en boga, lo cierto es que la vida política suele ser dura

SOLEDAD CALÉS

Pudo ser el delfín de Angela Merkel, pero tuvo que dimitir como presidente de Alemania hace dos años. Christian Wulff, señalado como sospechoso de varios delitos, al final fue acusado solo de cohecho y por una suma modesta (720 euros), importe de gastos de hotel pagados por un empresario aparentemente interesado en que Wulff se ocupara de un proyecto cinematográfico suyo. Pero un tribunal le ha absuelto por falta de pruebas.

Sobre el expresidente alemán han corrido ríos de tinta. No solo a causa de conductas públicas, sino por asuntos privados como la insinuación —desmentida— de que su esposa procedía del mundillo de las escorts, una imputación particularmente picante para un hombre de moral religiosa. Tras su dimisión, ella pidió el divorcio y aprovechó para publicar una autobiografía, ahondando así un poco más la fosa donde había caído el honor de su marido.

Los casos de corrupción, reales o supuestos, suelen provocar una gran excitación mediática. Sobre todo cuando el mandatario comete el error de amenazar a un diario, como hizo Wulff con el populista Bild si se atrevía a publicar que había comprado una vivienda con dinero prestado por unos amigos; préstamo legal, sí, pero cuya existencia omitió declarar al Parlamento. Los medios se encarnizaron, acusándole de haber vivido a costa de millonarios. Ahora, el periódico Handelsblatt considera que el periodismo se ha cubierto de oprobio y el semanario Der Spiegel publica un reportaje contra el excesivo celo acusatorio de la fiscalía.

En España se acostumbra a que los políticos hurten el cuerpo a los tribunales hasta que literalmente no les queda otro remedio. A Wulff no le ha faltado aplomo para arriesgarse a pasar por el banquillo, en vez de acogerse al acuerdo ofrecido por la fiscalía.

Pese al discurso antipolítico en boga, lo cierto es que la vida política suele ser dura. Y en el nerviosismo provocado por los escándalos no siempre se conserva la serenidad para distinguir entre la denuncia fundada y la denigración. Christian Wulff se ha ganado el derecho a rescatar su reputación de la fosa y a iniciar otra vida a los 54 años.

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