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“Tenemos que hablar”

La convivencia provoca conflictos de pareja y en las discusiones se repiten errores comunes Se debe rechazar la idea de que el otro quiere fastidiarnos y no perseguir efectos inmediatos

Ilustración de João Fazenda

“Pues claro que he hablado con Juan, ¡miles de veces!, pero seguimos fatal y ya no voy a hablar más, ¿para qué? Ya sé lo que me dirá, siempre es lo mismo”. Y es que las conversaciones de muchas parejas son como diálogos encapsulados, discos rayados, palabras enjauladas, frases siempre en la misma órbita, aguas estancadas. No se llega a ningún lado hablando mucho si siempre se circula por los mismos sitios.

Si diseccionamos las discusiones de pareja, podemos hallar errores comunes. Vamos a analizar cinco de los más frecuentes.

1. Querer convencer al otro. Nos sentimos atrapados en ese lugar que hemos edificado con nuestra pareja. Notamos asfixia. Así que le damos vueltas y vueltas para encontrar alguna salida. Sin dejar llevarnos demasiado por las emociones, hemos intentado analizar la situación con una mínima distancia y vemos más o menos claro lo que falla. Así que creemos que ha llegado el momento de hablar y le anunciamos: “¡Tenemos que hablar!”. Lo habitual es que estas palabras provoquen desasosiego. Él o ella no se alegran de oírlas porque suelen preludiar un enfrentamiento.

El hombre que ha cometido un error y no lo corrige, comete otro error mayor” (Confucio)

Nosotros lo único que queremos es explicarle cómo lo vemos y a las conclusiones que hemos llegado. ¡He aquí el primer error! ¿Qué ocurre cuando alguien nos expone todos sus argumentos y concluye en la mayoría de las ocasiones que nosotros debemos cambiar algo? Por muy suave que sea el tono que utilice, la primera reacción es defensiva. Los humanos somos así. Uno de los conceptos medulares de Freud fueron los mecanismos de defensa. Y el empleo de esta palabra no es en vano.

Vamos a darle la vuelta a la tortilla. En lugar de explicar al otro nuestras elaboradas cavilaciones para que comparta nuestro punto de vista y haga lo que le sugerimos, podemos intentar lo opuesto. ¿Cómo lo ve él o ella? ¿Qué piensa? Y, mejor aún, ¿cómo se siente? Si nota que real y sinceramente queremos entenderlo, su reacción no será defensiva, sino que se relajará. Pocas cosas producen más alivio que desahogarnos con alguien que nos entiende. Aquí radica el núcleo de la cuestión: tenemos que ser capaces, durante al menos un rato, de ponernos en la piel del otro. Nadie ha dicho que sea fácil, pero vale la pena.

2. Razonar lógicamente. “Dijiste que aprovecharías para tirar la basura cuando sacases a pasear al perro, pero no lo haces”. Lo bueno es que tiene razón, pero ¿cómo nos sentimos cuando otra persona nos dice una verdad como un templo? ¡Mal! Aunque en el fondo de nuestras circunvalaciones cerebrales veamos que lleva razón, no nos gusta que nos lo digan. Al no sentirnos cómodos, sino más bien irritados, salta el resorte que llevamos dentro y solemos esgrimir algún incumplimiento de nuestro interlocutor para defendernos.

Conclusión: la lógica no nos lleva siempre a buen puerto. Un ejemplo de frase que puede ser cierta, pero desastrosa, es: “Te lo dije”.

Al intentar arreglar la caótica de la convivencia, recurrimos a análisis lógicos y nos olvidamos de que somos humanos. Esto es, emocionales. Es más frecuente preguntar qué piensas que cómo te sientes. Nuestros acercamientos necesitan una envoltura sentimental, no lógica. Nuestros algoritmos lógicos, nuestros análisis objetivos, son claritos y más fáciles de manejar que la brumosa nube emocional, pero en esta nube está la cuestión.

3. Traer el pasado al presente. Pongamos que los asuntos a tratar con la pareja se pudieran medir en centímetros. Pues bien, un tema problemático de cuatro centímetros, después de una discusión de dos horas puede acabar midiendo dos kilómetros (200.000 centímetros). Parece magia, pero no lo es. Somos especialistas en provocar estiramientos. De hecho es fácil, solo basta ir sacando, como quien estira de un hilo, temas del pasado.

Debería existir una norma que limitara la discusión al asunto en concreto a tratar. Tendría que comportar tarjeta roja mencionar algo histórico. Si nos cuesta mucho seguir esta hipotética regla, si la encontramos demasiado estrecha, ya nos está indicando algo, y es que el supuesto asunto que ponemos sobre la mesa no es el importante, sino que existe otro mayor. En el trasfondo. Como cuando alguien acude al psicólogo por “problemas de estrés en el trabajo”, pero al final nos topamos con “una crisis existencial”.

4. Interpretar en negativo. Lo que marca una conversación no es lo que dice uno u otro, sino sobre todo cómo se interpreta. Frases totalmente neutras como “Hoy está lloviendo” pueden provocar un efecto debastador si, por ejemplo, se decodifican como “Me dice que llueve porque no quiere coger el coche para ir a casa de mi madre”.

Hablar más y mejor

PELÍCULAS

‘Historia de lo nuestro’

Rob Reiner

‘El velo pintado’

John Curran

‘Le week-end’

Roger Michell

LIBROS

‘Corrígeme si me equivoco’

Giorgio Nardone (Herder. Barcelona, 2006)

En tan solo 101 páginas se concentran todos los errores que cometemos al hablar con nuestra pareja. El autor nos da pistas para poder corregirlos.

No son pocas las veces que, ante una discusión de pareja, nos exigen que tomemos partido, y eso es una trampa mortal. Sobonfu Some, maestra espiritual de la tribu africana de los dágara, cuenta que en su tribu se solucionan este tipo de conflictos colectivamente. A la pareja se la sitúa dentro de un círculo de cenizas. Lo primero es escuchar, y si alguien percibe que está juzgando o tomando partido, entra en el círculo. Nosotros también deberíamos entrar en un círculo de imparcialidad, bien cerrado. Si nos inclinamos hacia uno, ya no podemos ayudar.

Cuando somos espectadores de disputas ajenas es fácil darse cuenta de cómo uno o ambos están interpretando en negativo. En algunas ocasiones, esta distorsión alcanza tal magnitud que algunas personas llegan a pensar que el otro lo único que quiere es fastidiar. Si partimos de esta premisa, es absurdo el diálogo, nunca se logrará construir algo positivo.

5. Esperar efectos instantáneos. El escritor, economista y conferenciante Alex Rovira, cuando ensalza la virtud de la paciencia, utiliza un ejemplo de lo más aleccionador: el bambú japonés, no apto para impacientes. Tienes que plantar la semilla, regarlo y abonarlo, pero durante meses no sucede nada apreciable. En realidad no pasa nada en siete años. Al séptimo, la planta crece 30 metros. Ha necesitado tiempo para desarrollar un complejo sistema de raíces que le permitan sostener las altísimas cañas.

No se trata de esperar siete años a que se resuelvan nuestros problemas conyugales, pero tampoco de pretender solucionarlos en una conversación. La convivencia no es un artefacto mecánico del que hemos de detectar qué pieza falla y cambiarla utilizando nuestra querida lógica. Es más bien como ese bambú que hemos de ir cuidando con cariño y paciencia.

Con el puño cerrado no se puede intercambiar un apretón de manos” (Indira Gandhi)

Existe una buena forma de adivinar cómo va a acabar un diálogo entre dos personas: la actitud previa. Respecto al proceder del otro podemos hacer poca cosa, así que centrémonos en la nuestra. Imaginemos que antes de empezar a hablar, alguien nos instara a que abrazáramos de forma auténtica a nuestra pareja. Nos resistiríamos. Queremos hablar con el otro porque sentimos rabia, tristeza, descoloque, asfixia, miedo… no estamos para demostraciones afectivas. Si encima pensamos que la otra parte solo quiere fastidiarnos, ¿cómo vamos a mostrarle cariño? Y además, en el fondo sentimos que la conversación no va a servir para nada.

Vale, dejemos el abrazo a un lado, pero podemos buscar un talante más idóneo para empezar a conversar. Una actitud que nos recuerde el lazo afectivo, las situaciones ya superadas, que nos anime a ser optimistas. Como no existen establecimientos especializados para adquirirla, deberemos buscarla dentro de nosotros mismos; quizá nos ayude dar un paseo, ir a un museo, contemplar un fósil, o realizar cualquier otra actividad que nos guste.

Para que una pareja funcione, una buena comunicación es necesaria, pero no suficiente. Por muy buena que esta sea, puede que no haya un enriquecimiento mutuo. Un terapeuta de pareja conocido repite un mantra: “No arreglo parejas, arreglo personas”. No nos tiene que cegar querer seguir con alguien. Nuestro anhelo debe ser estar lo mejor posible juntos… o por separado P

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