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(L & L) Lengua y Literatura
Análisis
Exposición didáctica de ideas, conjeturas o hipótesis, a partir de unos hechos de actualidad comprobados —no necesariamente del día— que se reflejan en el propio texto. Excluye los juicios de valor y se aproxima más al género de opinión, pero se diferencia de él en que no juzga ni pronostica, sino que sólo formula hipótesis, ofrece explicaciones argumentadas y pone en relación datos dispersos

Secretos de guardarropa

Hoy: Lengua (modalidad estilo en el vestir)

No puede decirse que se haya roto la cabeza el Diccionario de la Real Academia con su definición de ropa, poco exacta y harto equívoca: “Prenda de vestir”. El caso es que, según esta definición, uno podría decir cosas como “Una falda es una ropa” y es evidente que no las dice. María Moliner atina más con su redacción amplificada (si bien lexicográficamente anticuada): “Nombre genérico que se aplica a toda clase de prendas de tela, tales como cortinas, sábanas, manteles y, en particular, prendas de vestir”. Aquí entendemos bien que ropa es un genérico, un hiperónimo –como se dice técnicamente–, que incluye todas las prendas de tela o de vestir y que puede utilizarse para designar cualquiera de ellas en general (pero no en particular). En ciertos casos, forma locuciones fijas como ropa interior, ropa blanca o ropa de cama, pero suele mantener ese carácter poco o nada específico. “Me he manchado la ropa” puede significar que me he manchado la camisa o que me he manchado la camisa, la corbata, el pantalón, el cinturón y los zapatos.

Por eso resultan un tanto excéntricos usos, no muy frecuentes ciertamente, como éste:

“Se vistió con lentitud, como acostumbraba. Su ropa era negra, impecable, larga hasta el tobillo” (Rosana Lecay, Cuentos de nostalgia y desarraigo, Grupo Destiempos, México D. F., 2011, p. 21).

“La ropa era fantástica: de satén con un corte alto en la cadera y un escote pronunciado en el pecho con unas tiras de piedras” (Marcia Rose, Un verano en Paradise, Libsa, Madrid, 2000, trad. de Dolors Undina, p. 155).

Más que un hiperónimo, ‘ropa’ parece un cansino comodín: a veces echamos de menos un poco de precisión

Si “su ropa” era “larga hasta el tobillo” debía ser una prenda concreta –un vestido, una falda, una túnica, yo qué sé–, y si era “de satén con un corte alto” etc. está claro que era un vestido. ¿Alguien diría alguna vez: “Llevaba una ropa con un escote pronunciado”? No parece que ese interés por la descripción detallada se avenga muy bien con el uso de un genérico.

Lo cierto es que, como ocurre con muchos hiperónimos, ropa aparece con una frecuencia desmedida: cumple, como los sinónimos, con la bella consigna estilística de “no repetir palabras”, y a menudo, como los sinónimos, muy malamente. Más que un hiperónimo parece un cansino comodín: a veces echamos de menos un poco de precisión, y a veces un poco, cómo lo diríamos, de versatilidad.

¿Qué le costaba, por ejemplo, al traductor del siguiente pasaje decirnos qué prenda en concreto llevaba la niña bailarina?

“¡Y frente a ellas la delicada y pequeña figura [de la niña] con su ropa blanca ondeando al viento, bailando ante el monstruoso mar!” (Isadora Duncan, El arte de la danza y otros escritos, Akal, Madrid, 2003, trad. de José Antonio Sánchez Martínez, p. 78).

Bueno, el traductor siempre podrá alegar que en inglés no se concretaba (seguramente diría clothes); pero a esta alegación bien podríamos responder, como en otros casos, que lo genérico en un idioma no tiene por qué corresponder a lo genérico en otro, que los usos idiomáticos son distintos y que –argumento clásico– cada idioma parcela la realidad a su modo. El inglés Come to my place se traduce por “Ven a mi casa” por mucho que place sea un hiperónimo (‘sitio, lugar’) de tomo y lomo (y por mucho que en zonas de América algunos digan “Ven a mi lugar”). Si el contexto nos permite deducir, por ejemplo, en el ejemplo citado más arriba, que esa ropa de la niña es un vestido, creo que en español diríamos sin duda “vestido”. En el caso siguiente, la palabra “uniforme” pide a gritos no ser menospreciada:

“El policía era del BORA [Brigada de Operaciones de Rescate y Antitumulto], yo lo identifiqué por la ropa que usan” (“Lo que nadie quiere es esta policía”, Página/12, 24/VI/10).

A veces existen, además, otros genéricos más oportunos. ¿No había, por ejemplo, otra manera de traducir el título del libro Clothing in American History que La ropa en la historia de América? “La moda” o “el vestido” no se le debió ocurrir a quien tradujera esta obra de Dana Meachen Rau publicada en Milwaukee en 2007 por Weekly Reader Early Earning Library. En los usos que citamos a continuación, la memoria, la diligencia o la atención tampoco han sido solicitados:

“Mi tío, Jorge Micheli, es coreógrafo, bailarín y diseñador de ropa de teatro” (“Artistas y compañía”, Clarín, 17/II/07).

“¡Me encanta la ropa y mis amigos siempre me piden consejo y dicen que tengo muy buen gusto!” (Yvonne Collins y Sandy Rideout, Soy auténtica, Amat, Barcelona, 2001, trad. de Betty Trabal, p. 221).

“Por eso importa poco lo que haga o deje de hacer un político, […] lo que gestione un banquero o lo que diseñe un diseñador de ropa” (Javier Marías, Pasiones pasadas, Alfaguara, Madrid, 2011, Google Libros).

¿Ropa de teatro? ¿Qué tal “vestuario” o “figurines”? ¿Me encanta la ropa? ¿Un diseñador de ropa? ¿Qué tal “moda”? ¿O será el segundo caso un uso despectivo que se ensaña con los diseñadores rebajándolos a hacer “ropa”, no vayan a creerse algo?

Hay también palabras como “vestimenta”, “ropaje(s)”, “atuendo”, “atavío”, “indumentaria”, “vestidura(s)” que, si bien de registro más elevado y uso más restringido, en un texto literario pueden funcionar perfectamente sin que salten las alarmas:

“… preferirá lo informal por su comodidad. Y, por lo tanto, nuestra dama no tendrá problemas de ropa ni maquillaje” (Sara Herrera, Rosal de espinas, Rumbo, Santiago de Chile, 1977, p. 34).

“… ellos serán también los encargados de la confección de las ropas sacerdotales” (Mariano Fernández Urresti, Los templarios y la palabra perdida, Edaf, Madrid, 2003, p. 98).

Si “nuestra dama” indica claramente cierta cursilería, irónica o no, ¿por qué no seguir en esa línea y decir, en vez de ropa, “atuendo” o “indumentaria”? El ejemplo de las “ropas sacerdotales” no parece ya ser cuestión de opciones: “vestiduras” se nos presenta aquí como una exigencia.

Lo genérico en un idioma no tiene por qué corresponder a lo genérico en otro, cada lengua trata la realidad a su modo

Y luego siempre hay otra forma de decir las cosas, siempre la hay. No hay por qué pensar que una palabra solo puede sustituirse por otra palabra. El estilo, pues de eso estamos hablando, es algo más que reemplazo. Veamos estos ejemplos:

“Ahora se lavaba el pelo y llevaba ropa elegante y casi nunca fruncía la nariz ni hurgaba en la basura” (Salman Rushdie, Shalimar el payaso, Mondadori, Barcelona, 2011, trad. de Miguel Sáenz, Google Libros).

“…sin que nadie […] rompa las apariencias usando ropa no adecuada a su status social” (Laura González Pujana, “Estrategias de actuación sobre las comunidades indígenas en el Cabildo del Cuzco”, Revista Complutense de Historia de América, 23, Universidad Complutense, Madrid, 1997, p. 86).

“Ser friki no se identifica por la ropa, sino, [sic esta coma] por la actitud” (Laia, mejor respuesta a la pregunta “¿Son de friki los pantalones de camuflaje?”, en Yahoo! Respuestas).

¿Sonaría acaso muy raro decir “vestía elegantemente” o “con elegancia” en vez de “llevaba ropa elegante”? ¿“Con una indumentaria no adecuada” o “vistiendo de un modo no adecuado” (no hablemos hoy del “adecuado”) en vez de “llevando ropa no adecuada”? ¿No quedaría bien en el tercer ejemplo, sin cambiar en lo más mínimo el registro ni el tono, es decir, sin que un friki tenga que avergonzarse de lo que dice, “forma de vestir” en vez de ropa? La lengua ofrece un repertorio estupendo de posibilidades; el estilo posiblemente consiste en conocerlas, distinguir las reales de las imaginadas o supuestas y hacer, después, una elección. Y recordemos que no estamos hablando aquí de hacer filigranas, sino de explorar la variedad sin perder la naturalidad.

María Moliner observa en su Diccionario que ropa, “refiriéndose a los vestidos, puede usarse en singular o en plural: ‘Tiene su[s] ropa[s] guardada[s] con llave’”. Yo tengo mis dudas de que eso sea normal. Ropa pertenece a la clase de sustantivos denominados “incontables” o “continuos”, cuya particularidad consiste en que ni se singularizan (no decimos que una falda es “una ropa”, y la singularización en otros contextos es exclusiva de hablas particulares: hay ejemplos orales en el corpus de la RAE de “comprarse una ropa de marca”, en Venezuela) ni realmente se usan en plural. Con estos sustantivos, cuando queremos aludir a una realidad plural, recurrimos a fórmulas partitivas como “tres remesas de lino” o “dos vasos de leche”. Es cierto que algunos incontables admiten un plural digamos expresivo (“dineros”), pero nunca decimos “leches” (en la debida acepción, entiéndanme) o “electricidades”.

La posibilidad que señala María Moliner no sé yo si corresponde a un uso expresivo. Sí hemos comprobado, en todo caso, que el plural de ropa es muy antiguo en español:

“… oviendo piedad d’ellos, dexólos enbueltos en unas ropas de cama a la misericordia de Dios” (Lope García Salazar, Istoria de las bienandanzas e fortunas (1471-1476), Corde, Madrid, 2000, sin página en el corpus de la RAE).

“Deja estar mis ropas en su lugar, y si quieres ver si es el hábito de encima de seda o de paño, ¿para qué me tocas en la camisa, pues cierto es de lienzo?” (Fernando de Rojas, La Celestina (c1499-1502), Crítica, Barcelona, 2000, p. 321).

Quizá el estilo consiste en conocer las posibilidades que tenemos ante nosotros y hacer, después, una elección

Y que seguimos encontrándolo en nuestros más laureados literatos:

“Estuvo buscando las ropas de abrigo en la luz sucia” (Juan Carlos Onetti, Dejemos hablar al viento (1979), Mondadori, Barcelona, 1991, p. 89).

“Luego, una súbita salpicadura repiqueteó en la cubierta, mojándole la cabeza y las ropas” (José María Merino, La orilla oscura (1985), Alfaguara, Madrid, 1995, p. 240).

“La señora Zoa guardaba la fotografía de sus sobrinos, la caracola y las ropas, en la maleta de cartón” (Miguel Delibes, Madera de héroe, Destino, Barcelona, 1987, p. 148).

Pero yo, francamente, me pregunto si estos insignes ejemplos podrían explicarse del mismo modo que estos otros:

“Se bañó, se cambió de ropas(Morris West, Las sandalias del pescador, Andrés Bello, Santiago de Chile, 1986, trad. de Valentina Gómez de Muñoz, p. 279).

“Vestía ropas y calzaba zapatos que a Julián se le antojaban novelescos” (Carlos Ruiz Zafón, La sombra del viento (2001), Planeta, Barcelona, 2003, sin página en el corpus de la RAE).

“En un primer cacheo, los agentes encontraron entre las ropas de los detenidos una katana de mango negro” (“Detenidos dos atracadores que robaron a 15 repartidores de pizzas en un mes”, La Razón, 9/IV/03).

“Las imágenes de aquellas tardes de pasión junto a ella las recordaba mientras introducía las ropas en la maleta” (Ezequiel Jimenez [sic, sin tilde], Para el amor de mi vida, Palibrio, Bloomington (Indiana), 2011, p. 165).

Es posible que el uso en español, probadamente tradicional, de ropa como contable (es decir, como un sustantivo que admite plural cuando alude a una realidad plural) se haya conservado en algunas zonas lingüísticas y que en ellas sea habitual y espontáneo. Más nos resistimos a creer en un uso “expresivo”: podemos entender la “expresividad” de “dineros” o de “humos”, pero no la de ropas; no vemos qué clase de intensidad o intención puede el plural aportar ahí. Tememos más bien, en ciertos casos, que a algunos autores que identifican literatura con antigüedad les parezca más “literario” y que recurran artificiosamente a él de un modo parecido a como recurren a “gentes” (otro incontable pluralizado con connotaciones medievales y, por tanto, efectos “estéticos”). De lo que en todo caso no tenemos la menor duda es de que entre Miguel Delibes guardando las ropas en la maleta y Ezequiel Jimenez [sic, sin tilde] haciendo lo mismo en Indiana tiene que haber una diferencia. Y sospechamos que la influencia del inglés clothes (un plural convencional en esa lengua, como lo es vêtements en francés) planea ominosamente sobre muchos productos de esa –a menudo inconsciente– predilección.

Terminamos con dos usos lamentables:

“… y Martín rebotaba de una pared a otra, y los golpes le aturdían, y las ropas se le desgarraban” (Luis Magrinyà, Los aéreos, Debate, Madrid, 1993, p. 52).

 “… apretado en las ropas de servicio, tenso y decepcionado, [el mayordomo] salió al salón” (Luis Magrinyà, Los aéreos, Debate, Madrid, 1993, p. 107).

Nos consta que, en estos casos, lo que pluralizaba infamemente la ropa era el inglés.

PD.: Un añadido al anterior L&L: nos hemos enterado, gracias a María Teresa Gallego, de que perlar tiene toda la pinta de ser un galicismo. En francés, perler existe desde 1834 en el sentido de ‘hacer un trabajo primoroso’ (algo parecido a nuestro “bordar”), también en la música (de ahí seguramente la orquesta de Darío que “perlaba sus mágicas notas”), y ya desde 1844 con la acepción de ‘gotear’. Parece, en fin, que en español no es solo una cursilería, sino una cursilería de imitación.

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