Cadáveres
Con concertinas, con botes de humo, con las mortíferas corrientes del Estrecho, se siguen jugando la vida, la siguen perdiendo

Cuando escribo estas líneas, hay 14 cadáveres en Ceuta. Cuando ustedes las lean, quizás haya aparecido alguno más. Su rigidez se ha impuesto, con la despiadada lógica de lo irremediable, sobre la superficie amarronada y pestilente de la actualidad nacional. Para colmar la copa de la desolación, los supervivientes acusan a la Guardia Civil de haber disparado contra ellos mientras estaban en el agua. Pero en esta tragedia cabe un poco más de tristeza todavía.
Recordarán ustedes que el argumento clave para endurecer las leyes de inmigración fue el llamado “efecto llamada”. En Marruecos se ve la televisión española, nos decían, y claro, tanto concurso millonario, tanto modelo de alta costura, tanta opulencia, induce a los inmigrantes a pensar que merece la pena pagar cualquier precio para traspasar el umbral del paraíso. Pero si vienen muchos, seguían declarando ante los micrófonos, mientras en sus despachos amañaban toda clase de concursos y adjudicaciones para forrarse con el dinero que ahora falta en escuelas y hospitales, se acabará todo.
Pues bien, ellos mismos se han encargado de acabar con todo sin la ayuda de nadie. En Marruecos se siguen viendo los telediarios españoles, una repugnante espiral de escándalos, corrupción, desahucios, suicidios, desempleo y desesperación, pero ellos lo siguen intentando. Con concertinas, con botes de humo, con las mortíferas corrientes del Estrecho, se siguen jugando la vida, la siguen perdiendo. Prefieren ser pobres en España que uno más en sus países de origen. A mí, cuando pienso en ellos, en su miseria, en sus anhelos, en las camisetas del Barça o del Madrid que algunos se pondrían para venir a morir a Ceuta, se me parte el corazón. Y hasta echo de menos a Dios, porque si creyera en él, tendría al menos la esperanza de que alguien pague por esto alguna vez, en alguna parte.
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