_
_
_
_
EL PULSO
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

La invasión de las especies

El mapache ha pasado de mascota de moda a peligroso invasor en libertad en la península. Su presencia ejemplifica lo que los expertos denominan "homogeneización biológica"

PAULA GUTTILLA (GETTY)

Un viajero que tome sendas cervezas en otras tantas terrazas de Nueva York, Madrid, Reikiavik y Melbourne podrá, si tiene curiosidad por cuanto le rodea, advertir que en todas ellas crecen las mismas rosas en los arriates, hay gorriones y palomas similares merodeando entre las mesas en busca de migas caídas, y silban iguales estorninos en los tejados. Es obvio que no siempre fue así, y no solo porque en el pasado no hubiera terrazas. Hasta hace poco, cada rincón del mundo tenía su fauna y flora peculiares, y nada tenían que ver las aves de Australia, digamos, con las europeas o las americanas.

Los biólogos explican la nueva situación diciendo que vivimos un proceso inquietante de homogeneización biológica, la sustitución gradual de las especies nativas por otras foráneas, que tienden a ser las mismas en todas partes. ¿Por qué las mismas? Porque son especies que transportamos los humanos, a sabiendas o no, y que resultan capaces de medrar en medios humanizados. ¿No han visto, y sobre todo oído, a las cotorras argentinas en los parques de Madrid, Barcelona o Sevilla? Se trajeron como simpáticas y baratas mascotas, algunas (inevitablemente) escaparon o fueron liberadas de sus jaulas, y dada su enorme adaptabilidad se han extendido con rapidez en muchas zonas urbanas y periurbanas.

No muy diferente es el caso de los galápagos de Florida, que tanto llaman la atención en el estanque de la madrileña estación de Atocha: se compran, se disfrutan, y cuando uno se cansa de ellos se sueltan, expandiéndose por las masas de agua y perjudicando a las especies nativas. En este contexto cabe interpretar la reciente y publicitada presencia de mapaches en España.

Es el mapache un bonito animal: lleno de curiosidad, muy hábil con las manos, juguetón, de mirada franca y viva, con pelo denso y suave y una cola rayada que algunos identificamos con los gorros de los antiguos tramperos del viejo oeste. Incluso se le ha llamado osito lavador, porque en ocasiones lava el alimento antes de ingerirlo. De pequeñito es un peluche viviente que apetece tener en casa. Y como es exótico, ya que procede de Norteamérica, tener uno pudiera juzgarse, además, un signo de distinción. Por eso es (o ha sido) muy ofrecido. Busquen en Google. Bajo los términos “mapache + mascota” aparecen casi 150.000 entradas, solo en castellano.

Pero si hay gentes que se cansan del perro o el gato, ¿cómo no hacerlo del mapache, que una vez crece deja de ser encantador y se torna agresivo, huele fuerte y origina estropicios? Con la mejor intención, entonces, los dueños imaginan: ¿en dónde va a estar mejor que en el campo?, y lo sueltan (también puede escapar, pues es hábil abriendo las jaulas). A partir de ahí, solo depende de los mapaches liberados reproducirse en el medio natural y desplazar a las especies locales.

Tener en casa animales exóticos que en caso de escapar pueden integrarse en la naturaleza, es irresponsable. Mucho más, soltarlos voluntariamente. En la actualidad, además, tanto lo uno como lo otro está prohibido, tras aprobarse en agosto de 2013 un real decreto sobre especies exóticas invasoras.

En el congreso de la Sociedad Española para la Conservación y Estudio de los Mamíferos (SECEM), celebrado el pasado diciembre en Avilés, se dio cuenta de la presencia de poblaciones libres de mapaches al menos en Madrid (sobre todo), Galicia y Andalucía. Hay casos aislados en Cataluña, la Comunidad Valenciana, Castilla-La Mancha, Baleares, Canarias, Murcia y el País Vasco, cuando menos. Frenar su expansión es costoso y el éxito no puede garantizarse.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Más información

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_