Una callosidad protectora
Todos han matado: unos, a granel; otros, al menudeo. Pero salen del trullo y montan un congreso y dan ruedas de prensa y emiten comunicados.
No debes matar si no perteneces a una banda. Hay infinidad de cosas indignas que puedes acometer en solitario, pero si lo que quieres es matar, muchacho, apúntate a una banda. Las bandas son el artefacto corporativo por excelencia. Exudan coartadas como las paredes del cuarto de calderas rezuman humedad. La banda proporciona estatutos; pone orden en el desorden; convierte un tiro en la nuca en un acto heroico, y el descuartizamiento de un crío, en una proeza. Tus ancianos padres pueden presumir de ti en el mercado, mientras tiran del carrito de la compra. Es un idealista, una idealista, le pierden los ideales. Los ideales funcionan al modo de un revestimiento cerámico. Hay perversiones alicatadas de ideales hasta el techo.
Cada una de estas personas ha pasado veinte años o más en la cárcel. Se les ha caído el pelo o les han salido canas en un patio, yendo de acá para allá entre cientos de delincuentes sin prestigio. Todos han matado: unos, a granel; otros, al menudeo. El de la esquina inferior derecha, por ejemplo, se cargó a una colega delante de su hijo. Pero salen del trullo y montan un congreso y dan ruedas de prensa y emiten comunicados. Ahí los ves, en lo que podríamos denominar Primer Congreso de Expresos de ETA. El tiempo ha pasado por sus rostros, pero no por sus ideas. La pertenencia a la banda los ha puesto a salvo de los embates del pensamiento. Les ha producido una callosidad protectora alrededor de la conciencia. Por eso decimos que para otras cosas no, pero para matar conviene apuntarse a una banda. En eso han tenido olfato.
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