Lejos de la civilización
La mejor manera de olvidarse del mundo es hacer turismo subiéndose a un árbol
¿Quiere usted volver a ser el buen salvaje? ¿Saber de primera mano lo que significa vivir sin electricidad ni agua corriente y, de paso, estar plenamente integrado en la naturaleza? ¿No ha pensado usted en vivir en un árbol, lejos del barullo del mundo? Sí, en las alturas, escuchando exclusivamente el canto de los pájaros y sintiendo la brisa de la noche: sin móvil, sin wifi y, por tanto, sin Internet.
Puede hacerlo. Y puede hacerlo incluso en España. Ya hay empresas que, también aquí, se han incorporado a esta nueva manera de hacer turismo rural: colgado de un árbol. Solo tiene que contratar el servicio, pasar una temporada en una larga lista de espera, pagar alrededor de 130 euros la noche y terminar disfrutando de una singular aventura que mezcla el amor a la naturaleza con ese punto de rebeldía que caracteriza a cuantos quieren ver la vida desde la distancia (de entre los cinco a los ocho metros del suelo), superando de paso los excesos de esta civilización depravada.
En 1957, Italo Calvino publicó El barón rampante, una novela en la que contaba la vida de Cosimo Piovasco di Rondò. El 15 de julio de 1767, cuando tenía 12 años, el joven barón se negó a comer un plato de caracoles y se enfadó tanto con el resto de su familia y, por extensión, con el mundo entero, que decidió subirse a un árbol. Desde entonces, nunca más volvería a pisar el suelo hasta el día de su muerte. “La encina estaba cerca de un olmo; las dos copas casi se tocaban”, cuenta el hermano de Cosimo, que es el narrador del libro. Así que dio un salto y empezó a explorar hasta dónde podía llegar. Llegó muy lejos: terminó estableciendo su morada en la copa de los árboles, y ahí arriba se fue formando, ahí arriba se enamoró, ahí arriba hizo cuando pudo por extender los frutos de la Revolución Francesa, de la que supo que había ocurrido también en las alturas, dando brincos de rama en rama.
Nada de todo esto va a ocurrirle si elige hoy esta modalidad de turismo rural. Ni forma usted parte de la decadente aristocracia que se apuntó a la Revolución, ni quedan tantos árboles para que pueda moverse a sus anchas. En el árbol del siglo XXI, además, aunque deba iluminarse con una vela, la cama es tan cómoda como la de un hotel de cinco estrellas. Así que olvide la filosofía y piense, más bien, en una buena compañía.
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