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Opinión
Texto en el que el autor aboga por ideas y saca conclusiones basadas en su interpretación de hechos y datos

La amenazante idea de que cualquier cosa es mejor que el consenso

Rajoy y Mas actúan como si desearan colocar a su contrario en un callejón sin salida, banalizan irresponsablemente

Soledad Gallego-Díaz

Todos los esfuerzos del presidente Mariano Rajoy por dar la impresión de que lleva los asuntos públicos con firmeza, sea en el caso de Cataluña como en el muy reciente de las eléctricas, terminan en una inquietante sensación de desgobierno. Rajoy bracea con energía cuando aparece en público, pero es una actitud tan antinatural en él que despierta automáticamente sospechas de un esencial caminar cansino; rechaza impasible preguntas y críticas de ciudadanos arruinados e indignados ante la podredumbre financiera y política que va apareciendo ante sus ojos, pero su impasibilidad no se traduce en la imagen de un político activo que controla el escenario y pone los medios para sanearlo, sino en la de un político más bien decimonónico, que se conforma con mantener viva la trama levantada durante años.

La alarma crece cuando se intuye que en la política española, con escasas excepciones, se ha instalado la peligrosa convicción de que cualquier alternativa es mejor a la del consenso, justo lo contrario de lo que sucedió en la etapa constitucional, cuando los partidos y sus dirigentes creían, estaban seguros, de que todas las alternativas posibles al acuerdo eran peores y más dramáticas.

Los discursos de Rajoy y de Artur Mas alimentan el sobresalto porque da la sensación de que esa idea ha arraigado en ambos políticos y porque, para colmo, creen que sus discursos no tienen consecuencias en la realidad. Como si no supieran que los discursos políticos terminan convirtiéndose en acción, o que las declaraciones políticas están hechas para ser llevadas a efecto.

Los dos actúan como si desearan colocar a su contrario en un callejón sin salida. Los dos banalizan irresponsablemente los horizontes que están dibujando, como si fueran cosa de poca importancia, intrascendente, y quieren hacernos creer, en Barcelona y en Madrid, que no acarrean consecuencias reales, inmediatas y dramáticas sobre la vida cotidiana de los ciudadanos.

Pero las tendrían. ¿Puede responder Mas de las consecuencias de una declaración unilateral de independencia? Por supuesto que no. ¿Puede siquiera garantizar que ese nuevo Estado conseguirá un empréstito en euros capaz de proporcionarle las reservas monetarias necesarias? Ni palabra de ello.

En el entorno de Rajoy, y con su consentimiento, se habla en voz alta, sin medida, de las respuestas inmediatas. Pero ¿qué creen que significa la suspensión de la autonomía prevista en el artículo 155 de la Constitución? ¿Pueden explicarnos cuáles son “las medidas necesarias” para obligar a la Generalitat al cumplimiento forzoso de sus obligaciones constitucionales? ¿Saben cómo da el Gobierno instrucciones a todas las autoridades de la comunidad autónoma? ¿Tienen la menor idea de cómo se aplica, de cómo funciona el Estado a continuación? Ni palabra de todo ello.

No se puede decir que Rajoy y Mas sean víctimas de errores de cálculo. En absoluto, no se trata de un error cometido en el transcurso de sus respectivas estrategias. No. Estas son, precisamente, sus estrategias. Tal cual. Dominar calendarios, confiar ciegamente en su propia alternativa, rechazar el consenso, banalizar las consecuencias de esa falta de acuerdo.

Mientras tanto, los defensores de la independencia catalana alimentan su discurso, sin encontrar réplica por parte del Gobierno. El conseller de la Presidencia, Francesc Homs, defiende un memorándum de 50 folios, que recoge los supuestos agravios, sobre todo económicos, del Gobierno central hacia Cataluña y no se sabe bien por qué razón el Gobierno central aún no ha encontrado un momento para rebatirlo. ¿Acaso no sería saludable iluminar la idea del expolio financiero con las balanzas fiscales y las actas de las negociaciones financieras mantenidas, desde 1978, por las dos autoridades legítimas, Gobierno central y Gobierno de la Generalitat? Quizás entonces se podría analizar mejor para qué ha servido el Estatuto de Autonomía de Cataluña, un acuerdo que, todo sea dicho, parece estar hoy oculto y desaparecido. ¿Está en vigor el Estatut?

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