Concentración
El regalo de Navidad que nos ha deparado el destino ha sido el estallido de una bomba de relojería
Si España fuera un abeto, este año tendríamos pocas cosas bonitas que colgar de sus ramas. No importa mucho, porque tampoco se verían. Todos esos adornos frágiles, antiguos, de cristal irisado y delicados detalles hechos a mano, que se venían atesorando durante generaciones, han salido rotos de la caja. Hoy brillan por su ausencia, vendidos unos, arruinados otros, descapitalizados, despiezados, inmolados en el dudoso altar de una presunta recuperación económica que solo sabe engendrar pobreza y más pobreza.
En el lugar que antes ocupaban los servicios públicos garantizados, la tranquilidad de los pensionistas, la satisfacción de los padres con hijos universitarios y la monótona rutina de tantos trabajadores que podían permitirse el lujo de las preocupaciones triviales, hoy solo hay agujeros, los huecos por donde se ha vaciado el bienestar de este país, y abultadas cifras sin justificar en las cuentas corrientes de los culpables. El regalo de Navidad que nos ha deparado el destino ha sido el estallido de una bomba de relojería. Que lleváramos tanto tiempo esperándola no disminuye los destrozos que ha causado al explotar. Que su escándalo, y el mío, ante las prácticas mafiosas que dominaron la gestión de Cajamadrid no desarrolle las consecuencias que alcanzaría en cualquier país civilizado —porque todo habrá prescrito, y el fiscal echará una mano, y el juez no admitirá los correos como pruebas relevantes, y Silva ya está apartado de la causa, y bla, bla, bla, etcétera— solo servirá para echar más sal en las heridas. Y, sin embargo, yo quiero desearles lo mejor en estas fiestas. Para lograrlo, les propongo un pequeño ejercicio. Cierren los ojos, concéntrense, y háganse a la idea de que no son españoles. Escojan la nacionalidad que prefieran, y cuando se encuentren cómodos en ella, lean el final de esta columna.
Feliz Navidad.
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