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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

El agujero negro sirio

El auge militar de los islamistas y la falta de estrategia occidental fortalecen a El Asad

La reciente supresión por EE UU y Reino Unido de su ayuda militar más bien simbólica a los moderados sirios —básicamente vehículos y comunicaciones— representa un nuevo triunfo para Bachar el Asad. La medida ha sido propiciada por el asalto al puesto de mando y almacenes del general Idriss —jefe del Ejército Sirio Libre y principal interlocutor militar occidental— por fuerzas de una nueva alianza islamista fronteriza con el yihadismo. El episodio pone de relieve las rivalidades insurgentes y el creciente poderío de los fundamentalistas —incluido el preocupante secuestro de periodistas—, pero sobre todo los efectos funestos de la pasividad occidental, con Estados Unidos como abanderado.

La guerra civil siria, en su tercer año, se ha convertido en el más terrible de los escenarios. Casi dos millones y medio de personas han huido y afrontan penalidades sin cuento ante la indiferencia general y de Europa en particular. El Asad, que tenía mucho que temer antes de que Barack Obama diera súbitamente marcha atrás en su decisión de atacarle, está más seguro que hace meses. No recuperará el control sobre el cuarteado país, pero sus fuerzas reconquistan posiciones en Damasco y Alepo. Y sus enemigos se enfrentan entre sí.

El retraimiento de Obama tiene otras ominosas consecuencias. El Asad se ha convertido en la práctica en socio de las potencias democráticas, puesto que su cooperación resulta imprescindible para la eliminación del arsenal químico de Damasco, acordada por Moscú y Washington y ahora en marcha. Un acuerdo que, como demuestran los hechos, ha dejado las manos libres al régimen genocida en su guerra de exterminio. Poco importa que un inapelable informe de la ONU de esta misma semana establezca más allá de cualquier duda que el déspota sirio ha utilizado reiteradamente esas armas prohibidas contra indefensos compatriotas.

El presidente turco ha dicho que las vacilaciones de la Casa Blanca han hecho de Siria un paraíso yihadista. Quizá no todavía, pero ese parece el resultado inevitable de la suicida desidia occidental. La situación abona el pesimismo del ministro francés de Exteriores ante la conferencia prevista el mes próximo en Suiza. Es difícil dar crédito a una convocatoria cuyos protagonistas, caso de celebrarse, se sitúan en las antípodas: El Asad no acepta precondiciones y rechaza negociar con terroristas; la fragmentada oposición excluye cualquier arreglo que no incluya su salida del poder.

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