¿Por qué no sentirse en casa?
Cómo me ha conmovido el artículo de Stephen Grosz Sentirse en casa (1 de diciembre de 2013). Será que estoy sensible, pero hacía tiempo que un relato no conseguía transmitirme tanta ternura. Sentirse en casa, encontrar esa sensación, ese sentimiento, en el hombro de alguien, es algo que no le sucede a mucha gente a lo largo de toda su vida. Hay otras personas a quienes, sin embargo, parece gustarles las mudanzas, y se sienten como en casa casi en cualquier sitio, en cualquier hombro. Algunas pasan sus vidas de hombro en hombro, y creen haberlo conseguido en cada uno de ellos, y otras siempre viven como en un hotel, sin encontrar nunca un hogar.
Pero por encima de todo, el relato muestra la fragilidad de los seres humanos. Habla de cómo detrás de una biografía políticamente correcta, incluso calificada de feliz por el mismo protagonista, hay un mar de fondo en el que ni él mismo se atreve a mirar. Dudas, miedo, inseguridad, sentimientos encontrados durante toda su vida, y que casi al final de la misma consigue identificar y afrontar. Y después, otra vez, dudas, miedo, inseguridad… Me pregunto si el profesor R. conseguiría hilvanar una buena propuesta capaz de satisfacer a su esposa, Isabel, y a sí mismo, y vivir por fin esas dos vidas que hubiera querido poder vivir.
Y su mujer, su compañera, su amiga… ¿habría comprendido? Seguro que sí. Los hombres tienden a subestimar la intuición y la capacidad de amar de quienes les aman, y a quienes creen poder ocultar esa intimidad que tanto asustaba al profesor R. Yo estoy segura de que Isabel hubiera agradecido íntimamente la liberación que también para ella suponía ese no saber si estaba o no todo bien. Ojalá se hubiese atrevido a pedirle que le aceptara como era, como ella seguramente ya sabía que era. Sí, Isabel hubiera aceptado la felicidad del profesor R. Al menos, yo quiero pensar que lo habría hecho.
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