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Columna
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Las Tres Gracias

Lo que se presenta como incorrección política en España suele ser un combinado de vulgaridades

Manuel Rivas

Fue la semana de las Tres Gracias en el Congreso. Es decir, Montoro, Gallardón y Wert. Pudimos ver también a tres activistas de Femen, tatuadas con una provocación benéfica, con la libertad por delante, como la que guía al pueblo en el cuadro de Delacroix. Ante esa belleza insurgente, a Jesús Posadas le salió la mejor cara: la de Bonifacio VIII, interpretado por Dario Fo en el Misterio bufo, y a punto de entonar el aleluya. Fue lo que exclamó el cardenal Quiroga Palacios cuando, por un golpe de viento, pudo ver el desnudo de Simone Signoret: “¡Aleluya!”. Para alguna diputada conservadora fue una protesta obscena. Pero para obscenidad la del coro de meapilas convertidos al periodismo King Kong para celebrar en auto de fe el día de las tetas. Lo que se presenta como incorrección política en España suele ser un combinado de vulgaridades, donde pasa por alta prosa la jactancia del huevón. Una de esas vulgaridades establecidas es la de asociar feminismo y fealdad, como en su tiempo se hizo heterodoxia y brujería. La fealdad, por supuesto, se sitúa en la mirada deformada del machista. Montoro, Gallardón y Wert suelen hacer gala de incorrección política. Tienen razón. Esta semana han demostrado hasta que punto son tres iconos de lo incorrecto. Montoro dijo que el problema del cine español era la calidad. Veamos su calidad como ministro: en su guión fantasioso afirmó que los salarios subían en España, dato desmentido por la propia patronal. Una mentira que lo invalida para dirigir la economía, aunque en dura competencia con la gracia de la vicepresidenta Soraya que contó 520.000 parados fraudulentos donde son 60.000. Wert también invocó la calidad para defender su ley educativa. En realidad es una ley de signo autoritario: una ley de partido único, sin ningún otro apoyo que el viejo palio. Como la obsesión de Gallardón por sacar adelante la Contrarreforma. ¡Qué calidad, qué barbaridad!

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