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Columna
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La congelación

La monarquía lleva ya una temporada en frío, con perdón

Manuel Rivas

El Gobierno ha congelado a casi tres millones de empleados públicos, en un proceso de congelación general. Ese esfuerzo frigorista es lo único que puede explicar lo inexplicable: la cuarta subida del precio de la electricidad en lo que va de año. Y es que se gasta una barbaridad en congelación. Lo que se ahorra con recortes, se malgasta en el congelamiento popular. Si todo régimen acaba siendo un ancien régime, aquí estamos ya en esa deriva de excepción conservadora que es la democracia congelada. La monarquía lleva ya una temporada en frío, con perdón. Una prueba es que el doctor Cabanela no ha querido cobrar la operación al Rey. El propio médico, con una ironía involuntaria, hizo un diagnóstico de la paciente institución cuando le preguntaron sobre la movilidad del Monarca: “¡Yo no sé lo que hace un rey!”. En la infancia, en la ciudad portuaria, había una épica de los frigoristas navales y el futurismo congelado. Ahora el Parlamento es una cámara frigorífica donde dominan políticos frigoristas, cuya principal tarea es congelar los auténticos debates. Somos agua en un 80%. La libertad de expresión es el componente hídrico de la democracia, pero no hay nada más elocuente que un silencio helado. Ahí está el presidente, en el quicio del congelador, creyendo que el silencio es una tercera vía entre la verdad y la mentira. La revista Letras Libres ha elegido a Albert Camus como el manantial del siglo XXI. Era el suyo un pensamiento de agua libertaria que nunca se dejó congelar. Decía: “Mi patria es la justicia”. En la democracia congelada han puesto de presidente del Tribunal Constitucional a un frigorista con carné que, entre otros méritos, tomó parte en el congelamiento de Garzón. La voz que quiebra el hielo es la de una Antígona argentina, la jueza federal que intenta descongelar la impunidad del franquismo. Pero parece que el invierno será frío.

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