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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Bendita exportación

El comercio exterior arroja resultados históricos, pese a no haber gozado de apoyos

Desde el inicio de la crisis la capacidad exportadora —junto a la vitalidad del sector turístico, una variante de la exportación— viene constituyendo la única buena noticia continuada de la economía española. Ha vuelto a suceder, y en altísimo grado, durante el primer semestre de este año, en que las ventas al exterior han aumentado un 8% y el saldo de la balanza comercial se ha reducido en dos tercios. Se trata de un dato a celebrar por razones macroeconómicas. Porque el tamaño del déficit exterior (en torno al 10% del producto interior bruto) era uno de los principales fardos característicos de la recesión en este país.

Pero una cosa es celebrarlo y otra caer en la ingenuidad, ya que en el signo de este saldo no cuenta solo el empuje exportador, sino también el retraimiento de las importaciones (del 3,9% en igual periodo). El ministro del ramo arguye que esa caída no es solo consecuencia de la depresión de la demanda exterior, sino que se están sustituyendo importaciones. Sería un buen síntoma, pero más allá de la propaganda, no exhibe ningún dato serio de que esto esté sucediendo así. También aduce que el incremento de la capacidad exportadora es tributario de la mejora de la competitividad medida en costes laborales unitarios y, al cabo, de la reforma laboral. Pero si así fuera, ¿por qué el empuje exportador fue incluso superior, como media, bajo el anterior Gobierno? Comercio exterior y agitación interna casan menos que regular.

Tan importante como el aspecto macroeconómico resulta la vertiente microeconómica de estos resultados. Con perdón por la tautología, si España exporta mejor es porque las empresas españolas exportan más y mejor, lo que constituye un dato extraordinario ante la lucha contra la recesión que este país está librando. Sobre todo porque demuestra que al menos una parte de la economía española puede encararse sin problema —y sin subsidios: pese al exceso de propaganda, decrece el apoyo presupuestario a la exportación— con los grandes y medianos protagonistas de la economía mundial, cada vez más también más allá del mercado europeo.

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De modo que la normalización de la presencia empresarial española en economías emergentes y en continentes hasta ahora inéditos está permitiendo mantener la cuota nacional en el comercio mundial, un hecho infrecuente entre las economías desarrolladas. Además, esta tendencia, que obedece al esfuerzo empresarial por sobrevivir a una situación muy complicada, por la vía de abrir nuevos mercados o profundizar en los antiguos, tiende a multiplicarse internamente, por la imitación de las mejores prácticas, por la expulsión del mercado de quienes no las siguen, por el establecimiento de techos de calidad ineludibles y, en definitiva, por una gestión adecuada de empresas capaces de innovar. De todo eso poco sabe la Administración, dedicada a campañas sobre la marca España.

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