La comparecencia de Rajoy
¿Recuerdan? “Lo siento mucho, me he equivocado. No volverá a ocurrir”. Estas fueron las palabras del Rey después de haber sido sorprendido matando elefantes en Botsuana. Aquel sincerarse se produjo en un contexto de pleno desprestigio de la Corona como institución, por lo que la declaración del jefe del Estado vino dada por un conjunto de circunstancias que forzaron su comparecencia y su correspondiente confesión ante las cámaras. Ha pasado el tiempo y, aunque la Corona sigue entredicho, parece que el temporal de desafección popular ha amainado hasta quedarse en una leve ventisca que en momentos de acaloramiento resulta incluso ligeramente agradable.
Ahora es Mariano Rajoy quien ha comparecido ante el Parlamento para manifestarse en relación al caso Bárcenas: “Me equivoqué. Lo lamento, pero fue así”. Y de igual modo que sucede con las declaraciones del Monarca, esta afirmación tiene lugar en un momento en que los políticos y las instituciones que representan están muy cuestionados.
En este punto uno se plantea si un pedir perdón debe eximir de toda culpa y, sobre todo, si ello tendrá un efecto que haga que situaciones como estas no vuelvan nunca a repetirse. Sin duda que pedir perdón resulta positivo, pero a uno le siguen quedando dudas y le da por comparar. Y es entonces cuando se ve teniendo que justificar en el trabajo actuaciones que pusieran en muy serias dudas su desempeño, y créanme si les confieso que un simple “Lo lamento” no bastaría.— David Pérez Tallón. Madrid.
Ayer, día 1, compareció Rajoy ante los diputados del Congreso que, por obras en su sede, se reúnen en el Senado. Pero alguien forzó la asistencia de Rajoy; alguien que con arrojo le emplazó a presentarse y dar explicaciones o, en caso contrario, a sufrir una moción de censura. Esa persona ha sido Rubalcaba. El diccionario emplea para ese tipo de acciones la acepción “gallardía”, y a la persona que tiene esa actitud le llama “gallardo”.
Rubalcaba se arriesgó a mucho, porque una moción de censura a un presidente de Gobierno que dispone de amplia mayoría absoluta puede constituir un suicidio político, pero al líder del único partido en la oposición que puede llegar a gobernar no le importó el riesgo. La situación de descomposición institucional, con un PP enrocado, mientras las encuestas señalan que casi un 60% de los encuestados cree más a Bárcenas, y solo un 14% cree más a Rajoy, necesitaba un demócrata que cortara el nudo gordiano, alguien con talla de estadista que pensara más en los españoles que en su partido o en él mismo, alguien con arrojo. El “gallardo” ha sido Rubalcaba.— Alfredo Sancho Cavo. Madrid.
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