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REPORTAJE

Siria no es país para niños

La cuarta parte de los 22 millones de ciudadanos sirios son menores Forman el eslabón más débil de una guerra civil que ha dejado decenas de miles de muertos y millones de refugiados

Un niño con la cara pintada con la bandera de la independenciam en una manifestación en Binnish, provincia de Idlib, en 2012.
Un niño con la cara pintada con la bandera de la independenciam en una manifestación en Binnish, provincia de Idlib, en 2012.Ricard García Vilanova

Todo empezó con un grupo de niños. Eran los últimos días de febrero de 2011 y hacía semanas que en algunos países habían comenzado las protestas que conforman lo que hoy llamamos la primavera árabe. Ya había caído el Gobierno de Túnez y el mundo había visto en directo cómo los egipcios congregados en la plaza de Tahrir, en El Cairo, conseguían echar del poder a su presidente, Hosni Mubarak.

Así que lo que esos días hicieron un grupo de chavales en Daraa, pequeña ciudad del sur de Siria, uno de los regímenes más autoritarios de la región, pasó entonces desapercibido. “Es tu turno, doctor”, escribió uno con grafiti en una pared cerca de su colegio, refiriéndose al presidente sirio, Bachar el Asad, que estudió oftalmología. “La gente quiere que el régimen caiga”, escribió otro.

La policía secreta fue al colegio, interrogó y detuvo a varios niños. A otros se los llevaron de sus casas. Los padres y otra gente de Daraa descubrieron que los menores estaban siendo torturados en prisión y exigieron su puesta en libertad inmediata. La policía respondió con insultos y golpes. Entonces comenzaron las protestas contra la policía y el Gobierno, que empezaron a extenderse a otras ciudades. El 18 de marzo, las fuerzas de seguridad dispararon contra una manifestación en Daraa y mataron a cuatro personas, según Human Rights Watch. Las protestas explotaron con miles de personas que cantaban: “¡No tenemos miedo, no tenemos miedo, después de hoy ya no tenemos miedo!”. Había empezado la revolución en Siria, que pronto se convirtió en guerra civil.

Hoy, más de dos años después, Naciones Unidas ha documentado las muertes de más de 6.500 niños, aunque la cifra real puede llegar a ser mucho más alta. “Los ma­­tan, los mutilan, son reclutados, son de­­tenidos, son torturados…”, describió Leila Zerrougui, la representante especial de la ONU para los niños y los conflictos armados, cuando presentó este informe a mediados de junio. Los niños en Siria están “pagando el precio más alto” de entre las víctimas de cualquier otro conflicto en el mundo, según Zerrougui, que acusó a ambos bandos de usar a menores como “suicidas bomba o escudos humanos”. En total, más de 100.000 personas han muerto, más de un tercio de ellas civiles, según el Observatorio Sirio para los Derechos Humanos, una organización con sede en Reino Unido.

Nos llegan muchos pequeños heridos. ellos no lloran, se quejan muy poco, son los menos ruidosos" Aitor Zabalgogeazkoa, coordinador de Médicos Sin Fronteras

“Sí da la impresión de que el número de bajas infantiles es muy alto, y esto solo puede responder a que la población civil no es respetada por ninguna de las partes”, comenta Aitor Zabalgogeazkoa, coordinador de Médicos Sin Fronteras (MSF) en Siria y exdirector general de esta ONG. Según él, alrededor del 40% de los heridos y muertos en las clínicas de MSF en Siria son menores de 18 años.

Cuando uno llega a una ciudad como Alepo, una de las más dañadas durante el conflicto, la escena está llena de escombros, de agujeros de bala, de basura, de gatos callejeros, de edificios derruidos y de esqueletos de vehículos quemados. Pero también, de niños que no tienen otra cosa que hacer que jugar entre las ruinas en la calle en el frío cortante del invierno y en el calor blanco del verano.

De fondo se oye el ruido de explosiones, de disparos, se ve un helicóptero, surgen columnas de humo del horizonte, mayores y pequeños vigilan el cielo por si aparece algún caza del régimen. “Los chavales mencionan muchísimo el tema de los aviones, que coincide con el miedo colectivo que tenemos todos allí, quizá es lo que más miedo da… tienen a todo el mundo aterrorizado”, cuenta Zabalgogeazkoa.

“Los bombardeos son muy aleatorios y en las últimas semanas disparan con ametralladoras por la noche por toda la zona norte de Alepo… Nos llegan muchos niños heridos, muchos… Y llama la atención que no lloren, se quejan muy poco, son los menos ruidosos. Lloraría hasta yo del daño, y, sin embargo, los críos llegan callados, como atemorizados…”, continúa el coordinador de MSF.

“Sí hay esta impresión de que los niños, como han visto ya tantas cosas, están casi anestesiados respecto a lo que les rodea”, coincide Simon Ingram, jefe de comunicación para Oriente Medio de Unicef, que mantiene a personal en Siria desde antes del conflicto. “Ves a los niños describir con toda naturalidad cosas, imágenes y sonidos espantosos y las experiencias por las que han pasado”.

Además de ser las principales víctimas de la guerra, cada vez hay más menores que cogen un fusil y participan en ella como combatientes o que apoyan de otra forma a soldados y rebeldes en el campo de batalla. “Es verdad, hay chavales que, si no lo hacen bajo presión, lo hacen porque quieren volver a casa y porque quieren participar en la guerra, y hay personas que se aprovechan de ellos”, describe Ingram, quien recuerda que el uso de menores en conflictos armados está prohibido por la legislación internacional.

Pero no solo las balas o las bombas o la metralla amenazan a los pequeños. Enfermedades que antes de la guerra estaban bajo control, como el sarampión, están resurgiendo con fuerza debido a la interrupción de los programas de vacunación y al colapso del sistema sanitario, según destacan desde MSF. También ha aparecido en el norte de Siria la leishmaniasis, transmitida por un mosquito que vive entre la basura. Esta enfermedad afecta sobre todo a niños y jóvenes, y está provocada por un parásito que se come, literalmente, la piel y la carne y puede desfigurar a la persona afectada. Otras amenazas para los menores son la tuberculosis, el tifus y el cólera, del que se teme que surja ahora en verano.

Además, unos seis millones de personas han tenido que abandonar sus hogares por la violencia. Un millón y medio se han convertido en refugiados en otros países, mientras que el resto sigue huyendo de la guerra dentro de Siria. De nuevo, la mayoría de los desplazados son niños. En la provincia de Idlib, cientos de personas se han llegado a refugiar en cuevas, donde apenas tienen agua o comida y duermen directamente en el suelo, sin colchones. Hay ocasiones en las que los menores no sobreviven a estas huidas, como documentó la ONG Save the Children en un informe que publicó el mes pasado, donde cuenta cómo un niño de 12 años murió desangrado en la calle, lleno de heridas infectadas de insectos, abandonado por el grupo con el que escapaba. O cómo algunos menores son aplastados por civiles que huyen corriendo de un bombardeo. O cómo a otro niño de 12 años le cortaron el cuello en un checkpoint.

Los desplazamientos forzados por la violencia conllevan que haya pequeños que están hasta dos años sin ir a la escuela. En las partes de las ciudades y en los pueblos bajo control rebelde hay voluntarios que intentan organizarse para dar algunas clases. Organizaciones islamistas como los Hermanos Musulmanes o Ahrar al-Sham, muy bien organizadas, están abriendo madrasas, escuelas coránicas, en las zonas de su influencia y poder. Mientras tanto, las escuelas civiles ahora reciben un uso militar. En el este de Alepo, en un colegio ocupado por una katiba rebelde (unidad similar a una compañía), Ahmed Idris, un joven de 25 años, cuenta con una sonrisa que él estudiaba aquí de niño, en la misma sala en la que ahora duerme con sus compañeros antes de marchar al frente cada día.

El edificio está sucio y las paredes que rodean el patio están medio derruidas. Al otro lado, varios niños recopilan libros y cuadernos de entre los escombros. Pero no para leer, sino para usarlos como combustible para cocinar y para alejar el frío. Aunque también hay menores que están dispuestos a lo que sea con tal de regresar a la escuela.

Naciones Unidas ha documentado las muertes de más de 6.500 niños, aunque la cifra real puede llegar a ser mucho más alta

“Hace unos meses, conocí a una niña de unos 15 años en un campo de refugiados de Líbano que estaba desesperada por volver a Siria para hacer sus exámenes. Estaba llorando por la frustración, ya que sus padres no le dejaban volver a su ciudad porque era demasiado peligroso”, cuenta Ingram desde Unicef. “Las cifras son engañosas, los datos de la ONU hablan de unos cuatro millones de niños afectados gravemente por la guerra de una forma u otra. Pero si tomas una perspectiva más amplia, está claro que cada menor, cada niño sirio, está afectado, aunque sea por la destrucción del tejido social en Siria”, resume Ingram.

“Ya no queda niñez… los miras a los ojos y en la expresión de estos niños se ve claramente que han pasado por algo absolutamente terrible. Aunque estén jugando, aunque en la superficie aún parezcan niños, puedes ver que en su interior hay algo que ha sido destruido”, describe gráficamente Ingram, que habla de “una generación perdida de niños sirios”.

De vuelta en Alepo, es un día normal, lejos de la línea del frente. La gente camina por la calle, pasa frente a las tiendas. Coches y furgonetas destartaladas compiten en el asfalto agujereado. Los chavales juegan entre las ruinas y los escombros de los edificios bombardeados. A lo lejos se oyen explosiones. En la calle, todos miran de vez en cuando el cielo por si aparece un avión del régimen.

De repente, cae un proyectil de mortero junto a una vivienda y la explosión mata y hiere a varias personas y deja la calle manchada de sangre. Quizá venga del aeropuerto, que no está muy lejos y es donde el régimen y los rebeldes llevan meses enfrentándose. Los vecinos llevan los cuerpos en coches, en camiones, como sea, con urgencia, a una de las pequeñas clínicas secretas que abrieron tras la destrucción del hospital Dar al Shifa en noviembre. Al menos, dos de los cuerpos son de niños. Quizá están heridos o quizá están muertos.

La gente se acerca a la puerta de la clínica, hay civiles, rebeldes, armas, ruido de bocinas, sangre. Hay gente que grita de rabia y camina a grandes pasos de aquí para allá, hay otros que miran quietos y en silencio. Una mujer se aleja de la escena con los labios apretados y la mirada llena de impotencia, cansancio, miedo, rabia y resignación. Lleva de la mano a un pequeño, seguramente su hijo, de unos cuatro o cinco años, que mira hacia atrás, hacia la entrada de la clínica en la que están metiendo los cuerpos ensangrentados. El chico sigue con la cabeza girada, con la boca y los ojos abiertos de curiosidad, mientras su madre lo aleja de allí de la mano a marchas forzadas, casi a rastras.

Los francotiradores también matan a los niños

21 de junio de 2012, Al Quseir, provincia de Homs, oeste de Siria, junto a la frontera con Líbano. La madre de Yazan Gassan Rezk, acompañada de otras mujeres, llora mientras sostiene el cuerpo de su hijo, que tenía cinco años cuando lo mató el disparo de un francotirador en un checkpoint en Al Quseir. La ciudad, un bastión rebelde, sufría bombardeos constantes por parte del Ejército de El Asad, y en esos momentos se podían oír helicópteros sobrevolándola. Esta imagen, tomada poco antes del funeral de Yazan, documenta una de las primeras veces en las que los francotiradores del régimen dispararon a niños. Mujeres, ancianos y niños acabaron convertidos en víctimas habituales de estos tiradores, que además también disparaban a quienes intentaban ayudar a los heridos o recuperar los cadáveres, que podían pasar meses en la calle. Al Quseir cayó finalmente en junio a manos del régimen, que contó con la ayuda de la milicia libanesa chií Hezbolá, lo que significó una creciente internacionalización y sectarismo de la guerra. La madre de Yazan Gassan Rezk, acompañada de otras mujeres, llora mientras sostiene el cuerpo de su hijo, que tenía cinco años cuando lo mató el disparo de un francotirador en un checkpoint en Al Quseir. La ciudad, un bastión rebelde, sufría bombardeos constantes por parte del Ejército de El Asad, y en esos momentos se podían oír helicópteros sobrevolándola. Esta imagen, tomada poco antes del funeral de Yazan, documenta una de las primeras veces en las que los francotiradores del régimen dispararon a niños. Mujeres, ancianos y niños acabaron convertidos en víctimas habituales de estos tiradores, que además también disparaban a quienes intentaban ayudar a los heridos o recuperar los cadáveres, que podían pasar meses en la calle. Al Quseir cayó finalmente en junio a manos del régimen, que contó con la ayuda de la milicia libanesa chií Hezbolá, lo que significó una creciente internacionalización y sectarismo de la guerra.

Bandera de la revolución

23 de marzo de 2012, Binnish, provincia de Idlib, noroeste de Siria. Como cada viernes, cerca de mil personas se manifiestan contra el régimen. En esta ocasión lo hacen bajo el lema: “¡Damasco, allá vamos!”. Movilizaciones anteriores habían sido más multitudinarias, pero Binnish había sido bombardeada el día anterior y la gente tenía miedo y se marchaba de la ciudad. Entonces se cumplía un año del inicio de la guerra y habían muerto unas 9.000 personas. Hoy, los muertos son más de 100.000, la contienda continúa y los rebeldes no han entrado en Damasco. Desde el primer momento, los niños estuvieron muy presentes en las protestas. El pequeño que está en primer plano tiene la cara pintada con la antigua bandera siria de la independencia, de franjas, verde, blanca y negra, con tres estrellas rojas en el centro. La oposición al régimen del presidente Bachar el Asad volvió a adoptarla a finales de 2011, y para muchos es la bandera de la revolución.

En cuevas, sin colchones, comida, ni medicinas

5 de enero de 2013, lugar secreto en la provincia de Idlib, noroeste de Siria. Un grupo de niños viven y se esconden, junto con sus mayores, en cuevas en la provincia de Idlib. Cuando se tomó esta foto no se veían colchones, y los refugiados no tenían suficiente comida, ni medicinas, ni ropa para el duro frío del invierno, aunque al menos los niños sí recibían clases de profesores voluntarios. Desde el inicio de la guerra, unos 4,5 millones de personas han sido desplazadas y más de 1,5 millones de sirios se han refugiado en otros países. Más de la mitad de los desplazados son niños. Suponen la cuarta parte de la población siria, de más de 22 millones de personas.

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