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Columna
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El ‘abdominable’

En su condición de estrella del Apocalipsis, tampoco pareció disgustarle la comparación con Abadón, el más chulo de los ángeles

Manuel Rivas

“¡Es usted el presidente más abdominable de la historia de España!”. Creo que le gustó ese primer halago. Sí, por fin he conseguido una exclusiva con Aznar. En su condición de estrella del Apocalipsis, tampoco pareció disgustarle la comparación con Abadón, el más chulo de los ángeles, el del abismo sin fondo, que se hacía llamar el Destructor. Me hago el ingenuo y le pregunto por qué algunos lo retratan siempre como el malo de la película. Esperaba un cañonazo contra la conspiración mediática, pero me sorprendió con una sonrisa oblicua. “Es que soy malo. ¡Estoy en lo más alto de la profesión!”. Me pareció que había madurado mucho en el estilo: un cinismo cada vez más sincero y una sinceridad cada vez más cínica. En España casi nadie se acuerda de los presidentes buenos y alguno hubo, como Nicolás Salmerón, que lo fue de la Primera República, y que dimitió para no firmar condenas a muerte. Era catedrático de Historia de España y la historia lo olvidó, pero es muy generosa con los poderes abdominables y los ángeles del abismo. Hay una triunfante genealogía de la maldad. Aznar lo sabe: “El buenismo ha hecho mucho daño a este país”. Le digo que encuentro cierto parecido iconográfico maléfico entre él, el cardenal Rouco y Alfonso Guerra. No le disgusta el trío. Ejercen, cada uno a su modo, un poder presencial. ¿Y usted no se jubila? “Hay que buscarse la vida. Me indigna la resignación. Mire usted, además del sueldo vitalicio, soy fijo discontinuo con Murdoch, tengo un contrato por excluido social con Barrick Gold, un temporal indefinido con Endesa, y varios minijobs por el mundo adelante”. Mira el reloj. El tiempo se acaba. ¿Cuál es su programa? ¿En qué consiste el “reformismo de alta intensidad”? Me dedica una mirada abdominal: “Muy sencillo. Cada uno a lo suyo, menos yo, que ando a lo mío”.

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