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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Crisis de resultados

Los franceses pasan factura a Hollande por el incumplimiento de sus promesas electorales

La cota de popularidad de François Hollande se ha hundido, tras un primer año de presidencia decepcionante. La causa principal es la falta de resultados en el crecimiento económico y la contención del paro que, aunque muy inferior al español, afecta ya al 10,5% de la población activa. Francia no ha conocido nunca una verdadera austeridad y confiaba en Hollande para mejorar el empleo y el poder adquisitivo. La realidad demuestra que sin crecimiento es prácticamente imposible ejecutar un programa de izquierdas, por moderado que sea en su conjunto, sobre todo si el volumen del gasto público se eleva ya al 57% del PIB, de los más altos de Europa.

El Estado francés actúa como amortiguador de la crisis y sus ciudadanos se niegan a aceptar la impotencia del poder político para seguir jugando ese papel. Por eso Hollande levantó la bandera del crecimiento europeo frente a la austeridad, pero chocó pronto contra el muro del rigor impuesto por el consenso alemán (no solo Angela Merkel), que niega a otros países el derecho de vivir a crédito, incluso a un socio tan importante como Francia. Hollande se ha aliado con el nuevo Gobierno italiano para sostener el discurso alternativo a la austeridad, pero en ese camino se están produciendo jugadas peligrosas. El hecho de que destacados colaboradores de Hollande hayan empleado en público un lenguaje acusatorio contra Alemania, como si quisieran hacer de ese país el chivo expiatorio de todos los males de Francia, provoca divisiones en el seno del Gobierno formado por socialistas y ecologistas.

Otros presidentes (Chirac, Sarkozy) incumplieron antes los compromisos sobre el regreso al equilibrio de las finanzas públicas. Hollande sigue la misma senda. El actual Gobierno ha iniciado lentamente la reducción de gastos, pero habrá de acelerar el ritmo a costa de enfrentamientos con los partidos a su izquierda, al tiempo que ofrece flancos de ataque a la derecha —que tampoco está como para dar lecciones— y abre nuevas puertas a la extrema derecha. La situación política de Hollande es delicada porque tampoco le ha salido bien su compromiso de moralización e integridad en la vida pública: ni ha podido cumplir la promesa de llevar al 75% el impuesto a los ingresos superiores al millón de euros —declarado inconstitucional—, ni ha sido capaz de evitar la traición de Jérôme Cahuzac, el ministro de la lucha contra el fraude, descubierto con las manos en la masa de una cuenta opaca al fisco.

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Hollande es un político tenaz, como lo demuestran la intervención militar en Malí o la firmeza con que ha hecho aprobar el matrimonio gay, pese a la contestación de sectores católicos y de derechas. Aún le quedan cuatro años de mandato para hacer valer el peso político de su país en las instituciones europeas y contener las tensiones internas. Su fracaso sería no solo el de la izquierda, sino un factor de inestabilidad para Europa.

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