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REPORTAJE

Diamantes negros del fútbol

Dejaron atrás su familia y sus países de origen y llegaron a Europa con el sueño de convertirse en estrellas del balompié. La mayoría fracasó en el intento Algunos fueron engañados por falsos cazatalentos. Una película se propone retratar su periplo

Una escena rodada en Mali de la película 'Diamantes negros', de Miguel Alcantud.
Una escena rodada en Mali de la película 'Diamantes negros', de Miguel Alcantud.

Nueve de la mañana. La niebla es tan espesa que apenas se distingue a diez metros de distancia. Una docena de siluetas surgen de esa húmeda bruma como piratas asaltando un corsario. Sus extremidades son más largas de lo normal, su cabello es crespo y su piel tan oscura que contrasta con la calima blanquecina. Persiguen un esférico húmedo y resbaladizo, como si les fuera la vida en ello. Saben que no es un partido de fútbol más; para ellos hay mucho en juego. Un agente FIFA les observa atento, esperando ver las actitudes de un nuevo crack africano: el nuevo Eto´o, el nuevo Weah o el nuevo Milla podría estar entre ellos. Pero esta mañana en el campo del Centro deportivo Vicente del Bosque en Alcorcón, los cielos no les son propicios.

Cada viernes a las 9.00 una docena de jóvenes previamente recomendados exhibe sus habilidades ante la filosa mirada de José Daniel Jiménez, agente FIFA y administrador en la empresa de representación J.J Sport, especializada en el fichaje de jugadores africanos. “Organizamos estos partidos para ver qué nivel tienen. Y al que es muy bueno, le llevamos a hacer pruebas a equipos españoles y europeos”, cuenta. Si el jugador es fichado, el representante percibe un porcentaje de sus ganancias que ronda el 15%. Pero llegar a triunfar no es tarea fácil, los aspirantes a futbolistas se cuentan por miles (según datos del INE en España hay unos 80.000 africanos menores de 25 años), pero solo 29 de ellos juegan en primera división y 22 en segunda. La FIFA calcula que por cada jugador que llega a profesional, hay 20 que fracasan. Por proporción, sus posibilidades son ínfimas, pero estos no parecen darse por vencidos.

Un grupo de africanos entrena en el Centro Deportivo Vicente del Bosque (Madrid).
Un grupo de africanos entrena en el Centro Deportivo Vicente del Bosque (Madrid).Javier Molina

Entre los candidatos a triunfar hay historias de todo tipo. Unos pocos han tenido la suerte de que un representante les pagara el vuelo y el alojamiento para hacer pruebas en la capital. Pero otros no han sido tan afortunados: hasta llegar a la capital han arriesgado su vida en maleteros y pateras y han sido timados por falsos cazatalentos. Es el caso de Suli Saku, costamarfileño de 18 años. “Jugar en la capital ante un representante FIFA es la mayor oportunidad que he tenido en mi vida”. Hasta llegar aquí, este musculoso subsahariano de trenzas afrocaribeñas y andares chulescos ha vivido una odisea de película. Con 14 años fue captado por un cazatalentos que le prometió jugar en un club marroquí “desde el que daría el salto a Europa”. A cambio, el agente le pidió 3 millones de francos de Africa Continental (CFA), el equivalente a unos 4.000 euros. Su familia empleó todos los ahorros para pagarlo pero el chico fue abandonado en Marruecos y a duras penas consiguió embarcarse en una patera hasta llegar a España. Hoy vive en Madrid, gracias a la caridad de unos amigos ceutíes, y se pasa el día entrenando y haciendo pruebas. Su ilusión sigue intacta, pero ahora -asegura- ya no se fía de nadie.

Historias como estas han sido llevadas a la pantalla grande de la mano del cooperante y cineasta Miguel Alcantud, que el próximo lunes 22 estrena Diamantes negros en el Festival de Cine de Málaga: “Para un chico pobre de África o Latinoamérica convertirse en un futbolista famoso es un sueño. Jugar en un club europeo con los mejores del mundo, hacerse rico, lucir los mejores coches, ayudar económicamente a su familia... La tentación es irresistible. Los falsos  cazatalentos son conscientes de ello y se aprovechan, a pesar de que ya en 2008 la FIFA prohibió fichar a menores de 18 años”. La película, que cuenta con la participación de Carlos Bardem y Willy Toledo, se propone denunciar el tráfico de menores llevado a cabo por los falsos ojeadores: “Contamos la extorsión que padecen los niños en el proceso de convertirse en héroes y el abandono de quienes no triunfan, es decir, la mayoría”.

“¡Sigues igual de negro que siempre, eh!”, le suelta un compañero bromista. Pero el maliense Diakité Alassane (21 años) ni se inmuta, tan solo le dedica una sonrisa cómplice antes de clavar su mirada en el esférico, después en la portería y chutar tan fuerte que el balón parece a punto de estallar contra el poste. Alto, fibroso y veloz como un leopardo, Alassane es uno de los casos que mejor reflejan el periplo que experimentan estos jóvenes africanos locos por convertirse en estrellas. “Para todos mis amigos de Malí, jugar en la liga española era lo más grande que nos podía pasar”, cuenta en la grada del campo del Club Deportivo Canillas, el equipo de preferente en el que juega. Cuando tenía 16 años un agente francés quedó sorprendido por su velocidad y le pintó un futuro de oro en Europa a cambio de un millón y medio de CFA, el equivalente a 2.000 euros. Su familia pidió ayuda a todos los vecinos, consiguió reunir el dinero y el chico voló a París en 2006, con 16 años y un pasaporte falso en el que constaba que tenía 19. “Era la envidia de todos mis amigos. Ya me veían jugando en primera, millonario, viviendo en una mansión y con masajistas particulares y todo eso”. Cuando aterrizó se chocó con la cruda realidad: “Nada de pruebas ni de contactos en grandes equipos. Vivía casi escondido en casa de un hombre de Malí. Pasaban los días pero nadie me hacía caso. Estaba ansioso y amargado pero no podía quejarme: a otros compañeros africanos les tenían alojados en sótanos y garajes”.

Dos meses después Alassane decidió abandonar París: tomó un autobús con el poco dinero que le quedaba y llegó a Madrid, donde contactó con su primo y se alojó en una casa patera, turnándose para dormir junto a siete africanos más. De los sueños de grandeza a la miseria y la indigencia. La decepción fue tan grande que el chico entró en depresión. “Pero nunca me rendí. Había mucha gente en Malí que confiaba en mí. Así que seguí haciendo pruebas y participando en torneos juveniles hasta que fiché por el Club Deportivo Canillas”. Hoy Alassane cobra 500 euros al mes como jugador, lava platos en un colegio y colabora con el club en otras labores: “Soy menos ambicioso, ya no sueño con jugar en el Madrid. Supongo que el Canillas es mi Real Madrid”, resume entre feliz y resignado.

El maliense Diakité Alassane, entrenando en el campo del C. D. Canillas (Madrid).
El maliense Diakité Alassane, entrenando en el campo del C. D. Canillas (Madrid).Javier Molina

Años después, durante un viaje a Malí, Alassane conoció al cineasta Miguel Alcantud que estaba a punto de comenzar el rodaje de su película Diamantes negros. La empatía fue inmediata. “Nos hicimos amigos, nos asesoró durante el rodaje y me cayó tan bien que hasta le di un papel”, cuenta el director. El maliense encarna a un subsahariano que vive en Madrid como camello y que hace amistad con uno de los protagonistas, su alter ego en la ficción. “Fue increíble conocer a Miguel”, cuenta Alassane, “había escrito un guion exactamente igual a lo que yo había vivido. Por eso me pidió que le ayudara y le aconsejara y respetó mucho mi opinión”. El resultado es un filme que pretende desvelar una realidad trágica e incómoda: “La de los que no tuvieron la suerte de Eto´o, que con 11 años estuvo siete meses malviviendo en Francia antes de triunfar, o Messi, que fichó por el Barcelona con solo 12 años. Los que fueron engañados en sus pueblos con promesas irresistibles y abandonados como basura cuando se lesionaron o dejaron de interesar. Es la historia más cruda del capitalismo, en versión futbolística”, concluye Alcantud.

Hoy Alassane se muestra muy sensibilizado con el tema. Sabe muy bien que podría haber acabado peor. "La ONG francesa Foot Solidaire calcula que hay unos 7.000 africanos que llegaron a Francia como posibles fichajes y que acabaron viviendo en las calles tras fracasar como futbolistas", explica Alcantud. El cineasta contactó con la organización hace tres años, cuando estaba trabajando en Malí en un proyecto de la Fundación Voces, especializada en jóvenes en situaciones de pobreza y exclusión social. A lo largo de sus investigaciones conoció al abogado holandés Ronny Van der Meij, ganador del Premio ISDE-FIA de derecho deportivo por su estudio Players' agents and the regulatory framework on corruption in international sports law: "Él calcula que hay unos 20.000 menores africanos que han sido abandonados por sus representantes y que sobreviven en las calles de las capitales europeas”. Tras un exhaustivo trabajo de documentación, el director se decidió a trasladar las historias reales al cine.

Si mucha gente se mata en una patera ¿cómo van a resistirse a la invitación de un blanco bien vestido que te promete que vas a ser una estrella del fútbol?” Miguel Alcantud

Su película tiene como protagonistas a dos jóvenes malienses, Amadou y Moussa, que son fichados en Bamako con la promesa de jugar en Europa. El filme nos traslada al calor de África, a los campos de tierra roja, al ambiente musical y colorido de los pueblos. Y de allí a la fría Europa, al tedio, a la soledad y a la frustración del que vuela demasiado alto y cae en picado. El cineasta trabajó con actores no profesionales, recién salidos de las calles de Bamako: “Quería darle un aspecto real, porque lo que contamos son casos que suceden tal cual en la realidad”. No exagera: las historias reflejadas en este reportaje confirman que el nivel de rigurosidad y veracidad del Diamantes negros roza en algunos casos la no ficción. “Si mucha gente se mata en una patera tratando de cruzar el estrecho ¿cómo van a resistirse a la invitación de un blanco bien vestido que te promete que vas a ser una estrella del fútbol?”.

Formal, educado, disciplinado y buen compañero, Alassane es todo un ejemplo para otros subsaharianos como el camerunés Pascal Alima y el guineano Conde Lancine a los que ha recomendado en el Canillas. Ambos tienen 19 años, son altos y recios como el tronco de un árbol y también han sido carne cañón para los cazatalentos. Asisten junto al maliense a la retrasmisión del partido Madrid-Barça, que contemplan con excitación contenida, casi apocopados, en un bar humeante lleno de madridistas vocingleros. En el descanso se relajan y, apoyados en la barra, comienzan a contar su historia.

Tanto Pascal como Lancine fueron reclutados en academias de fútbol de su país natal, con 15 y 14 años respectivamente. El primero fue engatusado por un ojeador argentino. Su familia pagó 2.000 euros para costearse el viaje de Camerún a Buenos Aires, donde jugó durante ocho meses en la categoría de juveniles del Club Atlético Tigre. “¡No estaba a gusto che!”, cuenta el camerunés con un acento casi porteño, “mi representante me pidió que firmase un papel en el que ponía que mis padres habían fallecido. ¡Quería convertirse él en mi tutor!”. Cuando se negó a aceptarlo, el agente “se enfadó mucho”, dio por finalizado su contrato con el club y Pascal tuvo que regresar a Camerún. Poco después, su padre murió: “No quisieron decirme qué le ocurrió exactamente, creo que fue una enfermedad extraña. Solo sé que no puedo defraudarle, por eso volví a España. Y hasta que no consiga jugar en Primera no pararé”.

En 2008 la FIFA prohibió los fichajes de menores de 18 años para evitar que los menores que no triunfaban fueran abandonados a su suerte.

La historia de su amigo Lancine es sorprendentemente similar: “Me llevaron al Marmande de Burdeos (en quinta división). Todo me iba bien… Hasta que mi padre falleció, empecé a deprimirme, dejé de rendir, el agente rompió mi contrato y me obligaron a regresar a África”, explica el guineano. Ambos decidieron “seguir intentándolo” en España y hoy sobreviven como pueden, alternando sus entrenamientos en el Canillas con empleos alimenticios, como ayudante de cocina y mozo de almacén.

A pesar de todos los contratiempos, casi todos los subsaharianos mencionados en este reportaje conservan una confianza plena en sí mismos. Son conscientes de que otros en su misma situación han acabado arruinados y con varias heridas difíciles de cicatrizar. El exmisionero Chema Caballero nos cuenta la historia de A., un joven costamarfileño cuya biografía coincide con las relatadas (contacto con un falso representante, pago previo de unos 4.000 euros, promesas falsas y abandono posterior), con el cruel añadido de que este chico, que se niega a identificarse, acabó encerrado y maltratado en el Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE) de Aluche. “Ahora trabaja cuidando a un anciano a las afueras de Madrid y está intentando regularizar sus papeles” cuenta Caballero en conversación telefónica, “tiene tanto miedo que no quiere salir en ningún medio ni contar su historia a nadie”.

Fotograma de una escena rodada en Mali de la película 'Diamantes negros'.
Fotograma de una escena rodada en Mali de la película 'Diamantes negros'.

En 2008 la FIFA prohibió los fichajes de menores de 18 años y reforzó la vigilancia hacia las transacciones internacionales. Actualmente el organismo colabora activamente con la ONG francesa Foot Solidaire para evitar que los menores que no triunfan sean abandonados a su suerte. El presidente de la FIFA, Joseph S. Blatter, se pronunció al respecto: "Me gustaría dar todo nuestro apoyo a las actividades que se están llevando a cabo para defender los derechos de los jóvenes africanos que, por desgracia, son engañados por quienes se presentan como sus benefactores". Varios agentes FIFA consultados coinciden en que hay falsos ojeadores que se aprovechan de los jugadores, de una manera o de otra. “Hay timadores que cobran a los chicos por ser representados y se desentienden de ellos si no salen rentables”, denuncia un cazatalentos federado que prefiere no dar su identidad.

Los domingos son días de fútbol para muchos extranjeros residentes en España. En el campo del Centro Deportivo Alberto García (en el barrio madrileño del Pozo Tío Raimundo) todas las semanas se celebran torneos entre decenas de africanos de distintas nacionalidades. Aparentemente practican para divertirse, pero algunos se juegan mucho más, o eso creen ellos. Desde la grada, los futbolistas son examinados por Amelie Najib, camerunesa de 31 años, forofa del Barça y, como ella misma se define, “aprendiz de cazatalentos”. Aunque trabaja como empleada del hogar, dedica todo su tiempo libre a su pasión. “Yo contacto con los chicos que juegan muy bien y los presento ante clubes y representantes. Ya he conseguido colocar a dos. Lo hago de forma solidaria, para ayudarles, pero... ¿Quién sabe? Quizás en el futuro todos podemos ayudarnos mutuamente”, explica con una sonrisa. Amelie sabe lo dura que es la trayectoria vital de esos chicos. Como muchos de ellos cruzó el estrecho de Gibraltar en el maletero de un coche cargado en un barco, en busca de un futuro mejor. Y hoy, como apasionada del fútbol, comprende y comparte el entusiasmo y el empecinamiento de los jóvenes. ¿Alguno de estos futbolistas se plantea la posibilidad de regresar a África? “Eso sería reconocer su fracaso. Allí todos los suyos piensan que llegarán a Primera división. A quien regresa se le considera un perdedor”.

Fotograma de la película 'Diamantes negros', de Miguel Alcantud.
Fotograma de la película 'Diamantes negros', de Miguel Alcantud.

¿A qué se debe esa pasión africana por el balompié? “Es nuestra religión”, “es el juego que más nos une”, “es la mejor forma de ayudar a los tuyos”, razonan los futbolistas consultados en este reportaje. Amelie va más allá: “Es un deporte que cualquiera puede practicar. Hasta los que no tienen ni una pelota”. Para un europeo es difícil de imaginar jugar sin un balón, o inmerso en una niebla que impide ver a diez metros de distancia. Pero que se lo digan a ellos, que aprendieron a practicar su pasión casi descalzos, en terrenos enfangados y usando como balones naranjas y esféricos maltrechos fabricados con plásticos y cuerdas.

Nueve de la mañana en el campo del Club Deportivo Canillas. Diakité Alassane exhibe sus virtudes futbolísticas haciendo cabriolas con un balón. De pronto se detiene, como hipnotizado, lo agarra con las manos y contempla la pequeña grada que rodea el campo de su equipo. Frunce el gesto. Su sueño de meter goles bajo la hercúlea grada del Bernabéu parece extinguirse poco a poco en su mirada.

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