La historia borrada
Ahora parece que eso no pasó, que hubo una vez una guerra en Irak y el Gobierno español la apoyó
Escribió el poeta Manuel Alcántara (debo la cita al cronista colombiano Alberto Salcedo Ramos): “Lo curioso no es cómo se escribe la historia, sino cómo se borra”.
Se borra la historia, y se emborrona. Tras el 11-M se cometió el latrocinio de la historia, para poner de manifiesto como verdad la mentira que había elaborado el Gobierno.
Esa historia borrada, o emborronada, fue desmontada judicialmente, y periodísticamente. No han conseguido (del todo) su propósito los que quisieron borrarla, pero siguen aventando suspicacias que compran políticos desprevenidos o aprovechados del revuelto.
En la historia del siglo XX hubo otras historias emborronadas. La que más nos afecta es la de la Guerra Civil. Tuvieron que pasar muchos años para que dentro de España circularan versiones distintas de las inventadas por los historiadores de la Cruzada. Pero, una vez que los historiadores de aquí y de allá llegaron a algunas conclusiones más o menos coincidentes, surgió en España la historia del irrespeto; supuestos historiadores que se arrancaron de lo más mezquino de su alma la inquina que llevan dentro consiguieron confundir hechos con opiniones, hicieron que estas sobresalieran y lanzaron contra la memoria de las víctimas y de lo que ocurrió el humo de su propia confusión.
Ahora hemos vivido con cierta perplejidad, porque 10 años en estos tiempos son más que una década y que un siglo y ahora parece que eso no pasó, que hubo una vez una guerra en Irak y que el Gobierno español de entonces tuvo la maldita ocurrencia de apoyarla y de ingresar en ella con armas y con hombres. Durante estos años hemos sabido de torturas; también hemos conocido que la guerra no sirvió para nada y que ahora aquel país masacrado es un país provisional, roto, inservible para la convivencia. Un país sin atributos.
Los que se confabularon para que esa guerra maldita tuviera lugar tienen nombres y apellidos, fueron fotografiados; basaron el destino de su flecha mortal en una información que no era cierta, sobre cuya veracidad juraron en público invocando su pasión respectiva por la verdad. Tuvieron la desfachatez de provocar al vecindario mundial aterrándolo con la noticia, “es verdad, yo lo sé”, de que Sadam tenía en su arsenal armas de destrucción masiva.
Estaban escribiendo la historia, y en realidad la estaban torciendo y la estaban borrando. Ahora tenemos más documentos (este periódico publicó, de la mano de Miguel González, uno escalofriante; también lo han querido emborronar) que indican que esa implicación nuestra fue tan aviesa como las otras, que tampoco era verdad nuestra conducta humanitaria, nuestro viaje tan solo para ayudar a cultivar plantas y otros frutos. Los practicantes de la mentira de entonces luego no se han sentido impelidos a respetar su ser más íntimo confesando que no sabían, que no tenían ni idea de que la razón de la guerra no era sino la pasión de aplastar al enemigo, y ni han pedido perdón por mentir para hacer lo que hicieron.
Han querido borrar la historia, emborronarla. Ahora el humo de las batallas está en las hemerotecas y no lo pueden disipar.
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