Lo que era sólido
Las cosas se van poco a poco deteriorando y, de pronto, en vez de seguir en un estado comatoso, se hunden del todo
El primer ministro británico, David Cameron, acude a su Parlamento a pedir perdón por los abusos cometidos en un hospital público del centro de Inglaterra, con el resultado de pacientes maltratados o directamente fallecidos. La investigación realizada sobre los hechos de Staffordshire concluye que las víctimas lo fueron por una gestión del hospital que primaba “la consecución de objetivos económicos por encima de la calidad del servicio”.
Este caso está en el límite del deterioro del Servicio Público de Salud (NHS, en sus siglas inglesas), pero no es excepcional. El antaño modélico NHS ha retrocedido en su calidad hasta límites intolerables desde que en la década de los años ochenta Margaret Thatcher inició el deterioro de lo público en Reino Unido. Los laboristas de Tony Blair no modificaron apenas ese hundimiento y practicaron lo que se denominó “thatcherismo de rostro humano”.
La intervención parlamentaria de Cameron, su aparente dolor de contricción por el deterioro sobrevenido, los resultados de la investigación acometida, las recomendaciones para cambiar lo que funciona mal en la sanidad británica, etcétera, tienen un gran interés para la España actual, empeñado el PP en recorrer parecido camino, como muestra lo que sucede en distintas comunidades autónomas. Y no solo en la sanidad, sino más en general.
Antonio Muñoz Molina ha escrito un ensayo que aparecerá próximamente (Todo lo que era sólido, Seix Barral) que trata de indagar en la gran cuestión: por qué no fuimos capaces de darnos cuenta del desastre que se nos venía encima si los signos eran evidentes. Como en una novela policiaca que da pistas poco sutiles sobre el asesinato, ya en una primera lectura.
El ensayo, de muy recomendada lectura, muestra cómo las cosas se deterioran poco a poco y de pronto, en vez de continuar en ese estado semicomatoso que permite ir trampeando, se hunden del todo, sin transición, como se cae una casa que parecía detenida en una especie de ruina permanente. Dice el escritor que no se puede seguir reduciendo indefinidamente el presupuesto de la justicia o la educación, la paga de los policías, la dotación de los servicios de incendios, el número de camas o de turno de médicos o de quirófanos en un hospital. “Pasado un cierto tiempo ocurre el desastre y el deterioro deja de ser reversible: muere un enfermo porque le retrasaron demasiado una operación, los policías están tan desmoralizados o tan necesitados que se venden a la mafia, el fuego estalla y devora un bosque sin que nadie lo detenga, la escuela se vuelve inhabitable y solo quedan en ella los niños a los que sus padres no pueden costear un colegio privado”.
Lo más preocupante en España no serían los recortes puntales motivados por una emergencia económica (que distinguieran lo necesario de lo superfluo), sino el desguace del sistema del bienestar, movido por intereses económicos o ideológicos. Como sucedió con Thatcher.
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