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TORMENTAS PERFECTAS
Columna
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La guerra de nunca acabar

Obama cambió la política antiterrorista de Bush, pero mantiene la idea de la guerra contra el terror

Lluís Bassets

Es inconcebible que el Gobierno de un país donde rige el Estado de derecho pueda ordenar la ejecución de un ciudadano sin juicio previo ni procedimiento probatorio. Tal retroceso nos remite a los tiempos oscuros de los monarcas absolutos o de las dictaduras, y se hace de difícil comprensión cuando precisamente quien lo hace es nada menos que el premio Nobel de la Paz Barack Obama, el presidente que ha prohibido la tortura, ha renegado de la idea de guerra preventiva tal como se hizo en Irak y ha ordenado, aunque sin resultados del todo satisfactorios, el fin de las detenciones indefinidas y las extradiciones irregulares.

Más inconcebible es que tales actuaciones se realicen a partir de la fundamentación jurídica de los consejeros legales del presidente, como hizo Bush con su pretensión de legalizar la tortura o la detención indefinida y sin cargos. Eso es lo que ha hecho también la actual Casa Blanca y lo que ha desencadenado una tormenta política esta semana, puesto que han coincidido la publicación del dictamen del Departamento de Justicia autorizando este tipo de ejecuciones sumarias y la comparecencia ante el Senado, previa a su nombramiento como jefe de la CIA, del asesor de Obama para este tipo de actuaciones letales, John Brennan.

El memorándum ahora conocido considera que el presidente puede ordenar la ejecución de un ciudadano estadounidense cuando se trata de evitar la amenaza inminente de un ataque violento contra EE UU y no es posible su detención. Y la capacidad legal de Obama deriva de la existencia de un conflicto armado entre Washington y Al Qaeda y de la autorización por el Congreso del uso de la fuerza al presidente, aprobada en 2001, justo después de los atentados del 11-S en Washington y Nueva York.

El elemento más destacado de esta contienda, bautizada entonces como guerra global contra el terror, es que EE UU la libra contra un enemigo sin territorio y sin Estado, sin declaración de guerra ni reconocimiento de las partes beligerantes, y también sin posibilidad de determinar la finalización del conflicto, en la medida en que puedan seguir vigentes las amenazas de atentados por parte de Al Qaeda o grupos afines.

Obama cambió la política antiterrorista de Bush, pero mantiene la idea de la guerra contra el terror, y más en concreto contra Al Qaeda. En su esquema, el campo de la guerra ha quedado mejor encuadrado y el enemigo más precisado, en buena correspondencia con los nuevos medios tecnológicos utilizados para esta guerra de nuevo tipo, los famosos drones o aviones no tripulados que permiten las ejecuciones a distancia. Pero la guerra es legalmente la misma y, como la de Bush, no tiene fin ni se sabe si puede tenerlo. Mientras se libra, el presidente podrá ordenar la ejecución de uno de sus conciudadanos cuando considere que representa un peligro para la seguridad.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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