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PERDONEN QUE NO ME LEVANTE
Columna
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El payo Chac

José Luis Ágreda

Mitad payo, mitad gitano es el primer libro de Jesús Ulled, abogado, publicista y periodista, y al leerlo me he sumergido en un mundo de ayer por cuyo bordillo pasé sin darme cuenta: el mundo de la bohemia barcelonesa de la posguerra, en donde se jugaba al cosmopolitismo para respirar aires mejores. Sin embargo, no reside aquí –o solo aquí– el encanto de esta biografía novelada de un personaje al que el autor descubrió por casualidad. Su principal atractivo es dicho protagonista, Jacques Leonard, ese hombre trashumante, capaz de dar un giro tras otro, sin importarle la tierra incógnita a la que irá a parar.

Hay gente que falsifica su vida, que se falsifica, para aparentar lo que no es y adquirir crédito por lo que no vale. Otros, los menos –y, a menudo, poco conocidos–, se derrochan a sí mismos, saltan de trapecio en trapecio, se reinventan, viven muchas vidas sin traicionarse en ninguna. Sin focos ni fanfarrias.

A esta última estirpe pertenece el payo Chac – como le llamaban los gitanos–, cuya autobiografía escrita por él mismo despreocupadamente y sin pretensiones de inmortalidad fue descubierta por su hijo Santi, amigo de Ulled, quien se entregó a la tarea de novelarla y contextualizarla. Así fue como de los folios pergeñados en la inti­midad ha surgido una construcción sólida y pública que reivin­dica a un hombre auténtico de quien sus descendientes se sienten orgullosos. La novela posee una narrativa clásica, que engancha desde el primer momento –contribuyen a ello las atmósferas, los diferentes ambientes que se suceden, pirueta vital tras pirueta vital a cargo del principal personaje–, y cuenta, con eficacia y algo de humor –como si el autor se divirtiera sorprendiéndose con lo que va encontrando–, lo que sin duda fue una vida extraordinaria. O mejor dicho: varias vidas extraordinarias metidas en una existencia única.

Los menos viven muchas vidas sin traicionarse en ninguna”

Así, la historia de Jacques Leonard, francés nacido en el seno de una envidiable familia acomodada: padre entendido en caballos –pero muy seriamente entendido–, madre independiente, valiente y propietaria de una casa de alta costura. Fincas, equinos, tratantes, viajes, gitanos expertos en el tema –el hábil clan de los Pacorro–, una absoluta falta de prejuicios y, luego, una primera guerra mundial, la guerra de España, una segunda guerra continental, periodos de entreguerras, escaseces y oportunidades. En medio, este hombre, Jacques, que descubre de niño su sangre mitad gitana y que, sin darse cuenta, se embarca en un largo rodeo que le conducirá felizmente a puerto: de París a las barracas de Montjuïc, de los platós parisinos con gente como el mítico director Abel Gance, a la compañía de los gitanets del barrio barcelonés de Gracia, con quienes vivió como uno más –aunque uno muy especial–, siendo ya fotógrafo de la revista Gaceta Ilustrada, publicación al estilo de Life, en la que colaboraban los mejores fotógrafos del momento.

Ya les digo que el libro es apasionante: desde el transporte de un millar de burros para la guerra –de sur a norte por los caminos de España–, a cargo del padre de Jacques, hasta la espléndida historia de amor con Rosario Amaya –prima de la diosa bailaora Carmen Amaya– que condujo a Jacques hasta las barracas de Montjuïc y a convertirse en uno más entre los de la mitad de su sangre. Hay en esta historia, además, un intenso homenaje hacia la etnia gitana y a sus principios nómadas. Y al final, al lector le queda esa sensación de plenitud que solo proporcionan las vidas bien cosidas, bien apañadas, las vidas de quienes se arriesgaron y que se encontraron en la aventura.

Cuando termina el libro se tiene la sensación de que con semejante material se podían hacer seis películas. Ya saben, la realidad desbordante.

www.marujatorres.com

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