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tormentas perfectas
Columna
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Cambio de rasante

No será fácil que Obama se desentienda de la política exterior. Los hechos demandan acción

Lluís Bassets

Hechos y palabras fácilmente emprenden caminos divergentes. Puede sucederle de nuevo a Obama en su segunda presidencia, como ya le pasó en la primera, sobre todo con sus promesas más célebres, que le valieron el Premio Nobel de la Paz, entre las que se encontraba el cierre de Guantánamo. En la etapa que inauguró solemnemente este pasado lunes, las palabras señalan a un Obama especialmente concentrado en la política interior: la superpotencia dedicada a reparar el mundo y a construir naciones se dedicará ahora a construirse a sí misma, después de declarar que “está terminando una década de guerra” y que “empieza una época de prosperidad”. Atrás quedarán dos guerras, la de Irak y la de Afganistán, y delante, una vez superado el cambio de rasante, el regreso al crecimiento y la expectativa del boom industrial que presagia la explotación del gas de esquisto, la nueva panacea que debe liberar a los americanos de las hipotecas del petróleo árabe.

No será fácil que Obama se desentienda de la marcha del mundo, como ya le están reprochando algunos respecto a la guerra civil en Siria, a la expansión de Al Qaeda en África o incluso al conflicto entre Israel y Palestina. Nada en el discurso inaugural, salvo su sobriedad expresiva sobre el resto del planeta, permite pensar en descompromisos y desatenciones respecto a los aliados internacionales y a la difusión de la democracia. La llegada de John Kerry a la Secretaría de Estado y de Chuck Hagel a la Secretaría de Defensa no son precisamente presagios de una nueva pasividad. Y luego hay que contar con la demanda más imperativa de acción, la que proporcionan los malditos hechos, desgranados en las horas precedentes y durante la semana inaugural con insólita intensidad en directa apelación a la atención de Washington.

La guerra de Malí y la toma de rehenes de Argel en primer lugar. Mal puede terminar una década de guerra cuando Al Qaeda extiende sus redes y sus actividades africanas hasta el Atlántico sin que nadie, salvo Estados Unidos, tenga la capacidad para frenar el Afganistán que crece al lado de Europa mientras no se ha apagado todavía el que demanda la atención de la OTAN en Asia. También desde Israel llegan señales de que Washington deberá arremangarse de nuevo en el ahora liquidado proceso de paz: Netanyahu se prepara para gobernar con fuerzas centristas, más proclives a la negociación y al Estado palestino. El primer ministro británico, David Cameron, recordó a todos, Obama incluido, que Europa seguirá siendo un dolor de cabeza, incluso cuando salga de la crisis, porque estarán los euroescépticos dispuestos a modelarla a su gusto o a echarla por la borda. Solo faltaba la amenaza oportunista de Corea del Norte para recordarle a Obama que no hay desentendimiento posible, ni en su grado mínimo. Dirigir desde atrás es una contradicción en sus términos.

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Sobre la firma

Lluís Bassets
Escribe en EL PAÍS columnas y análisis sobre política, especialmente internacional. Ha escrito, entre otros, ‘El año de la Revolución' (Taurus), sobre las revueltas árabes, ‘La gran vergüenza. Ascenso y caída del mito de Jordi Pujol’ (Península) y un dietario pandémico y confinado con el título de ‘Les ciutats interiors’ (Galaxia Gutemberg).

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