La guerra fría sigue ahí
Un tribunal de Alemania juzga a un matrimonio por espiar para la antigua Unión Soviética y para la actual Rusia
Alemania, octubre de 2011. Tres de la mañana en Balingen, una ciudad del Estado de Baden-Württemberg de 33.000 habitantes, muy próxima a Stuttgart: la unidad policial de élite GSG 9 asalta un domicilio particular y atrapa a Pit (53 años) durmiendo en su cama. Tres horas más tarde, en Marburg (en el Estado de Hesse, 80.000 habitantes, próxima a Fráncfort), en otra operación semejante, las fuerzas de seguridad alemanas capturan a Tina (47 años) in fraganti. Justo en ese preciso instante andaba intentando sintonizar la radio de onda corta, conectada a su ordenador portátil, para mandar una información cifrada a Rusia. Se acabó, amiga, debieron decirle, ha llegado tu hora.
El juicio por espionaje contra Pit y Tina empezó el martes en un tribunal de Stuttgart. Les acusan de haber trabajado para el servicio secreto KGB y para la organización que continuó su tarea en Rusia, la SWR: enviaban información sobre Alemania, la UE y la OTAN. Lo hicieron durante 25 años y, al parecer, con tanta destreza que la última en enterarse de que convivía con unos espías fue su propia hija, una muchacha de veinte años que estudia Medicina.
Pit es Andreas Anschlag, pero también podría llamarse Sascha Rost. Tina es Heidrun Anschlag, pero acaso su verdadero nombre sea Olga. Cuenta su historia (de espías) que los dos llegaron a Alemania con pasaportes austriacos. Él venía de México; ella, de Perú (habiendo nacido en Argentina). Se casaron. Pit estudió Ingeniería y quiso entrar en algún consorcio de armamento. La jugada no le salió bien, pero pudo establecer los suficientes contactos con gente vinculada a Defensa como para poder ir contándoles a los soviéticos/rusos qué funcionarios y políticos podía comprarse o espiarse con buenos réditos. La tarifa del matrimonio era de más de 100.000 euros anuales.
El GSG 9 acabó en octubre de 2011 con ese chiringuito tan bien montado. Los alemanes quisieron canjear a Pit y Tina por espías suyos que sufren prisión en Rusia. Pero tuvo que consultarse con el entonces primer ministro Vladímir Putin, que, como antiguo oficial de la KGB, se las sabe todas, y dijo que no. Así que la pareja puede terminar pasando 10 años en prisión. Y eso que, dicen por ahí, la guerra fría ha terminado.
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