La liquidez de Draghi va a resultar un farol
Las reformas para salvar el euro son tan defectuosas que podrían provocar su desaparición
La promesa de Mario Draghi de “hacer lo que sea necesario” ha sido ampliamente aclamada como un acontecimiento clave. Desde entonces, tanto los mercados como la política sobre el euro han actuado partiendo de la premisa de que la supervivencia del euro está asegurada. Lamentablemente, esa es una hipótesis nada segura. Y no solo porque el acuerdo sobre el Mecanismo Único de Supervisión, el elemento más sencillo en cualquier futura unión bancaria, haya demostrado ser todo menos sencillo. El problema es que la estrategia política para superar la crisis, con o sin una promesa de liquidez del BCE en apoyo de la deuda pública, está condenada al fracaso. Las causas subyacentes de la crisis han sido perfectamente mal diagnosticadas y, como consecuencia, su medicación ha sido mal concebida, en tanto que las reformas del defectuoso régimen político del euro están tan mal diseñadas como para asegurar su desaparición definitiva.
El miedo primordial de los artífices del régimen de Maastricht consistió en que el derroche fiscal de las naciones carentes de la cultura de estabilidad de Alemania pudiera llevar a Eurolandia a la hiperinflación. Las peores pesadillas del Bundesbank parecieron hacerse realidad cuando las cifras del déficit presupuestario griego fueron revisadas resueltamente al alza en 2009. De manera que el mal llamado pacto que hasta ahora no ha conseguido proporcionar ni estabilidad ni crecimiento se reforzó todavía más, con una disciplina fiscal que en lo sucesivo habría de anclarse en la legislación nacional. Al margen de los daños colaterales ya padecidos, el gran garrote de la austeridad seguirá magullando a la economía de Eurolandia en los años venideros.
Al evitar el ajuste salarial, Alemania empuja a
sus socios a
la deuda-deflación
Lo cual no tiene en cuenta los defectos fundamentales del régimen de Maastricht para la Unión Monetaria Europea y las verdaderas causas de la crisis. Un pecado original fue el de no poner a nadie al cuidado del almacén de la gigantesca economía integrada del euro. No se previó gestión alguna de la demanda en los buenos tiempos, ni prestador de última instancia en los malos. Previsiblemente, la economía de Eurolandia ha demostrado ser propensa a un prolongado estancamiento de la demanda doméstica y a una conspicua dependencia de las exportaciones para su pobre crecimiento, mientras que la gestión de la crisis lo ha sido mediante el método de ensayo y error; y de errores sin fin, al parecer. El segundo pecado original fue el de olvidar en qué consistieron cincuenta años de cooperación monetaria europea, a saber en prevenir el riesgo de devaluaciones monetarias de “empobrecer al vecino”. El euro facilitó la culminación de ese esfuerzo en el sentido de que los tipos de cambio desaparecieron al mismo tiempo que las monedas nacionales. Pero eso solo ha significado que las tendencias en los costes de mano de obra nacionales hayan adoptado el papel de decisivas posiciones de competitividad dentro de la unión. Por lo tanto, la regla dorada de la unión monetaria requiere que las tendencias en los costes laborales unitarios nacionales estén en línea con la tasa de inflación común a la que los miembros de la unión se hayan comprometido, cosa que no han hecho.
Una realidad bien conocida es que la tendencia del coste laboral unitario de Alemania se apartó durante tiempo de la norma de estabilidad del dos por ciento, dejándola en cero bajo el régimen del euro. Cuando Alemania se volvió über-competitiva, sus socios del euro perdieron competitividad, del mismo modo que la habrían perdido en caso de una devaluación del marco alemán de un veinte por ciento en tiempos anteriores a la UME. Por desgracia, la UME ha complicado realmente las cosas, ya que las divergentes tendencias en el coste laboral unitario propinaron a la unión de las monedas un choque asimétrico que socavó la política monetaria de “una talla única para todos”. Con una represión salarial y una austeridad mecánica asfixiando a la demanda doméstica alemana, la postura del BCE resultó ser demasiado férrea para el antiguo “enfermo del euro”. Como contraste, la postura del BCE, fijada para acomodarse a la media del conjunto, resultó ser demasiado cómoda para otros miembros de la eurozona, dando como resultado la alimentación de burbujas del mercado inmobiliario y unos crecientes desequilibrios por cuenta corriente. Antes de la crisis, el desorbitado superávit por cuenta corriente de Alemania estaba concentrado en Europa, aproximadamente dos tercios del mismo con sus socios del euro. Los flujos de crédito de Alemania fueron fundamentales al posibilitar que persistieran las divergencias dentro de la zona y que crecieran los desequilibrios. Ahí reside el origen de la exposición de Alemania a los problemas de solvencia en la periferia europea.
Al forzar el ajuste solo sobre los países deudores, se agravan sus problemas de solvencia
Mientras que a estas alturas tales datos básicos deberían ser bien conocidos, su lectura oficial únicamente carga las culpas sobre los países deudores. De algún modo, todos menos Alemania perdieron competitividad. Y, de algún modo, el derroche fiscal siempre era el malo principal en esta historia. Una lectura seria de esos hechos sugiere unas exigencias para la resolución de la crisis que desafían de manera directa a la actual estrategia seguida por las autoridades del euro. Básicamente la resolución adecuada de la crisis del euro tiene tres partes, y una vital condición previa. La primera es la de un simétrico reequilibrio interno, la segunda trata de los excedentes de deuda en la zona, y la tercera es la de convertir al defectuoso régimen del euro en otro viable reparando sus fallos de origen. Pero, fundamentalmente, la resolución de la crisis será difícil, si no imposible, sin un fuerte crecimiento del PIB. Pues en una economía en recesión ni siquiera un presupuesto equilibrado impedirá que siga creciendo la ratio de deuda pública, al tiempo que los tipos de interés no pueden ser lo suficientemente bajos mientras el crecimiento del PIB nominal sea negativo.
Una austeridad fiscal aplicada mecánicamente es contraproducente cuando se inflige a un sector privado que trata de reducir su endeudamiento y sus efectos multiplicadores fiscales son importantes cuando ni las condiciones monetarias ni las exportaciones pueden proporcionar mucho alivio. En una persecución simultánea por todo el continente, los países europeos están deflactando el uno al otro sus principales mercados de exportación, confiando implícitamente en sus exportaciones extra-regionales para compensar esas persecuciones suicidas. Al forzar el ajuste solamente sobre los países deudores, en los que los excedentes de deuda están naturalmente concentrados, los problemas de solvencia de estos no hacen sino empeorar. Resistiéndose denodadamente al reajuste salarial, Alemania está empujando a sus socios, incluida Francia, a la deuda-deflación.
La reforma estructural no está compensando en absoluto a la estrategia de crecimiento. Funcionó con Alemania, y solo con gran retraso, porque Alemania la hacía por su cuenta mientras la economía mundial estaba fuerte. Alemania necesitó de un gigantesco superávit exterior para poder equilibrar finalmente su presupuesto público. Hoy, la economía mundial no está en condiciones de soportar la repetición de ese logro para Eurolandia como conjunto. En resumen, el euro sigue firme en la senda de su disolución. Es solo una cuestión de tiempo el que la liquidez del señor Draghi resulte ser un farol.
Jörg Bibow es catedrático de Economía en el Skidmore College e investigador en el Levy Economics Institute del Bard College.
Traducción de Juan Ramón Azaola.
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