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Columna
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Una fábula

En las fábulas, los personajes que actúan correctamente obtienen su recompensa. Pero la vida real es más canalla y nos jeringa a todos

Rosa Montero

Hoy voy a contar una fábula ejemplar, una historia moral al estilo de La Fontaine. Claro que, como es una fábula moderna, en vez de hablar de cigarras y hormigas vamos a utilizar como protagonista a una taxista, personaje urbano y contemporáneo donde los haya.

Nuestra taxista se llama XXX, tiene 40 años y vive en Madrid. En 2002 pidió una hipoteca y se compró un piso que costaba 28 millones de pesetas. Dos años más tarde valía 70 millones. En 2005, XXX pidió otro crédito para adquirir una licencia de taxi y el banco se lo concedió inmediatamente (las licencias salían por 216.000 euros). Mientras hacía el papeleo, la mujer comentó que, si todo iba bien, más adelante pensaba comprar otra licencia. Dos días más tarde llamó el del banco diciendo que ya le habían dado el préstamo para el segundo taxi. XXX se quedó alucinada: ¡Pero si no lo quiero! Ahora mismo no puedo hacerme cargo, contestó. Y rechazó el dinero.

A principios de 2012, XXX decidió adquirir por fin su segunda licencia (ahora cuestan 106.000 euros). Fue a pedir el préstamo llena de confianza: era menos dinero y ahora tenía como aval, además de su casa, otro piso heredado de sus padres. Pero el mismo banco que antes le regalaba alegremente los billetes como si los fabricara por la noche (ahora que lo pienso, debía de estar haciendo más o menos eso: se trata de Bankia), de pronto se puso restrictivo. La taxista se ha pasado cinco meses sin dormir, cinco meses de agria pelea hasta lograr que el banco le diera una cantidad menor de la que pedía (tuvo que recurrir a la familia). ¿No es una parábola perfecta de lo que ha pasado en este país? Solo que, en las fábulas, los personajes que actúan correctamente, como ella hizo al rechazar aquel crédito, obtienen su recompensa. Pero la vida real es más canalla y nos jeringa a todos.

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