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Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Cataluña es plural

Al convocar elecciones, Mas favorece la reducción del juego a independentistas contra centralistas

Pese a la efervescencia social que la preparó, la convocatoria de elecciones en Cataluña, como casi todas las anticipadas, constata un fracaso. Viene a reconocer la incapacidad del Ejecutivo cesante, el del nacionalista Artur Mas, para contribuir a resolver los problemas de la ciudadanía, resumibles en 821.000 parados y 80.000 enfermos sin fecha de intervención. Y tampoco prefigura mejor suerte para esos ciudadanos.

Es también una respuesta política al vertiginoso ascenso de la temperatura nacionalista desde la Diada. Acierta Mas al afirmar que cualquier convocatoria de una consulta no electoral sería “un fraude”, por cuanto CiU no se presentó a la última elección con un programa independentista. Ninguna objeción a las formas.

Pero esa corrección política se colorea de cierta doblez moral a tenor de otras explicaciones. Adujo Mas ayer que buscaba “interpretar” y “trasladar” la voz de la calle a las urnas e instituciones. ¿La cambiante y diversa voz de la calle, que hoy es pacífica y ayer amenazaba al Parlament, es el canon de la democracia representativa? Peor aún: se trataba de una voz, de una manifestación, convocada por el mismo Gobierno —y sus emisoras, y sus medios, y los subvencionados con opacidad—que dice ahora seguir sus dictados. La vida política suele acarrear algún grado de cinismo, pero conviene no exagerar.

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El nacionalismo gobernante en Cataluña juega con ventaja. Por una parte, denuncia problemas reales a cuya solución poco aportó, como el déficit de infraestructuras: la inexistencia del AVE a la frontera, 20 años después del primer tramo, revela el enfoque poco atento a las razones de competitividad. Pero los envuelve en una huera solemnidad reivindicativa. Por otra, compite con otros al eludir responsabilidades —propias, heredadas o no, institucionales— en la crisis; también centrifuga culpas el gobierno de Rajoy, que sigue aún fiándose a la herencia recibida. Lo novedoso en esta fuga hacia adelante de Mas es la sucesión de villanos: ayer mismo lo era el tripartito de izquierdas; ahora, la España que estaría perpetrando un expolio fiscal nunca demostrado, incluso descontando las razones de los catalanes sobre su infrafinanciación pública. Al cabo, parece como si ningún gobierno fuese responsable no ya de haber causado los problemas, sino de solucionarlos.

Otra justificación del adelanto alegada por el presidente catalán es que su propuesta de “pacto fiscal” se ha visto “como un problema” y no “como una solución”. Es un argumento simple. Porque el propio Mas presentaba ese pacto, remedo del concierto vasco, como un trámite hacia la “plena soberanía”, hacia el “Estado propio” —signifique lo que sea esta expresión— y no como un acuerdo duradero. Su propia formulación clamaba, pues, por una negativa del Gobierno. Otra cosa, de lamentar, es que este no hubiese ofrecido otras fórmulas de diálogo hasta después de la fracasada reunión en La Moncloa.

El peligro de la convocatoria es su cuidado diseño, en un clima de exaltación de los espíritus que propicia una escena hegemonizada por una fuerza aplastante, el independentismo, y una subsidiaria, el centralismo, mutuamente retroalimentadas. La verbosidad sececionista arrincona cualquier planteamiento autonomista o federal. Este enfoque binario desdibuja la pluralidad de la Cataluña real, cuyo tono cívico tanto debe a la superposición de identidades. Pero también es culpa de las fuerzas que pretendían encarnar mejor esa complejidad, como los socialistas, que se arrumban en la parálisis y la división. El desplome de su liderazgo, más aún si eligen candidato burocráticamente, preludia su marginalidad. Sería lamentable, más que por la suerte de un partido concreto, porque alimentaría el reduccionismo y el monolitismo ideológicos.

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