Carta semiabierta a un joven desnudo
Toda una generación se ha quedado sin futuro tras el obsceno baile que han emprendido especuladores implacables junto a fanáticos políticos. Nos han llegado los palos y el hacha del recortador español
Ha decidido José K. doblar su carta —hecha a mano, papel fino, rayado, para no desviar la letra, algo temblorosa ya— y meterla dentro de una botella del vino blanco que se ha racionado durante tres meses. Si le quedaran fuerzas, ensueña, aprovecharía algún viaje del Inserso y se acercaría a un trocito de playa que entrevé libre, ya dispuesta a morir ahogada, que pronto llegará Miguel Arias Cañete para llenarla de hoteles donde estirados camareros untarán la manteca colorá con arte y oficio. Allí se ve José K., lanzando la botella al mar con un sonoro grito cual si fuera un enfático actor en un anfiteatro siciliano: “Para que sepas encarar tu duro destino, ahí te llega el mensaje de un anciano que un día vio la luz y hoy anda a tientas por un negro túnel”. Que gritado así, a las cuatro de la madrugada y en el silencio de la playa, serviría al menos para henchir por un momento el hundido pecho de nuestro derrotado amigo.
Pero nada de eso hará, que su apego a la mesa camilla y al velador del café a donde ahora va es adictivo. Pensó José K. en la gallarda apuesta de disfrazarse de minero —de ahí lo del oscuro subterráneo—, pero pronto advirtió el innecesario gesto. Si es que es igual, se dijo, se puede uno disfrazar de médico, de enfermero, de maestro, de profesor de instituto, de policía o de bombero. A todos ellos les han llegado los palos y el hacha del recortador español, que cumple órdenes del recortador europeo… que a su vez… Es verdad que a primera vista no se sabe quién está al final de la cadena, pero la deducción es fácil. Que José K. no estudió en ninguna escuela de negocios, pero imbécil tampoco es. Y la deducción es cristalina: las órdenes las dan quienes se benefician de ellas. Cuidado que es sencillo.
¿Entra José K por ese tortuoso camino en el que habitan banqueros alemanes, o suizos, o ingleses, o norteamericanos, con sus empleados, hoy políticos y antes en la nómina de sus empresas, el sombrero me lo quito y me lo pongo? Otros ya lo hacen con más criterio. Y por eso prefiere centrarse en la idea madre: el beneficio monstruoso de todos ellos sale de la espalda de Manolo Fernández García, maestro, que no va a cobrar esa paga de Navidad que apenas si llega a los 1.000 euros, que sale a la calle y se planta en Génova para llamar de todo menos bonito a quien aquí maneja la guadaña con ahínco en nombre de aquellos grandes señores ocultos en la hojarasca. Especuladores insaciables —¿qué más lujos se pueden comprar con 10.000 millones de euros que con 5.000 millones de euros?— apoyados por los obscenos aplausos de fanáticos políticos de la derecha más reaccionaria se conjugan en el perfecto baile para el fin de la sociedad de bienestar, ese peligroso paso de la historia que acercaba demasiado a los esclavos a la casa prohibida de los señores. ¿Demagogia simplona? Quizá. Pero sigan la pista del dinero, que le dijo el cinematográfico Mark Felt al cinematográfico Bob Woodward en un párking de Rosslin para aclarar el cinematográfico Watergate.
Vayamos pues al contenido de la carta, que según José K., no pretende otra cosa que evitar tantos sufrimientos a los jóvenes que pudieran leerla. Lo primero es admitir, escribe nuestro hombre, analfabeto en sentimientos femeninos, que está escrita para alguien del género masculino. Quizá alguna de las féminas que tan bien escriben en mi periódico de siempre, dice, quiera guiar a las mozas que hoy encaran el seguro precipicio de un porvenir sin salida. Sabrán hacerlo.
“Invierte tus ahorros solo en sectores honorables: trata de blancas, juego, tráfico de armas”
Transcripción de la misiva: “Primero, pues, debes pensar en el futuro. ¿Tienes en torno a los 10 años? Aún hay alguna posibilidad de no morirte de hambre como ingeniero, arquitecto, o, ni las mondas tendrás, de periodista o filólogo. Ni lo dudes: escuela de fútbol. Igual que los maletillas con mendrugo por todo festín otrora saltaban las vallas desnudos para trastear a desconcertados novillos, o en el Brasil de la miseria los chavales buscan alguna salida con el regate y el adorno, hoy el sur de Europa tiene su dorado en las botas del balompié. Españoles, italianos, portugueses, y hasta griegos, se hacen con los triunfos y las copas. Y si algo hacen ingleses o franceses es gracias a los hijos de la inmigración, lo mismo que Alemania vive de turcos o hispanos. Y entonces, ¿no consigues emular a Messi pero tienes un físico más cercano a Cristiano Ronaldo? Bien. Empecemos. En posición de firmes, ropa en la silla, hacer alguna comprobación. ¿14 centímetros? Olvídalo. ¿Más de 20? Interesante. Solo te falta la tableta ventral. ¿También? Entonces ni lo dudes: Boy para despedida de soltera y, a ratos sueltos, gigoló. No es una profesión que dure toda la vida, claro, tampoco la de futbolista, a decir verdad, así que tendrás que ahorrar. Y con el dinero que reúnas con el sudor de tu frente, y no solo de tu frente, para qué engañarnos, estudia bien cómo lo inviertes. Nunca en la banca. Ni se te ocurra. Elige solo sectores honorables: trata de blancas, juego, tráfico de armas”.
Y sigue la misiva: “De lo primero, reconozco, no sé nada. Algo de lo segundo y aún más del tercero. Hemos visto cómo un señor que responde al nombre de Sheldon Adelson ha logrado que varios de nuestros dirigentes territoriales babeen para conseguir unas cuantas mesas de black-jack y miles de máquinas tragaperras. Olvídense de las leyes, les ha dicho, que aquí les traigo maletines de dinero negro, que solo tienen que mirar para otro lado cuando lleguen los que siempre nos acompañan. Y así, además, harán una buena acción, sus banqueros y ustedes, que con la pasta que saco puedo intentar derrotar al comunista Obama y financiar al más reaccionario de cuantos candidatos a presidentes de Estados Unidos ha salido en los dos últimos siglos. Ya ves, hijo mío, lo lejos que se puede llegar con unos inocentes juegos de mesa: hasta Las Vegas o Macao, monumentales urbes que señalan el culmen de evolución de nuestra Humanidad”.
“Todavía te queda la opción de meterte a cura. Futuro seguro y sueldo mediano”
“En cuanto a la venta de armas”, sigue José K., “ahí tenemos varios ejemplos donde asomarnos. Si quisieras viajar hasta Estados Unidos, lo mismo llegas a vicepresidente, como aquel Richard Cheney, que en caso de tener que dar salida a los excedentes, incluso te puedes montar una guerra donde se te antoje. Que para eso eres el que más mandas en el mundo mundial. Si te quedas en España, tampoco está mal, puedes llegar a ministro de Defensa. Como se ve”.
Aún había una última recomendación en esa carta que nunca llegó a nadie porque nunca esa botella se arrojó al mar. “Si no te animas con esas salidas que te propongo, o el físico quizá no te acompaña, no te desesperes. Todavía te queda la opción de meterte a cura. Futuro seguro y sueldo mediano. Hay, también, grandes posibilidades de promoción. Antonio María Rouco y Antonio Cañizares, ya ves, han llegado a cardenales. Tan difícil no será…”
¿Dice estas cosas José K. porque está enfadado? Desde luego: enojado, amargado, encolerizado, iracundo, lleno de rabia ante esta situación de indignidad y vergüenza. Enfurecido ante el panorama de una juventud desnuda de futuro, a la que unos desalmados —políticos y/o financieros— les están robando el derecho a una existencia digna que tanto costó arrancar a los amos de vidas y haciendas. ¿Pide algo José K. para sí mismo? En absoluto: hasta puede prescindir del yogur desnatado. Pero esos chicos, esas chicas… Ira, auténtica ira.
Tanta que hasta hace veniales las palabras que Carlos Arniches dejaba decir de don Quintín: “Y este señor, cuando juega a la lotería y no le toca, ¿que hace con la lista? La masca. Y escupe los números. Le llevamos al dentista con bozal; no le digo a usté más. Pa probarle unas botas, hay que trabarlo; saque usté la consecuencia”.
Pues a José K., ni trabado.
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