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Columna
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La alianza

¿Acaso ignora el presidente Mariano que su amiga Angela no es más que otra marioneta de la banca, en su caso del Deustche Bundesbank?

Algunas conjunciones astrales resultan especialmente funestas. Fue una revelación ver a Merkel y Rajoy en la cubierta de la nave de los locos, equivalente a aquel plante de piernas en la mesita baja de George Bush Jr. que marcó nuestro destino. Cuando lo de Chicago, algo vibró en el aire de mi propio salón al notar que, zas, bajo la égida de siniestras estrellas, las éticas y las estéticas de la España de siempre y de la antigua RDA redimida se entrelazaban sobriamente. Nous sommes touts foutus, me dije, parafraseando a Carla Bruni en la noche electoral.

Recuerden. Aquella vez tuvimos que soportar que un estadista bajito se buscara un compi alto y tan de derechas como él, y además rico y de buena familia —cosa de asegurarse ya entonces lo de Georgetown—, y para ello no dudó en embarcarnos en una carnicería llamada guerra. Lo de ahora es la santa alianza entre un maníaco de las tijeras, aficionado a comer en tupper y amigo de la oscuridad, y un excedente vengativo, en forma de señora, de la secuencia de Cabaret en la que cantan un himno los de la ambición rubia.

¿Acaso ignora el presidente Mariano que su amiga Angela no es más que otra marioneta de la banca, en su caso del Deustche Bundesbank? Claro que lo sabe, y ello le tranquiliza. Porque aquí no se trata de defender al propio país, esto no consiste en buscar un resquicio contra el pensamiento único reinante —que se fastidie Hollander— sino, precisamente, de encontrar una aliada poderosa que le permita continuar asfixiando a los que hemos vivido “por encima de nuestras posibilidades”.

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Ah, esas conversaciones telefónicas, intérprete mediante, en las que él se explayará contándole cómo sufre ante nuestra (relativa) resistencia. Y, si le da tiempo, que le cuente lo de Gürtel.

 

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